El sucesor del Mutis

En el cartapacio de personajes pintorescos cada ciudad tiene su rebelde, contestatario o iconoclasta. Generalmente se trata de seres inofensivos a quien la autoridad competente hace la vista gorda

El sucesor del Mutis
Antonio Sevillano

27 de agosto 2011 - 01:00

EL Mutis era el recadero de un comercio o de varios y trotó a diario, sin cansancio, por toda la ciudad. Nunca se le vió pesimista, y menos, apenado… De tal guisa comienza José Miguel Naveros un capítulo de su libro de costumbres locales "Mis pintorescos raros". A Perico Verdegay, que así se llamaba el menda apodado Mutis (no me pregunten el por qué ni a cuento de qué), el novelista lo sitúa durante la dictadura de Primo de Rivera en Villa Claudia (Almería), una capital de provincias más aplatanada que pacífica; bajo la férula de un gobernador Civil fatuo y engreído, a modo de Poncio o Virrey. Perico tenía la jodida costumbre de rezongar improperios sottovoce o, de higos a brevas, levantar la voz con un "Mutis con benevolencia" (frase en la que no sabríamos distinguir sujeto, verbo y predicado… ni sentido) y otra estentórea: ¡Muera…! (muera éste, aquel o el de más allá), metafórico y no literal en sus intencionalidad.

En uno de sus habituales exabruptos pronunció un ¡Muera el rey! -desconocemos si Fernando VII o Alfonso XIII- que llegó a oídos del comisario de Policía. Perico, o te reportas o te enchiquero quince días (entonces la cárcel estaba en Gachas Colorás). El de la Almedina (porque nació en la Almedina), terco pero precavido, no estaba dispuesto a renunciar de su principios regicidas y así, a la primera de cambio, soltó un ¡Viva la mortandad regia! que dejó sin repuesta al comisario y gobernador y encantados por la ocurrencia a los congregados en la Plaza Vieja. El incidente ocurrió durante una ofrenda a los Mártires de la Libertad, años antes de la visita en 1943 de Franco y en la que un alcalde lisonjero y pelotas ordenó echar abajo el pingurucho de Los Coloraos para que la alegoría de la Libertad no dañará la vista del ferrolano (sí, ya sé que se presta a la rima fácil).

Sucesor generacional, que no de sangre, resultó El Libertario, por más señas Libertario del Quemadero dada su vecindad cercana al Ave María, dando vista a San Cristóbal. Jamás se aclaró si estaba loco o cuerdo, aunque sospecho que fue él mismo quien sembró la duda para así chulear, con eximentes, a los grises y municipales con sus gritos ¡Muera el Caudillo!, ¡Viva la República!, ¡Abajo los fascistas! Cincuentón, cejijunto y entrando en carnes, alguien lo apodó igualmente Juan en Cueros, aunque yo siempre lo vi con un chaquetón raído que le llegaba a los pies.

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