Rotterdam '18, la número 13
la consulta del especialista
Comparada con otras maratones, es una carrera muy 'manejera'
La verdad es que no recuerdo cuando decidimos apuntarnos, ni siquiera me fijé mucho en la fecha exacta, el caso es que ahí estábamos metidos en un avión en dirección a Rotterdam, a por una nueva aventura de 42 kilómetros. La expedición la componíamos una representación de los Espartanos del Alquián, Emilio Baeza, Javier Alonso, Juan Luis Saavedra, Belén Uroz y yo mismo, todos corredores de fondo con experiencia imitando a Filípides.
Rotterdam es una ciudad curiosa. Fue devastada en la Segunda Guerra Mundial quedando únicamente en pie la iglesia más importante. Es por ello por lo que los edificios parecen sacados de un libro de arquitectura: formas imposibles, mezclas variopintas y como colofón el famoso puente Erasmo de Rotterdam, símbolo de la ciudad.
Comparado con otras maratones, Rotterdam es una carrera muy "manejera", sólo hay que evitar ser atropellado por una de las miles de bicicletas que, a todo gas, circulan por los carriles bici. La feria del corredor se encuentra en pleno centro, muy cerca de los hoteles y lo mismo ocurre con la salida y la llegada. El número de corredores no es desorbitado por lo que la burocracia de recogida de dorsal, chip y demás se hace realmente rápido. El ambiente en las calles es inmejorable. Ya se ven corredores de todas las nacionalidades luciendo con orgullo sus equipaciones y sus banderas estampadas en ellas.
Nos despertamos a las 7:00 de la mañana y bajamos a desayunar. El hotel está muy cerca de la meta así que no hay que apurarse por llegar tarde a la salida, sobre todo teniendo en cuenta que es a las 10:00, un poco tarde teniendo en cuenta que se prevé calor a mediodía. El día amanece cubierto sin amenaza de lluvia y con 12 grados. Nunca se duerme bien la noche antes de una prueba como ésta. Los demonios de las dudas nos visitan de noche haciendo que el descanso sea imposible, pero si además tu compañero de habitación se pone a ver "Españoles por el Mundo" a las 5:00 tampoco ayuda.
Unos 12 mil corredores nos damos cita en la Schiedam-sedijk, la calle donde se encuentra el ayuntamiento. El ambiente es increíble y como la calle no es muy ancha todos nos apelotonamos en busca de nuestro cajón de salida. Javier y Belén se quedan en el 2. Correrán juntos hasta que puedan, luego cada uno con lo suyo. Emilio, Juan Luis y yo al primer cajón. ¿Qué quieres hacer? Es la pregunta típica en todas las salidas de pruebas así y la respuesta aún más típica: "quiero llegar". Le apuesto a Emilio que si bajamos de 3 horas 30 se viene a correr la maratón de Atenas. Acepta a regañadientes. Yo tampoco lo tengo claro pero vamos palante. He escrito en el dorso de mi mano el nombre de mi hermana pequeña, Ana. Es corredora y está pasando una mala época. Cada vez que mire el reloj, también veré el mensaje escrito "Va por ti Ana". Eso seguro que me da fuerzas cuando no quede nada de gasolina en el depósito. Antes de salir le envié la foto de la mano para que sepa que estoy con ella.
3-2-1 y pam, suena un cañonazo disparado por filibusteros y se lanza la carrera. El primer kilómetro es de ensueño al recorrer en Puente Erasmus. Me recuerda al de Verrazano en la salida de Nueva York. Juan Luis sale disparado y se pierde. Su objetivo es más ambicioso. Emilio y yo vamos al par intentando calcar los ritmos para que no pasen factura al final. Cientos de holandeses aplauden con vehemencia a los esforzados de la ruta. El recorrido nos lleva a las afueras de Rotterdam y pasamos al lado del estadio del Feyenoord a los 5 kilómetros y el pulsómetro nos chiva que vamos un pelín más rápido de la cuenta. Hace fresco y los avituallamientos líquidos al principio se colapsan de corredores en busca de la esponja y el vasito con agua. Emilio se queda un pelín rezagado, prefiere ir a su ritmo aunque en un ida y vuelta al final de una calle lo veo, solo nos separan unos 500 metros. Paso la media maratón en 1 hora 43 minutos, lo que tenía planeado. Pero no llevo chispa, aunque las piernas se saben a la perfección el ritmo, la mente no va fresca. Corremos por canales escuchando a Shakira, Bon Jovi o Dire Straits gracias a las orquestas que se afanan en animar a la marabunta. Todo va bien pero en el kilómetro 26 empiezo a notar una tirantez en el isquio del muslo derecho. Nunca me ha dado problemas pero hoy ha comenzado a hablarme alto y claro. Se contrae y me duele. No le ha gustado que sólo hayan pasado 6 semanas desde Tokio y me lo hace saber. Acorto la zancada pero veo que no se alivia por lo que comienzo a calcular mentalmente cuánto tardaría en llegar si no pudiera correr. ¿Y si tuviera que abandonar y además en la maratón número 13? Los demonios comienzan a revolotear en mi cabeza. Llego al avituallamiento líquido y camino unos metros intentando poner orden en mis ideas. Voy a ir más despacio acortando la zancada así no le exijo tanto al músculo a ver si pudiera aguantar. Froto mi muslo buscando alivio y dando cariño al músculo rebelde y retomo la carrera. Se percibe una molestia pero me deja correr, sin embargo el ritmo se ralentiza considerablemente. Cada bip de mi pulsómetro marcando un kilómetro nuevo es un alivio, otro menos. "No he venido hasta aquí para retirarme". Kilómetro 32, me pasan los corredores que marcan el ritmo de 3 horas 30. Ese era mi tiempo. Miro al grupo con nostalgia y agacho la cabeza. Tengo otra tarea y esa es sobrevivir y llegar a meta. Entramos de nuevo en la ciudad y el ambiente es brutal. Los holandeses son ruidosos como los españoles o los italianos y se agradece a estas alturas aunque cada uno libre una batalla por sí solo contra el dolor, las dudas y el cansancio. Tokio me está pasando factura y las reservas van al límite. Miro el reloj pero me fijo en lo que tengo escrito en mi mano "Va por ti Ana". Trago saliva y aprieto los dientes. Gritos, aplausos, música…el ambiente es de locos, hipnótico que te lleva en volandas a la meta. Giro a la derecha y 500 metros. La multitud golpea las vallas con las palmas, los corredores, sabedores de que terminan se ponen las manos en la cabeza, lloran, ríen dando sentido a todo este esfuerzo, los sacrificios, el dolor. Los últimos 50 metros los recorro dando besos a mi mano, esperando que todas estas sensaciones le pudieran llegar de alguna manera a mi hermana. Al final, 3 horas 48 minutos y 4 segundos. Decimotercera maratón completada igual que el resto de mis compañeros. El cuerpo ha hablado y yo soy de escucharlo.
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