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Ciclismo
El sol todavía bostezaba cuando la caravana de coches ya cogía el desvío hacia Velefique, por la carretera de Tabernas. No se había dado todavía el pistoletazo de salida en Puerto Lumbreras, pero hacia el Alto de Velefique ya sabían multitud de bicicletas aficionadas y de aficionados a pie, que también son la esencia de esta Vuelta Ciclista a España.
9.45. Cruce de Castro de Filabres. “Busquen aparcamiento en la cuneta porque el pueblo ya está lleno y no se permite el acceso más arriba”, dice amablemente un Guardia Civil que trata de informar a los muchos domingueros que cambian la playa por la mañana en este tórrido fin de semana de agosto. Y no lo decía como tópico, es que Velefique era un avispero de ciclistas, deseosos de subir horas antes que sus ídolos uno de los puertos cuyas curvas de herradura empiezan a ganarse la fama de míticas en la ronda española.
Cuneta llena, no queda otra que coger el desvío hacia el cementerio y entre el coche de unos aficionados de El Ejido y otros de Madrid, de turismo en nuestra costa, aparcar. “Vamos a montar aquí nuestro chiringuito y aquí tenemos una buena panorámica de Velefique”, indican los ejidenses, que realmente tienen zona vip para ver al pelotón desde el fondo sur velefiqueño.
Carretera y manta. Con Miguel y Jesús, albojenses y peregrinos habituales a Santiago en verano, toca subir a pie los casi 12 kilómetros que hay desde el pueblo hasta el Alto, donde se ubica la meta. “No es el Camino, pero estas rampas también son duras. Y el sol pica”, explican los dos amigos de Albox, que suben con sus neveras, sus sillas y a la búsqueda de algún pino que les cobije en los escarpados cuatro últimos kilómetros.
En Velefique se mezclan los vecinos que suben a la piscina y ven interrumpida su paz diaria con los cientos de aficionados de La Vuelta, que toman un avituallamiento en los bares del pueblo. De ahí hacia arriba, la cara de los ciclistas aficionados ya denota las rampas que se aproximan. Gotas de sudor cayendo como una cascada, gemelos al borde de la contractura, molinillo en el pedaleo para evitar que el muro pueda con ellos... Lo malo es que el hombre del mazo los esperaba un poco más arriba, incitado por un sol que se resistía a esconderse detrás de las nubes. ¡Qué diferencia con la última llegada de La Vuelta, un lluvioso 31 de agosto!
Comienzan las curvas y ya van ganando posiciones en las cunetas los aficionados, las curvas se llenan de caravanas que montan su chiringuito en los que no falta de nada: jamón, chorizo, tortilla de patatas y, por supuesto, cerveza para ahuyentar el calor. “Venimos de Íllar”, “somos de Roquetas”, “hemos estado en Almería y antes de volver a Olula, hemos parado aquí”... Incluso el Club Ciclista La Cañada hizo su ruta dominguera más larga que habitualmente. Banderas españolas por todos sitios, y también muchas colombianas y belgas.
Cuatro kilómetros para meta. Curva, pendiente del 14% y una vista buenísima hacia abajo, para ver cómo se aproxima el pelotón. Un claro entre los pinos. Es el sitio ideal para descansar, comer antes de que llegue la serpiente multicolor e ir escribiendo estas líneas. Suenan las sirenas de la Guardia Civil, ya vienen, sufrimiento en la cara de Caruso...
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