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Este 2024 parece que ha estado destinado a realizar pequeños homenajes a actividades profesionales (mis 25 años de médico) y en el caso que nos ocupa, a celebrar mi maratón número 25. Veinticinco maratones, se dice pronto, sobre todo para alguien al que nunca le había gustado correr. De niño, como casi todos, jugaba al fútbol. De adolescente, al baloncesto, lo mismo que durante la carrera de Medicina. Luego, cuando empecé a trabajar, cero patatero de actividad. Es por ello por lo que me cuesta tanto asimilar todo lo acontecido desde el 2008, año que lo cambió todo.
Decidí dejar mi plaza fija en la Seguridad Social y apostar por la medicina que yo quería hacer, no la que otros quisieran. Decidí empezar a cuidarme y eso pasaba por tener más tiempo para mí y mi familia, y el ejercicio comenzó a tomar un papel predominante en mi día a día. Decidí que era el momento de un cambio, y todo ello ocurrió en 2008. ¿Cuántos kilómetros han consumido mis rodillas desde entonces? Calculo que unos 45 mil hasta la fecha, lo que supone una vuelta al mundo. Tantas experiencias vividas en los entrenos y en esas 25 líneas de salida y de llegada. Tantos recuerdos, casi todos buenos. Tantas lecciones de vida; tanto conocimiento personal.
Pues corriendo en una cinta en un gimnasio. Soy una persona tímida y la cinta era un artilugio fácil de usar sin tener que preguntar al monitor de turno y que descubriera que yo era un pipiolo en la instalación. La cinta se convirtió en mi aliada. Soportaba mis pesadas zancadas y me permitió ir perdiendo peso y encontrar la forma física con la que estar a gusto. Un día el chico del gimnasio se acercó dónde estaba y me señaló a otro usuario discretamente con la barbilla.
-¿Ves a ése con la camiseta blanca? -dijo sabiendo que me iba a interesar.
Acaba de correr la maratón de Nueva York -afirmó con solemnidad.
Me quedé petrificado. Un tipo de mi gimnasio no sólo había corrido una maratón (algo impensable para mí por la heroicidad que supone) sino que además había sido en Nueva York. El tipo caminaba por el centro como si flotara a un metro del suelo, al menos eso me parecía. Me moría de ganas de preguntarle sobre todo porque lucía orgulloso la camiseta de haberla terminado, pero mi timidez me frenó.
Está decidido, quiero prepararme para correr una -me autoafirmaba.
Cuando compartí mi deseo con el monitor del gimnasio, éste soltó una carcajada sin disimulo y se dio la vuelta. No fue la única persona que dudó. La vida está llena de “no creyentes” como yo los bautizo. No me importó. Entrené, me esforcé y sobre todo me lo creí. Me visualicé a mí mismo cruzando la línea de meta de una maratón. En mi experiencia personal y vital, si soy capaz de visualizar lo que me propongo, sé al 100% que lo voy a conseguir. Recuerdo la noche antes de mi primera maratón. Fue en Madrid. No pegué ojo en toda la noche. Tengo que reconocer que estaba muerto de miedo. ¿Y si me pasa algo? ¿Y si me da un infarto y me muero?
Por la noche todos los pensamientos son negativos. Tuve la suerte de compartir la aventura con dos personas que me dieron la tranquilidad suficiente para incluso disfrutar por momentos durante la prueba: mentor y prestigioso cirujano el Dr. Manuel Villanueva y sobre todo amigo y Pedro Vera, paciente y bombero de gran valía y conocimiento y otro gran amigo. Ambos no dudaron en castigarse para ayudarme en mi primera locura. Ellos me llevaron en volandas, me animaron en el recorrido e hicieron que esos kilómetros fueran más llevaderos.
Recuerdo terminarla literalmente cojo, sobrecargado y contracturado hasta las pestañas, llorando como si hubiera ganado una medalla olímpica. Cuando llamé a mi mujer para contarle, al escuchar los balbuceos por la emoción, la pobre pensó que me había pasado algo. Me tuve que recomponer para darle una crónica menos emocionada. Después corrí Nueva York, Boston, Chicago, Berlín, Londres, Sevilla, Viena, París, Florencia, Praga, Tokio, Valencia, Roma, Atenas, Roterdam y ahora, Málaga. Algunas las he repetido varias veces, como Nueva York y Sevilla en tres ocasiones cada una.
Pues es la eterna pregunta. Es una filosofía de vida que implica muchas variables: sacrificio, constancia, humildad, cabezonería, concentración, paz interior, ajedrez mental contra mis propios fantasmas. El levantarse al amanecer durante muchas semanas, no importa si hace frío o calor, si llueve o hace humedad. Eso da igual. Sales a correr. De un tiempo a esta parte he descubierto que no sirve de nada quejarse. Sólo te resta energía y capacidad y no resuelves nada. Hay que dar gracias por poder estar ahí, por todas aquellas personas a las que les gustaría pero no pueden. Hay que ver siempre el lado positivo a cada cosa.
Es mi momento, en el que no hay preocupaciones, ni enfados, solo correr, con tus pensamientos, con tu corazón, en silencio, escuchando la respiración y las zapatillas al golpear el asfalto, sin móviles, sin redes sociales. Sólo correr. Y para culminar la ecuación he conseguido que Ana, mi mujer, sea capaz de correr maratones. Va por su séptima maratón que se dice pronto. Empezó poco a poco hasta que el “veneno” se ha introducido lentamente en sus músculos, en sus articulaciones, pero sobre todo, en su cerebro.
Ya lo dice el dicho: “Si no puedes con tu enemigo, únete a él” y eso justamente ha sido lo que ella hace. Todo el esfuerzo de los meses de entrenamiento, el cansancio pero a la vez la satisfacción, cobran sentido el día de la carrera donde toca disfrutar al ver cómo el cuerpo y la mente se alinean para recorrer esos 42 kilómetros. He corrido maratones con calor extremo, con lluvia desde la salida, con frío intenso, con viento, pero cada una diferente en sí misma. No sé el tiempo que mi organismo será mi amigo y me permita correr. Por eso cada maratón la vivo como si fuera la última, intensamente, y siempre lloro al terminar. Van 25 y ojalá que pueda llegar a las bodas de oro como maratoniano.
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