El periodista y el filósofo

Nací sobre una rotativa | Crítica

Tecnos edita 'Nací sobre una rotativa. Las empresas culturales de José Ortega y Gasset', ensayo del profesor Ignacio Blanco Alfonso donde se destaca la importancia del periodismo en la configuración y difusión de la filosofía orteguiana

Imagen de José Ortega y Gasset (Madrid, 1883-1885)
Imagen de José Ortega y Gasset (Madrid, 1883-1955)
Manuel Gregorio González

18 de febrero 2024 - 06:00

La ficha

Nací sobre una rotativa. Ignacio Blanco Alfonso. Tecnos. Madrid, 2023. 318 págs. 18,50 €

Este ensayo del profesor Ignacio Blanco Alfonso contiene, en apariencia, una modesta empresa: destacar la importancia que tuvo el periodismo en Ortega, tanto en su vertiente familiar como en la exposición de su filosofía. Señalemos que cuando Bécquer regresa de Toledo a Madrid, en 1869, lo hace para dirigir La Ilustración de Madrid, propiedad de Eduardo Gasset Artime, abuelo del filósofo y fundador de El Imparcial, cabecera que más tarde dirigirá su padre, José Ortega Munilla, y donde colaboraría, durante un tiempo, el joven Ortega y Gasset. No es, sin embargo, la vieja familiaridad con las rotativas el único o el más importante vínculo orteguiano con la prensa. Como demuestra pormenorizadamente Blanco Alfonso, la filosofía del pensador madrileño fue escrita y pensada para los medios de comunicación, por cuanto era esta vía la más oportuna, según Ortega, para una difusión profunda y valedera de su pensamiento. Un pensamiento, precisemos, de fuerte impulso regeneratriz, y que tuvo notable repercusión en la marcha política de España en las primeras décadas del XX.

En este sentido, y en muchos otros, Nací sobre una rotativa es también una historia del periodismo industrial de aquella hora. Bien sea por la relevancia social de los medios de comunicación escrita y su capacidad de influjo en la contextura política del país; bien sea por la inclinación ideológica de cada uno de ellos, de la que resultarán, a veces, desacuerdos insalvables entre el pensador y la cabecera que lo cobija (El Imparcial, El Sol, La Nación de Buenos Aires). A este respecto, los artículos de Ortega “Bajo un arco en ruina” de junio de 1917, “El error Berenguer” de noviembre de 1930 y “Un aldabonazo” de septiembre de 1931 tendrían una enorme trascendencia política, de la que a veces saldría afectado el propio medio. Es precisamente esta inevitable interacción de la prensa y el poder, unida a la ambición educativa de Ortega, la que impulsará proyectos como El Espectador y su Revista de Occidente. Proyectos que, por su propia naturaleza, cultural y económica, necesitaban de un amplio eco, alcanzable únicamente en un formato popular, mediante el cual Ortega pretendía llegar, no solo a una España agitada y por hacer (España invertebrada, La rebelión de las masas, etc.), sino a un vasto público hispanoamericano que disfrutará de su alto magisterio a través de La Nación bonaerense.

Pasada la Guerra Civil, Ortega disminuiría el número de sus colaboraciones en prensa, hasta suprimirlas totalmente. La malograda tentativa de colaborar en el España de Tánger y en La Vanguardia de Barcelona, según señala Blanco Alfonso, se debió a las lógicas cautelas del pensador respecto de la censura franquista. También de La Nación habría de marcharse, tras la publicación de un artículo escrito contra él con inopinada virulencia. De todo ello se desprende que las publicaciones periódicas de Ortega -publicaciones de las que dependía, en buena parte, su sustento; y en mayor modo durante del exilio-; de todo ello, repito, se induce que hubo una parte de manutención y oficio en las colaboraciones de Ortega en la prensa de todo el globo. Lo cual no obsta, sino al contrario, para que el pensador privilegiara este medio de infundir en las “masas” cierta predilección por el ensayo y el apetito de comprender que la filosofía de Ortega, acaso la más sugestiva del XX, contagió a sus lectores y oyentes, pues no fueron pocas las conferencias impartidas por él, como otra forma más de enfrentarse y seducir a las multitudes (su Idea del teatro tendría lugar, sucesivamente, en Lisboa y Madrid, en abril y mayo de 1946).

A nadie se le escapa, por otro lado, que la multitud era ya una cuestión actual en el XIX de Baudelaire y Poe. No en vano, la tesis doctoral del joven Manuel Azaña iría dedicada a la responsabilidad penal de las multitudes. La multitud transformada en masa, como ente acéfalo y compacto, será el objeto de atención preferente y el público a seducir, extrayéndolo de ese lazo primario, en Ortega. Una seducción que alcanzó todos los ámbitos de la vida, del toreo a la física de partículas, con igual perspicacia y diligencia. Es esta versatilidad del genio, vertida en papel prensa, la que fija aquí, ejemplarmente, Blanco Alfonso, en su precisa contextura histórica.

Ortega, historiador del arte

En el curioso antagonismo habido entre Ortega y Gasset y Eugenio d'Ors, un antagonismo que se dilucidó, mayormente, en los periódicos, parece que el gran Xenius hubiera obtenido la primacía estética con su eón barroco, mientras que Ortega se dispersaba en numerosas direcciones. Sin embargo, esto no fue así. La deshumanización del arte de Ortega es un libro de sólido y temprano avizoramiento. También en lo que concierne a sus Papeles sobre Velázquez y Goya, de formidable y oportuna erudición, y donde el pensador muestra su extraordinaria capacidad de interrogarse sobre cualquier aspecto de la realidad, ofreciendo provechosas e inusitadas perspectivas. Recuerda Blanco Alfonso, por otro lado, la ponderación de su escritura, el elogio de su valía como literato, que a la muerte de Ortega hacen de él Baroja y Azorín. Asunto este de particular importancia, puesto que Ortega y Gasset enumeró las cuestiones de su siglo, sustanciándolas clara y radicalmente, pero apoyado en una escritura de melodía modernista, como un eco glorioso de Rubén. He ahí una última sutileza orteguiana.

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