Tribuna Económica
Carmen Pérez
T area para 2025
La consulta del especialista
Aún recuerdo como empezó todo. Mi amigo Cristóbal Salinas, maratoniano y fervoroso lector de mis crónicas me invitó a que escribiera un libro contando mis impresiones acerca de las maratones que había corrido, anécdotas, momentos buenos y no tan buenos. “A los corredores nos encanta saber de lo que hacen otros corredores. Seguro que tiene mucho tirón”. Y así fue como comencé a recopilar artículos, crónicas, recuerdos de todas las maratones que he corrido hasta ahora. Y así se gestó este libro que acaba de nacer.
Cuatro horas es el tiempo límite que todo el que prepara esta carrera quiere no rebasar. Aún así, correr 42 kilómetros en menos de esas cuatro horas no es fácil. Supone un gran esfuerzo físico pero sobre todo mental. Cuando las piernas nos pueden más es la mente la que se encarga de tirar del carro y terminar la faena.
Casi han pasado 10 años desde que empecé a correr, en abril de 2010 se cumplirá una década de la maratón de Madrid donde me bauticé oficialmente como maratoniano, con algunos kilos más que ahora pero la misma ilusión que entonces.
Correr, ese verbo tan genial que en tan pocas letras dice tanto. Correr significa sacrificio. No es fácil levantarse de la cama a primeros de enero, con la oscuridad y el frío propios de la estación, renunciar al confort de ese edredón blandito y cálido y salir a correr. ¡Qué duro es el primer paso! Pero luego todo es más fácil. Correr significa humildad. Un día te crees que rey del mambo porque has llegado delante de tu vecino en esa carrera que tanto te gusta, pero dejas de entrenar, te descuidas y es tu vecino al que ves pasar con cara de asesino en la siguiente prueba. Correr significa ilusión. Eso que no se vende en las tiendas. Ilusión por llegar, por competir, por alcanzar un objetivo propuesto. Ilusión a pesar de las voces negativas que te dicen que no podrás con ello, que no tienes cuerpo de corredor, que nunca podrías terminar una maratón. Correr significa fuerza mental. Si no quieres sufrir, sino eres fuerte de mente mejor que busques un guardaespaldas. Correr una maratón te hace invencible, indestructible. El mundo pertenece a los que se atreven. Correr es abrazar la vida con pasión y ganas. Disfrutar del paisaje, del camino, de un amanecer, un atardecer. De ese dolor de piernas que se queda después de una tirada larga, de esa sensación de cansancio del trabajo bien hecho. La vida es mucho más que pasar de puntillas, por eso hay que elegir retos, hay que medirse contra uno mismo y ver de qué estamos hechos. Correr es el mejor psicólogo que uno puede encontrar, también el mejor antidepresivo. La de ansiolíticos que me he ahorrado al ponerme las zapatillas.
He tenido la suerte de terminar 15 maratones. Detrás de todas ellas hay muchas horas de soledad, de entrenamiento y por qué no decirlo, de momentos malos. El momento más mágico que recuerdo fue la salida de la primera vez que corrí la maratón de Nueva York. Es un momento emotivo y en soledad a pesar de estar rodeado de 45 mil almas. Le ofrecí esa carrera a mi padre mientras lloraba. Él estaba luchando contra un cáncer de garganta y aunque él no lo supiera, yo le enviaba esa fuerza a 9 mil kilómetros de distancia. Ese gesto que puede parecer baldío, pero a mi me reconfortó, me dio la confianza y la tranquilidad que necesitaba. Nunca se lo he dicho, así que es posible que se entere cuando lea esto.
El momento más bonito fue en la maratón de Tokio en 2018. Era la última que me quedaba para completar las 6 Marathon Majors, las maratones más importantes del mundo. En el kilómetro 30, vi a mi mujer Ana esperando con ansia a verme pasar. Nos fundimos en un abrazo que pareció durar minutos. Me sentí como Richard Gere en Oficial y Caballero. Todo el mundo a nuestro alrededor aplaudió y eso que eran japoneses. Luego me miró de arriba abajo para comprobar mi estado y quedarse tranquila. “Estoy genial, me la acabo, no te preocupes” -le dije y tras un besó salí disparado.
Pero no todo es un camino de rosas. También hay ratos malos. Momentos en los que uno dice “qué leches hago aquí”. Cuando uno le pierde el respeto a la distancia, la maratón le pone en su sitio. Para la maratón de Valencia no entrené lo suficiente y eso se paga. Los corredores somos como un sándwich, término acuñado por mi amiga Oti Mena. Estamos formados por muchas capas: una el trabajo, otra la familia, otra los amigos, otra el ocio. Correr está en el centro aunque no todas las capas son de un grosor similar. Es difícil poder tener todo homogéneo y equilibrado y mi capa de entrenamiento se resintió. Llegué al kilómetro 24 noté que mi cuerpo se entregaba. No quería sufrir más. Tenía gasolina para esas dos docenas de kilómetros y lo que quedaba no era poco. Recuerdo no escuchar al público, no pensar en otra cosa que llegar, que terminar, que ducharme y volverme a mi casa. Tocó sacar el mono de trabajo, bucear en lo más profundo de mi mente para no abandonar. Pude terminar y en menos de 4 horas. Aprendí la lección.
Maratón. Es una palabra mágica, con aire de misticismo, de heroicidad. Detrás de esas siete letras se esconden las ilusiones, los sacrificios, el sufrimiento y la alegría de miles de personas que decidieron ponerse las zapatillas y desafiar a la fisiología humana corriendo los 42 kilómetros 195 metros de los que consta una maratón. Una vez que se cruza la línea de meta, no importa lo rápido o lento que haya sido, nada volverá a ser lo mismo. Si te gusta correr, si tu sueño es correr una maratón, si te gustan las historias de desafíos personales y superación, de cómo se puede pasar del sedentarismo a completar las World Marathon Majors, CUATRO HORAS está escrito para ti. Sólo el 1% de las personas que corren se atreven con la maratón ¿Eres tú uno de ellos?
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