¿Es bueno tener dolor?
La consulta del especialista
Puede protegernos, puede evitar problemas más importantes, el dolor avisa
A nadie la gusta sufrir dolor. El solo hecho de nombrar esa palabra de 5 letras genera miedo, respeto, rechazo. El significado de la palabra dolor se asocia a algo malo, a algo de lo que queremos librarnos lo antes posible. Es una experiencia desagradable. Sin embargo, el dolor no tiene por qué se estrictamente algo malo, en sí mismo. El dolor puede protegernos, puede evitar problemas más importantes, el dolor avisa.
Imaginemos que vamos corriendo en un entreno matutino, pero el ritmo es demasiado intenso o el descanso ha sido escaso. El hecho es que el gemelo de la pierna nos da un pinchazo, un alfiler que se clava en plena pantorrilla que hace que nos paremos en seco. La conexión entre las fibras musculares de la pierna, el tejido nervioso encargado de conducir ese estímulo doloroso y el cerebro, ha funcionado. ¿Qué ocurriría si el dolor no nos hubiera avisado? Pues que esa rotura fibrilar pequeña se convertiría en una lesión de proporciones más graves. Ese dolor ayuda a minimizar los daños, a parar. El músculo dañado se contrae, como si se una cerradura que queda bloqueada, impidiendo que haya ningún movimiento.
El dolor es una excelente respuesta de protección por parte del cerebro ante una situación que se considera de riesgo. También varía la percepción del dolor en función de la situación en la que se produce. No es lo mismo torcerse el tobillo en casa o en un ambiente relajado en el que el cerebro se concentrará de pleno en ese dolor y la intensidad del mismo se percibirá de una manera más intensa que si una persona se tuerce el tobillo mientras para cruzando a toda velocidad una carretera ante la amenaza de los coches. En ese momento, el cerebro no se fijará en absoluto en el dolor, se fijará en la necesidad de cruzar esa carretera lo más rápido posible ante la amenaza y el peligro real de ser atropellado, que es más importante que el pensar en ese esguince de tobillo. El cerebro anula el dolor del tobillo en base a asegurar la supervivencia cruzando la calle a toda velocidad.
Pero el dolor no siempre tiene una explicación en lo que a la percepción del mismo se refiere. ¿No les ha pasado haberse cortado la yema del dedo con un folio, un corte mínimo, superficial y sentir un dolor de mil demonios? Si además esa persona es un pianista que debe tocar un concierto importante en los próximos días, la ansiedad que le provoca la posibilidad de tener que suspender dicho evento porque esa herida se pudiera infectar, hace que la percepción del dolor sea exponencial. Y en cambio, darnos cuenta de tener un hematoma en un brazo o una pierna producto de algún golpe y no saber a ciencia cierta cómo se ha producido ese golpe puesto que no hemos notado nada; o la historia de un surfista que sufre la amputación de una extremidad, producto del ataque de un tiburón y no notar casi dolor, sino más bien “una especia de tirón”. Al llegar a la playa es cuando se da cuenta de lo grave de la situación.
Pero cuando el dolor es crónico, la calidad de vida se resiente enormemente. El dolor afecta a muchas funciones corporales y de la mente: provoca irritabilidad, altera la calidad del sueño o muchas veces lo impide, crea ansiedad e incluso puede hacer caer al paciente en una depresión al ver que su problema no se resuelve. Para todo ello se han creado las Unidades del Dolor. Son servicios en los hospitales destinados a aliviar el sufrimiento que causa el dolor y todos los síntomas que asocia, mediante un arsenal de medidas desde la fisioterapia al tratamiento con opioides mayores o menores o diferentes técnicas para anular esa conexión entre el nervio que causa el dolor y su correspondiente receptor en el cerebro. Los odontólogos hacen los propio ante problemas no solucionables en la boca, eliminar el dolor “matando al mensajero” es decir, realizando una endodoncia que elimina el nervio encargado de trasmitir el dolor debido a ese diente cariado.
Otras veces es el cerebro el que no deja que el dolor se extinga, a pesar de que la causa que lo ha provocado ya no existe. Es el caso del dolor provocado por una hernia de disco que, incluso habiendo extirpado ese fragmento que comprimía el nervio, a veces el paciente aún nota dolor como antes. Eso puede deberse al tiempo que el dolor ha estado presente en el cerebro de ese paciente y que, aún cediendo la causa, permanece en los receptores cerebrales. Ese tipo de dolor es difícil de erradicar a corto plazo y requiere mucha paciencia por parte del enfermo. Es como si tenemos alarma en casa y un ladrón intenta entrar. La alarma se enciende y avisa pero el ladrón se marcha y la alarma sigue sonando a pesar de que la amenaza ya no está. La causa del dolor ha desaparecido pero la alarma sigue sonando.
Hay otras causas que pueden afectar a la evolución del dolor como es el componente emocional. Una persona puede sufrir un accidente mientras trabaja. La evolución no es como se espera y la baja laboral se alarga quizás más de lo esperado por lo que la mutua e incluso la propia empresa comienzan a sospechar del trabajador, como si intentara demorar la baja laboral en exceso cuando en realidad esa no es la razón, sino una mala evolución. Esa duda puede crear una situación de ansiedad en la cabeza del enfermo y torpedear la recuperación, incrementando el nivel de dolor, provocando problemas de cicatrización de la herida si ésta se ha producido e incluso ser más susceptible de sufrir una infección debido a una alteración del sistema inmunitario. El componente emocional del dolor es casi tan importante como el físico. También se asocia a lo que se llama “umbral del dolor”. Cada uno tenemos nuestro propio umbral. Hay personas que tienen el mismo grado de aceptar el dolor que un plato de sopa, y en cambio otras son asombrosamente duras ante un estímulo doloroso potente.
El dolor puede ayudarnos pero también puede hacer que nuestra existencia sea un infierno. Debemos aprender a convivir con él pero a dosis moderadas.
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