Nuestros colores

Opinión

Las modas en el fútbol español provocan que el Athletic, por ejemplo, vista con un color malva frente al Barcelona, algo que era impensable hace algunos años salvo que se enfrentasen dos equipos con una vestimenta similar de toda la vida

Los jugadores del Athletic celebran su gol contra el Barcelona con su equipación malva. / Efe | Europa Press
Manuel Barea

26 de agosto 2024 - 16:11

Sevilla/Cuando el pasado sábado encendí la tele para ver el partido de mi equipo contra el Barça me pregunté qué hacían ahí plantados los jugadores del Athletic Club vestidos de… ¿malva? Por un momento, pensé que me había equivocado y que se trataba de una pachanga benéfica entre el equipo catalán y el de Perfumerías Aromas.

Lo siguiente que ocurrió fue que recordé el artículo que en 1999 escribió el inolvidable Patxo Unzueta en El País a cuenta del ridículo -deportivo, pero sobre todo estético- que hizo su equipo, y el mío, en Mallorca un domingo de abril de aquel año. El equipo balear lo humilló metiéndole seis chicharros. Escribió Unzueta: “No duelen los goles, duele el ridículo. No el 6-1 del tanteador, sino el esperpento de los leones vestidos de payasos”. ¿Qué había pasado? Ambos equipos llevaban las calzonas del mismo color, negro. El colegiado, un premio Nobel del arbitraje, dijo que no podía ser, y a los vascos les encasquetaron unos pantalones verdes. Así tituló Unzueta su artículo, Pantalones verdes, y en él dijo también esto: “La singularidad del Athletic consiste en haber sabido mantener, contra y viento y marea, sus señas de identidad”. Y esto: “Los símbolos no pueden estar sometidos a cambios por motivos de moda o merchandising”.

El cambio de indumentaria, salir al césped con la segunda equipación -aunque parece que los clubes tienen ahora hasta una nonagésimo sexta-, fue siempre obligado cuando la coincidencia de colores causaba una confusión indiscutible. Ése era el motivo, no había otro. El Athletic sólo tenía que ocuparse de no vestir su zamarra clásica cuando acudía a vérselas con el Atlético de Madrid o al Molinón, frente a aquel inmenso Sporting de Quini, Ciriaco, Mesa, Ferrero... También estuvo, a veces, el Granada, y últimamente han aparecido el Girona, el Almería, también rojiblancos o blanquirrojos.

Hubo un tiempo en que el Sevilla FC sólo tenía que preocuparse de echar en el equipaje su uniforme rojo al ir al Bernabéu o a Mestalla, y el Betis sólo se despojaba de su camiseta verdiblanca si un sorteo de la Copa del Rey lo emparejaba al Córdoba. Ahora caminas por esta ciudad y te cruzas con aficionados a los que no asocias con el club de sus amores hasta que los tienes a un palmo y logras identificar el escudo. Lucen camisetas de colorines y diseños inimaginables. Y así ocurre con todos los equipos de la Liga. Los fabricantes de toallitas antitransferencia que previenen teñidos indeseados en la colada se frotan las manos haciendo caja con este dislate cromático que se ha adueñado de la moda futbolera.

El fútbol español importó la extravagancia italianizante, Beckham les descubrió a sus compañeros de profesión que el cabello es un campo de maniobras, las marcas deportivas engrasaron la máquina de fabricar millones y los expertos -“el experto que mejor sirve es, desde luego, el experto que miente”, escribió Guy Debord- iluminaron la rancia vestimenta de los equipos hispanos con rosa pálido, rosa fucsia, azul Klein, violeta azulado, violeta rojizo, verde azulado, verde pistacho, verde amarillento, naranja amarillento y amarillo limón (del Caribe), entre otros muchos. Eso sí, cuanto más fluorescentes y reflectantes mejor, como si una corporación de oftalmólogos hubiese diagnosticado que en las gradas de los estadios y en las salas de estar de los hogares y en los bares ante los televisores se expandía cada vez más una pandemia de enfermedades oculares: vista cansada, presbicia, astigmatismo, miopía, hipermetropía. Los aficionados no veían un carajo. Las camisetas tenían que deslumbrar. Y los partidos se convirtieron en un pase de Men’s Secret.

El asunto, a lo que se ve, es que cada vez hay más seguidores que consideran que la primera equipación, la auténtica piel de su equipo, está demasiado vista, la llevan todos y les resulta repetitiva, de manera que salen de casa exhibiendo la última (y carísima) horterada que un diseñador ha ideado a miles de kilómetros del estadio en el que enronquecen cada jornada. A los jugadores, claro, ni les preguntan qué les parece. La morterada es la morterada -el fútbol es hoy dinero, dinero y más dinero ¿no?-, pero hay que tener mucho cuajo para ponerse encima según qué y que te vea medio planeta con semejantes modelitos.

En fin. Ah, ¿el partido? Sí, ganó el Barça, ya lo saben. ¿Que si me habría alegrado si hubiese vencido el Athletic con un gol de Vivian con la oreja en el minuto 96? ¡Por supuesto! Pero no habría dejado de pensar que el Perfumerías Aroma se había llevado el amistoso benéfico de Montjuic.

Y también habría preferido la derrota con nuestros colores, con la zamarra de rayas rojas y blancas y no con esa cosa… ¿malva?

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