La plaza de toros de Almería, una anciana bella
Tauromaquia
Almería tenía una placita de toros para 3.500 espectadores en la actual calle Gordito, pero en septiembre de 1887 empezó la construcción de la actual y se acabó en 11 meses
Juan Ortega, Roca Rey, Talavante, De Justo y Aguado torearán en Almería

Almería es única. En el año 1888 no tenía carreteras decentes, ni un puerto transitable, no hace falta indicar que tampoco aeropuerto; la Rambla era un peligro constante para la ciudad como se demostraría tres años después con aquellas inundaciones que causaron decenas de muertos; el centro de la ciudad estaba hecho unos zorros tras la desamortización de los monasterios que lo ocupaban y aún sin urbanizar las tierras resultantes de ello; las murallas acababan de ser derribadas y sucedía tres cuartos de lo mismo; no existía un teatro decente ni una sede mercantil e industrial; su único monumento, la Alcazaba, era un nido de personas sin hogar de muy difícil acceso; pero eso sí: el 19 de septiembre de 1887 se había colocado la primera piedra para construir una plaza de toros con casi diez mil localidades y el 26 de agosto de 1888 fue inaugurada con un mano a mano entre Lagartijo y Mazzantini siendo Gargantillo, del duque de Veragua, el primer toro que pisó el ruedo. La ‘broma’ había costado 294.000 pesetas que recaudó una sociedad cuyo presidente era Felipe Vilches. Los arquitectos que levantaron aquella maravilla de piedra y hierro fueron los municipales, López Rull y Cuartara.
Ya no sería necesario que los aficionados almerienses tuvieran que coger el tren botijo e ir a Granada a ver toros por el Corpus; 9.054 personas podían hacerlo sin salir de la ciudad. La primera Feria se llenó las dos tardes; pero la segunda el furor taurino disminuyó; y hubo que aceptar la cruda realidad: pasada la novedad, a la plaza de toros se le veía poca rentabilidad. De ahí que en 1890 saliera a subasta su arrendamiento por cuatro años pero quedó desierta. La sociedad almeriense estaba ya pendiente de otras realidades más urgentes: la estación del tren que se inauguraría en 1895, el nuevo Puerto que se concluyó en 1909, y la canalización de la Rambla que había provocado una catástrofe en la ciudad.
Los socios que hicieron posible la construcción del coso taurino fueron vendiendo las acciones que quedaron en manos José González Egea, el más valiente de ellos, acciones que han ido heredando sus descendientes hasta llegar al actual gerente de la propiedad de la plaza, D. Manuel Cuesta González, quien amablemente nos enseña a los lectores del Diario los rincones más ocultos que la gran mayoría de almerienses desconocen. Se ven el ruedo, los tendidos y poco más. Como propiedad privada que es hay que agradecer la amabilidad de la familia Cuesta al enseñarnos ‘su casa’.
La gran mayoría de almerienses sólo conocen el ruedo y los tendidos; y es una pena ya que el resto del coso es de una belleza deslumbrante, de la época de la Torre Eiffel y construida con los mismos materiales, piedra y hierro. Lástima que Ayuntamiento y propiedad no lleguen a un entendimiento para mostrar el interior del coso en las visitas guiadas que organiza frecuentemente el Área de Turismo de nuestra ciudad. De esta forma, almerienses y forasteros podrían admirarlas barandillas y detalles de hierro, los vetustos escalones de madera de subida a los palcos, la recogida capilla, la enfermería perfectamente equipada, las placas, azulejos, cabeza de toro y otros detalles taurinos, el interior de los familiares palcos, el laberinto de pasillos más estrechos que uno pueda imaginarse en las cercanías de toriles... las interioridades de esta ‘anciana bonita, como me la definió un día D. Manuel Cuesta.
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