Mentiras entre mentirosos
Oswald: El falsificador | En Filmin
Filmin produce y alberga este nuevo filme de Kike Maíllo con trazas de 'fake' que compite por el Goya al mejor documental
Ficha
** 'Oswald, el falsificador'. Documental, España, 2022, 100 min. Dirección: Kike Maíllo. Guion: Marta Castillo. Fotografía: Rubén Collado. Música: Marc Timón. Con: Oswald Aulestia, Kike Maíllo.
La sospecha del fake sobrevuela de cabo a rabo este filme en formato documental de Kike Maíllo (Eva, Toro, Cosmética del enemigo) sobre la vida, obra, fraudes, huidas y milagros de un tal Oswald Aulestia, presunto estafador internacional gracias a sus supuestas falsificaciones de obras de arte de autores de renombre vendidas en el mercado online.
A poco que uno busque su nombre en Google comprobará que no hay apenas rastro de la persona más allá de 2022, a saber, la fecha del estreno de este filme que compite por el Goya en unas semanas. Y por supuesto, las sospechas las levanta el propio documental, un trabajo hiperrealizado, hilvanado hasta el último detalle (sorpresas y giros incluidos) y avalado por la presencia-guía del propio Maíllo, elementos que inciden demasiado en justificar y hacer pasar por verdadero lo que, en realidad, no deja de ser, o eso nos parece, una astuta operación ficcional posiblemente basada en algún personaje, caso o situación parecidos.
En este último sentido, Oswald, el falsificador se nos antoja una operación tan efectiva como efectista, justificada (desde el primer momento, con citas al Welles de Fraude) por su tema y su personaje, guiada con maña trilera por todos los lugares comunes del formato y ese amplio despliegue de medios que nos hace viajar hasta Italia y Estados Unidos para recrear con mayor verosimilitud el azaroso periplo de nuestro seductor falsario.
Mucha traca tal vez para enmascarar e hipervitaminar un supuesto retrato satírico sobre el mundo del arte y su mercadeo y trazar el perfil de un personaje sin duda atractivo y enigmático al que, empero, se le ven las costuras de la sobreactuación. A la postre, lo que acaba quedando es la sensación de que a Maíllo le gusta manejar juguetes y trenes demasiado caros para no ir demasiado lejos, también para demostrar que es un cineasta que suple con la ampulosidad, la imitación y el exceso ciertas limitaciones de talento. O tal vez su talento sea ese.
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