Calabacines de récord... con la virosis dañando los cultivos almerienses
Una buena campaña de precios para el agricultor se queda con el gusto amargo de pocos kilos por el Nueva Delhi y la Verruga
La virosis obliga a arrancar las primeras plantaciones hortícolas en zonas de Níjar
Níjar/La campaña ha ido bien. A José Antonio no le gusta echar balones fuera, hacer conjeturas. “¿Y si...?”, es algo que no está en su vocabulario. Coge al toro por los cuernos y afronta las cosas tal y como han venido. Los precios han sido buenos, el virus se ha comido parte de la plantación y ya sólo quedan por coger unos dos mil o tres mil kilos de calabacín, eso sí, con una pinta espectacular. Punto.
Mientras termina el café con leche y la “mejor tostada con jamón de toda la provincia”, José Antonio Maldonado pone números a su campaña. No tiene mucha tierra, dos hectáreas de calabacín que comparten entre él y su hermano Ginés. A pesar de que sus orígenes están en La Gangosa, sus padres tenían fincas en San Isidro y para allá que se fueron a trabajar hace ya años. En la presente campaña, a la que apenas le queda un mes, habrá recogido unos 30.000 kilos. No es un rendimiento alto el que han dado las matas de calabacín, sobre todo porque está el Nueva Delhi haciendo su agosto. Y para rematar la jugada, el virus de la Verruga se ha comido otra parte importante de la plantación.
Si llego a tener más virus y menos kilos, me habría ido fabuloso. Pero claro, los precios han estado así precisamente porque había poco calabacín”
Total, que cuando los hermanos Maldonado se disponían a recoger a partir del 20 de septiembre,tenía casi un cuarto de la finca infectada. “Te llevas la sorpresa cuando empieces a recoger, hasta ese momento ni te percatas. Ya hablas con el técnico y te recomienda que protegas, pero que poco más se puede hacer porque el contagio es reticular, por la misma red que forman las raíces bajo tierra”, explica sin encontrar una posible causa en oncreto a que este año haya tanto virus: “Es imposible saber, puede venir en la semilla y que prolifere por el estrés que sufre la mata por el calor. Es que no puedes ni arrancarlos porque eso facilita el contagio”.
Eso es la parte mala de la campaña, la que desespera al agricultor. Pero claro, José Antonio es práctico y le gusta mirar siempre el vaso medio lleno. Se nota que es rojiblanco, aficionado sufridor del Almería bajo distintas siglas. “Nunca vas a poder saber si esta campaña con mucho virus, que tampoco es usual, ha provocado que haya menos producción y, por lo tanto, que los precios hayan estado tan altos”. Y es que llegó a vender los calabacines a 2,20 en su momento álgido de precio y cuando ya bajaban, siguió teniendo precios de en torno a 1,70 ó 1,80, cuando lo habitual es que no superen el euro: “Te quedas con el regusto amargo de pensar que si llego a tener un poco de suerte y no cojo tanto virus, hubiese metido varios miles de kilos más en el almacén. Pero claro, eso mismo piensan mis compañeros y si al final hay mucho volumen, los precios bajan”. El eterno dilema del agricultor.
“La alerta me pilló comprando churros para ir al invernadero”
Hace una semana, concretamente el pasado domingo, la AEMET decretaba la alerta roja en distintos puntos de Almería. Después de lo ocurrido en Valencia, toda precaución parecía poca y se optó por prevenir problemas. Además, Almería es zona de muchas ramblas, de cauces del río que cuando hay gota fría, se desbordan con cierta facilidad, como ocurrió por ejemplo en algunos parajes de Níjar.
Los teléfonos de los almerienses alertando que había riesgo de inundación. Tocaba ponerse a resguardo para evitar males mayores. Fue el domingo, día en el que el agricultor tampoco descansa. A José Antonio, por ejemplo, el estruendoso sonido del móvil le pilló a punto de desayunar para seguir trabajando.
“Había estado en el invernadero por la mañana y cuando vi que empezaba a caer agua de forma importante, nos fuimos mi hermano y yo. Fueron diez o quince minutos, no más, pero las ramblas ya llevaban agua. Fuimos a comprar churros y a llevárnoslos al invernadero para desayunar porque ya comenzaba a salir el sol, y de repente nos sonó la alerta. Las ramblas llevaban mucha agua, pero por fortuna no pasó nada. En 2019 sí que se me inundó el invernadero”, recuerda.
No le quedará más de una semana de trabajo. El vicario pasea por los distintos pasillos del invernadero, donde se aprecian las plantas ya muy tocadas. “A estas alturas, el 90% de las plantas están ya afectadas”, reconoce. Son frutos que lógicamente no se ponen a la venta, se desechan. Sólo con verlos, llenos de pequeñas protuberancias que simulan verrugas, ya son inservibles para su venta. Y el Nueva Delhi directamente provoca que la planta no produzca. Total, un desastre.
José selecciona los que todavía están sanos. Le queda todavía un transporte para vender en Las Norias y luego, arrancar y plantar sandía temprana. “Las suelo poner el 15 de diciembre. Veremos cómo van este año, el pasado hubo mucha floración y las cooperativas estaban llenas de sandía. A ver si este año el precio es algo más alto”, desea con el sabor agridulce de los calabacines, pero con el riquísimo que le ha dejado la tostada.
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