Entre el cromatismo y la verdadDe otra pasta

A veces nos olvidamos que sobre el ruedo palpita la verdad del toreo.

24 de agosto 2016 - 01:00

SUELE hablarse de toros aludiendo casi siempre al tópico, máxime cuando si quien ejerce de maestro de charla cuenta con el bagaje de dos telediarios, algunaque otra ilustrada revista mensual en torno a la cultura y pasa por gurú de la comunidad.

Y es entonces cuando en medio de esa ilustrada conversación el sujeto suelta aquello de "es una Fiesta llena de cromatismo ".

Y ahí es donde los taurinos y no taurinos, pero sí al menos simpatizantes, perdemos la batalla dialéctica en torno al toreo.

Porque para justificar el cromatismo no hace falta que nadie medio se vista de bailarina de ballet, se líe un capote de paseo, pase dos horas infames de miedo en el hotel y además tenga que estoquear a un animal que es bravo por naturaleza. Para cromatismo, un sorolla. Eso sí es cromatismo.

Lo de los toros es otra cosa. Lo de los toros es todo un arrebato de tradición hecho cultura. Cultura de la que de verdad genera el pueblo, la asume, la mantiene y la desarrolla.

Son cultura popular los toros. Lo son. Y lo del cromatismo es una vaina de conversación que sólo entra en liza cuando el profano no se atreve de verdad a asumir que los toros se estoquean, se lidian, se matan y son capaces de matar.

Hay indiscutiblemente mucho color y mucho olor en una tarde de toros, pero me interesa mucho más la verdad que son capaces de comunicar desde el tapiz del albero dos protagonistas antagónicos en sus formas: el torero y el toro. Miedos, silencio, miradas y la superación. El torero la de su miedo a costa de oficio; el toro la de su lu cha gracias a la bravura que le presta su genética.

Si se ha quedado usted en lo del cromatismo de la Fiesta, no deseche entonces sentarse una hora antes de que dé comienzo la corrida en el tendido. Estará calentito aún del sol del mediodía, pero seguramente las sensaciones que le embriagarán desde abajo tendrán mucho que ver con cómo va cambiando de tono y de color la tierra hasta ponerse dorada, cómo los capotes habrán aparecido, no se sabe de qué afán, doblados con su rosa como mariposas en el filo de las tablas y cómo las rayas del tercio perfectamente deformes y tintas habrán cerrado ese círculo mágico donde pitarle al piquero cuando lo traspase.

Quiero que no se pierda la referencia de que la corrida de toros, en la mayor parte de las veces, es todo lo que le queramos poner desde nuestras propias sensaciones.

Unas veces para justificar con la belleza la parte artística de un espectáculo que en modo alguno deja indiferente a nadie.

Otras, desde el vértice interesado de una falsedad que hace daño.

Está claro que también esa parte de belleza de luz, de arte en definitiva, forma parte del espectáculo por el que uno se siente tentado a irse a ver una corrida de toros. En esa sucesión de imágenes previas está la esencia delcolor que a tantos artistas de diferentes disciplinas les ha impulsado a contar un espectáculo con tanta fuerza en su interior.

Sin embargo, el papel couché de cierta prensa, empeñada sólo en la parte de los toreros, y el asentimiento de algunos de ellos a desnudarse y ser desvestidos sin ningún tipo de pudor, terminó poniendo por encima de muchas cosas la cosita esa del cromatismo que, cuando va sola, tanto daño hace a la imagen del toreo.

El toro digno frente a un torero valiente son, o al menos deben ser, los mayores argumentos que tiene esta Fiestapara defenderse por sí misma. Sin tener que tapar con nada la verdad más desnuda de su dureza.

Si después de todo eso encuentra usted a su lado a alguien pegado al móvil que dice un "Mari, no veas lo bonito que viene vestido Roca Rey de lila y oro", no se alarme. Eso es lo del cromatismo.

Lo de la verdad de la Fiesta llega después del clarín. Procure no perdérselo.

ASÍ son ellos, los tan denostados por unos cuantos, los toreros, esos que se ponen delante de una res que supera la media tonelada de peso y le miran a los ojos, adivinando por donde ha de llegar la faena en esa tesitura de respeto a su profesión y al toro.

Su molde es diferente al del resto de humanos, quizá porque esté recubierto de hormigón o quizá porque la acepción valentía en el diccionario la cumplimenten con su foto.

El último gran ejemplo de esto que indicamos lo tenemos en el joven limeño Andrés Roca Rey. Cogido severamente el jueves dieciocho de este mes en el primer toro en su debut en La Malagueta, fue retirado a la enfermería entre sonoras palmas. Volvió presto e intentó dar fin a Fermentado. No pudo por el shock de las embestidas pero pocos minutos después ya se le vio en el callejón esperando su momento para cerrar la tarde. Los médicos le desaconsejaron que volviera a pisar el albero y le rogaron que marchara al hospital; así lo hizo, si bien, él ya piensa en el regreso. Se lo confesó a sus íntimos esa misma noche entre los cuidados intensivos de una planta de hospital. Será junto a la Avenida Vilches, con nosotros, con otro nuevo debut, cuando reaparezca para decirle al toro: "Aquí estoy, no me he ido".

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