Encuentra en Casa Blas un hogar gastronómico con la mejor carne y pescado

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Su restaurante se ha convertido en un referente de la buena gastronomía almeriense

Servicio cuidado, platos deliciosos y un lugar tranquilo: conozca el menú de Casa Blas en imágenes

Prueba de agudeza visual: ¿jamón o filetes?.
Prueba de agudeza visual: ¿jamón o filetes?. / Marian León

Retamar/Se sienta Blas a la mesa, terminada ya la faena, cuando las manecillas del reloj sobrepasan las cuatro de la tarde. En la sobremesa, se desquita. Divagará durante un largo rato, con milhojas y tarta de queso de postre, sobre lo que fue, del ahora y lo que deberá venir. Se acordarán de aquellas palabras expresadas por un paródico mayorista en una serie, traídas luego a la realidad en boca de un señor de traje, sobre que había que trabajar “doce horas, media jornada”. Él no es de esos. “Aquí se trabaja ocho horas, hay que descansar”, destaca.

Empezó la historia que quiere contar, no le quedará más remedio, hace medio siglo “en Ibiza, fregando platos”, aunque fue en 2001, qué año aquel, cuando abrió las puertas de Casa Blas, espacio gastronómico que hace honor a su nombre y que tiene entrada libre para todo el que quiera en Retamar, en el Camino de La Botica. Se aparca bien, lo han podido contrastar Marian León, que a la hora de escribir estas líneas aún inmortaliza a un reflejo vivo de lo que es Almería, y servidor.

El menú que se sirve a los reporteros va como la historia de vida de Blas, ‘in crescendo’. Dice a sus 73 años que él es “el primero en llegar y el último en irme” y que solo así puede concebir su labor. De temple liviano, reparte juego por las mesas, colmadas ya a las dos de la tarde, como lleva veintitrés años, los cumplirá en cuestión de semanas, haciendo. Se amontonan los periódicos sobre la barra a la que sale a recibir a quienes le visitan. La luz del sol ilumina mientras los bodegones y pinturas con escenarios típicos de Almería.

Rápidamente, una batería de platos salen de la cocina.

El cliente puede hacerse él mismo la carne que desea comer.
El cliente puede hacerse él mismo la carne que desea comer. / Marian León

Arranca el servicio con unas patatas al horno con diferentes salsas, entrante que abrirá el apetito para lo que será una colmada ensalada. Tomate, huevo duro, pescado, lechuga o aceitunas se amontonarán en una ración que se devorará rápido.

Sigue mientras tanto, con el mandil en el brazo, Blas trazando la línea de su vida. “Lo he compaginado con la carrera militar y la agricultura pero yo siempre he tenido la vocación de la hostelería”, confiesa. Se interrumpe el relato. Debe atender otra mesa. Los clientes, lo primero. Prosigue el relato conforme van avanzando los años. Es una enciclopedia sobre cómo han pasado las décadas en Almería.

U

n humo llega a la mesa. Un comensal cocina él mismo la ternera que luego disfrutará sobre el plato. Se amontonan los filetes en la mesa que se ha convertido en una cocina improvisada. El jazz acompaña una elaboración que, demostrando la pericia del cliente, acaba bien. En el paisaje que ofrece sobre su negocio es Blas un hombre precavido. “Nos ha ido bien, no hay queja, pero tienes que ser siempre austero”, apunta, dando a los presentes una clave para alcanzar el éxito en el peleado mundo de los negocios.

Empezó él a ser un autónomo y dar trabajo cuando en Almería “había cuatro restaurantes”. Ahora, con el eco de la capitalidad gastronómica alcanzada hace un lustro, la oferta se ha multiplicado. Cuidar con mimo el producto, siempre de la tierra, permite mantenerse en pie. “El cliente es el protagonista, sin él no hay nada”, afirma con una rotundidad que destaca sobre el resto de declaraciones. Dice que él, con sus virtudes y sus defectos, jamás ignora al cliente.

La sobremesa, uno de los secretos más valorados del restaurante.
La sobremesa, uno de los secretos más valorados del restaurante. / Marian León

El nombre de su negocio le viene a Blas que ni pintado. Entrar en su establecimiento es, qué duda cabe, como sentirse en casa. “Barajé muchos títulos para el restaurante pero me acabé quedando con este”, explica. Él es el anfitrión de un hogar gastronómico en el que hay que “ir sin prisas”. “Hay que tener la suficiente confianza como para distinguir, cada mesa es diferente”, destaca.

Se torna prontamente la conversación en una charla amarga marcada por la actualidad. Los tiempos presentes le han traído a Blas una urgencia, la de encontrar mano de obra cualificada a la que poder contratar. Si sobrevuela aquella frase de Biden, “pay them more”, en el ambiente, Blas hace que se esfume rápido. “Aquí se paga bien y religiosamente pero es que la gente ya no quiere trabajar de esto”, explica. Quiere seriedad al tratar este tema, que es importante. “Tuvimos aquí una compañera que duró solo dos días, no es que sea yo exigente pero venía de un pub y estaba ya muy quemada con este sector”, recalca. Lejos de erradicarse, el problema es “cada día mayor”.

Blas no piensa en ningún momento en la retirada, que ve aún lejana a sus 73 años. Pocos aguantarían pero para él es su vida, su manera de estar en el mundo. Sigue imprimiendo a su negocio la misma vitalidad con la que arrancó el primer día y no es por dinero sino por sentirse útil. “Ahora me voy a mi huerto”, cuenta orgulloso. En él planta alguno de los ingredientes que aporta al menú. Lo tiene en Abrucena y pasa en él todo el rato que puede. El laurel del delicioso rodaballo es de allí. Un toque ecológico que llena de vida una carta que sacia a todos los que van. Los periodistas no cenaron.

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