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La Consulta del Especialista
Imagina que tienes un problema médico, un dolor al que no le encuentras explicación. Un familiar ha muerto de cáncer y su historia te recuerda a la tuya. No duermes y estás de mal humor, estás intoxicado de cortisol.
Tu jefe y tú no tenéis buena relación. El domingo por la tarde estás pensando en el lío que puedes tener al día siguiente. Te duele el cuello e incluso el pecho. Vas al baño con más frecuencia de lo habitual. Estás intoxicado de cortisol.
El 90% de las cosas malas que pensamos que pueden ocurrirnos, no suceden. Nuestra mente nos juega malas pasadas y se pone en la peor de las situaciones, que no suelen ocurrir. El dolor que refiere la primera persona no se debe a un tumor cerebral sino probablemente a un dolor emocional o tensional. En medicina, lo más frecuente es siempre lo más frecuente.
En esas situaciones de ansiedad donde nuestra mente no juega en nuestro equipo, hay una hormona que nos intoxica todo el organismo, es el cortisol.
Es una hormona que se produce en unas glándulas llamadas suprarrenales, que se encuentran sobre los riñones. Es la hormona de estrés.
El cortisol es necesario para poder vivir. Tiene ciclos durante la jornada. El pico más alto se encuentra al amanecer, para activarnos y comenzar el día.
Entre sus principales funciones:
Además, seguro que hemos conocido a personas que están continuamente estresadas y parecen más “estropeadas”, más envejecidas. El estrés provoca un aumento en la oxidación celular y contribuye al envejecimiento de nuestro organimo.
El cortisol es importante y necesario en algunos momentos del día, pero si se mantiene demasiado elevado durante más tiempo del habitual, se genera esa intoxicación de cortisol que es tremendamente perjudicial.
Durante los dos últimos años, casi toda la población ha estado intoxicada de cortisol. El miedo a contagiarse, a las vacunas, a lo desconocido, a perder el trabajo, a desconfiar de los demás por si nos “pegan” el virus, nos ha generado ese estrés permanente.
Hay 4 neurotransmisores básicos que se relacionan con el estado de ánimo que son epinefrina, dopamina, serotonina y las conocidas endorfinas. La epinefrina, perteneciente al grupo de la adrenalina, es la encargada de la alerta y aumenta gracias a la activación del cortisol. Los anglosajones le llaman la sustancia de luchar o correr ( cuando es segregada, nos enfrentamos a la situación de peligro, pelea, o bien, cuando no, es cuando decidimos huir).
Las más importantes son la serotonina y la dopamina. Respecto a la primera de las citadas, es el mejor antídoto contra la depresión ya que nos eleva la moral y el estado de ánimo. Pero se encuentra por debajo de sus niveles normales en situaciones de estrés y ansiedad, o si nuestra dieta es rica en ácidos grasos y pobre en carbohidratos.
La dopamina es la responsable del ciclo sueño/vigilia. Sus niveles se alteran en situaciones parecidas a la serotonina, no en vano están muy relacionadas. Cuando la serotonina aumenta en el cerebro, lo hace la dopamina. Estos dos neurotransmisores aumentan durante el ejercicio de intensidad moderada pero relativamente prolongada como puede ser correr, bicicleta, natación o caminar. Esa actividad provocará un mejor descanso. Los depósitos de estos mediadores son repuestos durante la noche. Si ésta es de sueño escaso o insuficiente, no permite alcanzar los niveles perdidos durante el día, y encontrarnos la siguiente jornada decaídos, sin fuerzas. Si el ejercicio es muy intenso o explosivo, el efecto es el contrario, el nivel de dopamina baja y puede que nos cueste conciliar el sueño. Este mecanismo es la respuesta a por qué los problemas se ven de una manera al empezar a correr, en mi caso, y se transforman en otros problemas mucho más fáciles de resolver, tras la ducha postentreno. Si estamos de mejor humor a lo largo de nuestro día a día, tendremos un mayor apetito sexual.
El ejercicio físico regular es la clave para poder controlar esos niveles alterados de cortisol. Si incrementamos la serotonina y la dopamina, contrarrestamos los efectos del exceso de cortisol y se revierte toda la cascada de consecuencias a nivel metabólico que el cortisol provoca: mejor calidad de sueño, tensión arterial controlada, niveles de azúcares y grasa en sangre dentro de lo normal, vida sexual normal y menor riesgo de sufrir un problema cardiovascular.
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