Nostalgia por el Mikasa
Con el 2005, los duros, anticuados, aunque formativos campos de tierra, dejaron su sitio al césped artificial
¿Quién no ha recibido hace poco tiempo un balonazo y de su boca ha salido la expresión: "El Mikasa sí que picaba"? Pues sí, era bastante más doloroso el impacto con aquel rudimentario balón de cuero, que con los modernos esféricos en cuya fabricación participan ingenieros, que lo someten a todo tipo de experimentos para que pase diferentes controles de calidad.
Cabecear un Mikasa era una osadía, notabas cómo la piel se desgarraba por la fricción con aquel abrasivo cuero, cargado con la munición que suponen miles granos de arena. Su tacto rudo y aspero era comprensible, los terrenos de juego de finales del siglo pasado eran aún de albero, de esa fina de tierra en la que el balón botaba como un conejo y que tantas y tantas rodillas de jugadores solló. Parece que ha pasado un mundo desde que a raíz de los Juegos Mediterráneos, todos los terrenos de juego de la capital almeriense se hayan cubierto de una moqueta de césped artificial. Parece anticuado, de fútbol de otra época, jugar en campos como Los Eucaliptos del Parador, uno de los pocos que queda de tierra en la provincia. Sin embargo, todos los jugadores que aún conservan las cicatrices de la tierra coinciden en afirmar que sobre aquellas duras superficies se forjaban futbolistas.
No les falta razón. Hasta el 2005, la mayoría de campos eran de tierra a excepción del Juan Rojas, Estadio de la Juventud y Estadio de los Juegos Mediterráneos. La ciudad de Almería contaba con muchas instalaciones futbolísticas para los equipos de barrio, a los que les resultaba más económico mojar el albero, que regar y cuidar el césped natural. Sólo la familia Cortés en Las Chocillas y alguno privado como el Club de Natación, tenían hierba. Hasta que llegó la revolución del césped artificial a comienzos del siglo XXI y la tierra se desechó.
La modernidad obligaba a jugar sobre moqueta y todos los clubes capitalinos o bien adaptaron sus terrenos de juegos o cambiaron de instalaciones. La poca tierra sobre la que un día botó un Mikasa hoy, abandonada, es pasto de hierbajos y botellones clandestinos.
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