Opinión
Las uvas de Isabel y Pedro
la consulta del especialista
Cuánto ha llovido desde el año 2008, momento en el que decidí dar un cambio radical a mi vida. Pasar de 100 kg a 83, de ser una persona sedentaria a encontrarme en la línea de salida de mi maratón número 12, de estar a punto de completar mi última gran maratón, la sexta de las llamadas Majors Marathon: NY, Chicago, Boston, Londres, Berlín y Tokio, y qué suerte poner el broche a este periplo en un destino tan exótico y fascinante como Japón.
Casi 11 mil kilómetros separan Madrid del aeropuerto Tokio Narita y tras un vuelo de 14 horas, 115 españoles llegan a la capital nipona en un día frío y nublado. Tokio impresiona desde el cielo, no en vano es la ciudad más poblada del mundo rondando los 10 millones de almas. Me recuerda a una película futurista del estilo Blade Runner. Nuestro hotel está situado justo frente al Ayuntamiento de Tokio, en el centro financiero de la ciudad, el barrio de Shinjuku.
El Keio Plaza es una mole de 34 pisos y nos alojamos en el 26 desde donde se contempla gran parte de esta metrópoli que desde aquí parece infinita. No quiero ni pensar cómo se tiene que notar un terremoto en esta planta. Los días previos a la carrera son de aclimatación y turismo por la ciudad y alrededores. Visitamos lugares tan emblemáticos como el cruce de Shibuya, el más transitado del mundo, la estatua del perro Hachiko que se quedó esperando a su dueño ya fallecido, los templos de Asakusa o de Meiji, o un viaje a la aventura por el imbricado Metro de Tokio, un hormiguero humano en el que solo se oye respirar a la gente. Las costumbres japonesas tienen lo suyo: está prohibido fumar por la calle, excepto en sitios al efecto, está prohibido hablar por el móvil en el metro y no hay un solo papel en el suelo. Son tremendamente serviciales y amables siempre con una sonrisa en los labios aunque no entiendan nada de lo que se les pregunta.
La salida de la carrera está situada justo debajo de nuestro hotel. Las medidas de seguridad son importantes: bolsas transparentes para el ropero, arcos de detección de metales para corredores, policías cada pocos metros y centenares de voluntarios. Cada corredor es identificado con su pulsera que lleva un código QR para acceder a los datos y la foto de cada uno. Para certificar que Tokio es mi sexta Major, previamente he tenido que enviar a la organización el año, tiempo de carrera y dorsal de las otras cinco. Una vez verificado, me colocan en mi dorsal una estrella con un 6 en el centro para poder recoger la medalla conmemorativa, si acabo, claro está.
El domingo 25 amanece frío, unos 7 grados, pero sin lluvia, ideal para grandes cosas. Me dirijo a mi zona de salida junto con una muchedumbre de corredores cada uno buscando su lugar de inicio. Puerta 5, corral B. Todo está perfectamente organizado y llego con tiempo. No es fácil ubicar a 36 mil corredores en un tiempo récord. ¡Qué raro se me hace el ser uno de los pocos occidentales! Me siento como un japonés en España.
Llega la hora de salida y atrona por los altavoces el "We will rock you" de Queen. Acaba la canción y el alcalde de Tokio comienza un discurso que todos escuchan atentamente para culminarlo con el himno de Japón. No se mueve un alfiler y la marea humana de ojos rasgados tatarean muy bajito la letra con el respeto más absoluto. Echo la vista atrás, veo desde donde vengo, lo recorrido en estos años y donde estoy hoy.
Me emociono y trago saliva varias veces porque el nudo que tengo en la garganta no se afloja. acto seguido, pam, salida. Los primeros kilómetros son cuesta abajo por lo que se sale desbocado y se marcan unos tiempos de vértigo más propios de una carrera más corta, pero me digo que hoy toca arriesgar. Las piernas van de lujo y la respiración también.
Estoy disfrutando como en mi vida, contemplando los edificios, la gente, el ambiente, su cultura. Los japoneses son educados hasta para animar, gritando también y dando esas palmadas que dan ellos que casi no se escuchan. A pesar de estar en una maratón, no hay un papel en el suelo y yo no voy a ser el primero que tire uno así que me tomo mis geles y me guardo los envoltorios en el bolsillo de mi pantalón.
Llego a Monchen Nakacho, la media maratón en un tiempo récord para mí, y las sensaciones son magníficas, sigo con la sonrisa de un niño pequeño. Pasado el kilómetro 26 vislumbro un grupo de banderas de España y se me ilumina la cara. Me abrazo con Ana, mi mujer y chocamos palmas con Luis Hita de Marathinez Tours, jefe de la expedición. ¡Se te ve muy bien Antonio pero sobre todo disfruta! me dice Luis. Eso hago, cada paso, cada kilómetro, estoy en una nube. ¿Se puede disfrutar corriendo una maratón? La respuesta es sí. El pulsómetro me va chivando los ritmos y están dentro de mi objetivo y aunque voy muy concentrado me maravillo al pasar por Ginza, el barrio más caro de Tokio, la Torre de Tokio o el Palacio Imperial.
Nos acercamos a la meta y el ruido, ahora sí, es ensordecedor. Es como si los japoneses se hubieran contagiado de la emoción de los corredores y aúllan intentando dar el último apoyo a los esforzados de la ruta. Leo Hibiya Park, la meta debe estar cerca, aunque por mi reloj ya he pasado los 42 kilómetros. Giro a la izquierda y ahora sí, la veo. ¡Voy a lograrlo! Otra más pero ésta es la que completa el círculo, la que da sentido a todo, la Sexta Major.
Saco mi bandera de España que la llevo agarrada con fuerza desde el kilómetro 26 y la despliego detrás de mí como si fuera supermán. Por los altavoces escucho perfectamente ¡Spain! Cruzo la meta llorando en 3 horas, 30 minutos y 4 segundos. Me colocan la medalla de Finisher de Tokio y la otra que certifica las 6 grandes. Todos los voluntarios sonríen e inclinan la cabeza al ver las medallas, diciendo "Omedeto" enhorabuena en japonés ?????
Unos 1700 españoles han ganado esa medalla antes que yo. Es una medalla rodeada por 6 medallas más pequeñas que representan las ciudades de esas Majors. Para mí, cada una de esas medallas significan esfuerzo, sacrificio, constancia, trabajo, ilusión y humildad.
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