Tribuna Económica
Gumersindo Ruiz
La casita de Jesús
La Consulta del Especialista
Ya lo decía Platón: “Las cosas no suceden por casualidad. La vida tiene un camino reservado para cada uno de nosotros. Y lo que nos sucede, aunque no lo entendamos, forma parte de ese camino”. Eso debió pasarme a mí durante mi carrera de Medicina. Pocas personas saben lo que voy a contar ahora, pero creo que puede ser interesante para mis lectores. Cuando estudiaba Medicina en Granada tenía meridianamente claro que no quería especializarme ni en Psiquiatría ni en Traumatología. Sinceramente las odiaba. Seguramente tiene que ver que los profesores que impartieron esas asignaturas durante la carrera fueron completamente nefastos, arruinando cualquier atisbo de ilusión por la materia. La vida tenía otro plan para mí.
Siempre he sido un estudiante disciplinado y constante. Los médicos no somos muy inteligentes, pero sí tremendamente trabajadores. Ese fue el secreto del buen número que saqué en el MIR de 1998, el examen que hacemos los médicos para poder elegir la especialidad a la que te vas a dedicar el resto de tu vida. Tras estudiar 14 horas diarias y contestar las 260 preguntas del examen, obtuve el número 330 de más de 20.000 aspirantes a especialistas. Recuerdo el día que salieron las calificaciones. No existía internet y fuimos al Gobierno Civil de Almería, donde estaba el listado. Cuando tembloroso posé mis dedos en mis apellidos y tracé la horizontal hasta el número de orden que se encontraba al final de la línea, no me lo creía.
Le pedí a mi novia entonces, mi mujer ahora, Ana, que por favor mirara que seguro que por los nervios me había equivocado. Ella obtuvo el mismo resultado, 330. Estábamos tan nerviosos que pedimos a varias personas que por favor verificaran mi nota, y todos concluyeron: “¡Enhorabuena, has sacado el 330!”. En Medicina cuando tienes un número tan bueno hay especialidades icónicas que se escogen las primeras y todo el mundo daba por hecho que debía escoger Cardiología. No había pensado nunca en esa especialidad, sino más bien UCI o algo más movido, aunque con ese número todo el mundo me empujaba al corazón. Pero la vida me tenía reservado algo.
Fue durante la boda de un compañero de clase, en el trayecto entre la iglesia y la celebración, que compartiendo coche con unos compañeros médicos cursando la especialidad, asistimos a un accidente de coche justo delante de nuestras narices. Se bajaron, el que hacía trauma tomó el control de la situación organizando y valorando a los accidentados y justo en ese instante supe que quería ser traumatólogo. Elegí el mejor y más grande hospital de España, el Gregorio Marañón de Madrid. Mi padre siempre nos ha inculcado que seamos lo que queramos pero siempre intentemos ser los mejores. En ese hospital aprendí el oficio de traumatólogo durante 5 años que volaron entre guardias, trabajos, congresos y más guardias. Tuve la oportunidad de ver, tratar y ayudar en patologías en las que el Gregorio Marañón era referencia nacional. Y entre esas enfermedades raras, se encuentra la luxación congénita de rodilla.
Es una enfermedad que afecta a 1 de cada 100.000 niños y por la que las rodillas tienen un movimiento anómalo, como si los huesos no encajaran y en lugar de doblar como se flexiona la rodilla, lo hace al revés, en un movimiento completamente antinatura. Como causas se postulan desde anomalías en la posición intraútero hasta problemas genéticos. Durante los años de especialidad y tras pasar por el Hospital Infantil del Gregorio Marañón, aprendí a tratar las enfermedades más frecuentes y las más raras que aquejan a los niños y fue donde vi varios casos de esta enfermedad.
Incluso, junto a mis compañeros y amigos los Dr. Homid Fahandezh y Ángel Villa (éste último es el actual Jefe de Servicio de ese hospital), revisamos todos los casos tratados a lo largo de los años. Fueron veintisiete, la serie más larga a nivel mundial, y como no podía ser de otra manera, publicamos el trabajo en una revista nacional y nos llevamos el primer premio de la Sociedad Española de Traumatología (SECOT). Ese trabajo nunca se ha olvidado.
El hecho de ver niños recién nacidos con ese problema tan serio, nada más aterrizar en este mundo y ya tienen médicos encima, me parecía injusto y terrible. Sin embargo, el resultado del tratamiento era tan ilusionante y efectivo que las lágrimas se tornaban en risas. Desde el 2005 no había vuelto a ver una luxación congénita de rodilla hasta hace unos meses. Un amigo y paciente me envía unas fotos por what's app de un familiar cuya hija había nacido con ese problema. Desesperado me pedía consejo sobre qué hacer. Su familiar vive en un país centroeuropeo y los médicos de allí no tenían experiencia sobre cómo llevar el caso.
“Traémela”, le dije. Tengo experiencia en el tema y le comenté el artículo, Madrid y todo el periplo. La primera vez que la vi me cautivó la resiliencia de la niña. A pesar de llevar dos pesadas escayolas en cada rodilla y además mal colocadas, se empeñaba en sonreír y jugar con mis dedos, mostrando unas ganas de vivir cómo solo un recién llegado al mundo sabe. El tratamiento consistió en colocar de forma progresiva unas escayolas que fueran doblando la rodilla poco a poco pero sin lastimar las delicadas coyunturas del bebé, con la dificultad añadida que la familia vive a más de 2.000 kilómetros.
Las primeras veces lloraba nada más tocarle las rodillas, pero conforme el tratamiento iba surtiendo efecto, la niña se acostumbraba sin protestar a nuestras maniobras de reducción. Los padres no dudaron en traerla las veces que yo les indicaba con el afán que sólo unos padres tienen, curar a su hija. Así hasta el otro día, que pude corroborar que la movilidad de ambas rodillas había recuperado la normalidad. La satisfacción fue increíble. Ayudar a un adulto es muy satisfactorio, pero a un bebé es algo que no se puede describir con palabras. Todo ha vuelto a cobrar sentido.
Desde aquel accidente en la boda de mi amigo, a la buena nota en el MIR, la especialidad en un hospital increíble, la rotación en el Infantil, el artículo sobre las luxaciones congénitas y el poder ayudar a esta niña tan especial. “Las cosas no suceden por casualidad. La vida tiene un camino reservado para cada uno de nosotros. Y lo que nos sucede, aunque no lo entendamos, forma parte de ese camino”.
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