Pichichi de todo cuanto le dejen jugar
Con veintisiete goles en la liga regular y cinco en la promoción, el brasileño firma unos números de ensueño Su éxito radica también en el sacrificio defensivo que demuestra
Hace aproximadamente un año, Charles lloraba en Córdoba la eliminación a manos del Valladolid en la promoción de ascenso a Primera. El brasileño le había birlado en los últimos partidos el segundo camino hacia la máxima categoría al equipo, entonces, entrenado por el Boquerón Esteban. Pero Alfonso García le había echado el ojo, sabía que iba a ser la punta de lanza de su nuevo proyecto una vez que Leo Ulloa tenía los pies y la mente bien lejos de Almería.
El ariete es un delantero de coraje, de garra, de buen posicionamiento, de cabezazo impecable y sus 32 goles esta temporada bien lo demuestra. Los ha marcado de todas las formas, de todas las maneras. Y eso que hasta se ha permitido el lujo de fallar dos penaltis precisamente ante Las Palmas, pero eso sólo son meras anécdotas. Aunque tuvo una mala racha, cuando su escopeta ha hecho falta, ha estado bien preparada y calibrada.
El partido de ayer de Charles sólo fue el colofón de una gran temporada, de una magnífica campaña, de un año que le costará olvidar. En Almería, donde aún tiene tres años más firmados, ha logrado su gran sueño de subir por primera vez a Primera División. Sus dos goles dieron ayer la tranquilidad necesaria a un equipo que había encarrilado la eliminatoria en Gerona gracias a la puntera de su bota y que casi la había sentenciado con un magnífico planteamiento y una actitud inmejorable.
De primeras, la fortaleza aérea de la zaga visitante impedía a Charles tocar pocos balones. Pero él no se desesperó. Cayó a banda, ayudó en defensa, se compaginó con Soriano para buscar huecos. A los 2 minutos tuvo una ocasión con un cabezazo que se marchó alto. Hasta el descanso, al brasileño se le vio solidario, ayudando en el repliegue cuando a Aleix Vidal o a Iago Falque le faltaba el fuelle después de una larga y dura carrera.
En la segunda mitad llegó su recital. Primero, como acostumbra, estuvo en su sitio, en el área chica con la caña preparada para empujar a gol una gran jugada personal de Iago Falque. Pero su obra de arte vino en el segundo. No sólo por la inteligencia de esperar en campo propio para evitar el fuera de juego, sino también por el recorte que hizo ante Becerra para cerrar el partido y dar comienzo a una fiesta que queda para la posteridad.
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