No es el sistema, es el votante

Análisis

La fragmentación del sufragio, que demuestra que el método D’Hondt no prima per se el bipartidismo, y la alta abstención son los mayores riesgos para la gobernabilidad andaluza

Papeletas de las elecciones autonómicas andaluzas de marzo de 2015.
Papeletas de las elecciones autonómicas andaluzas de marzo de 2015. / Europa Press
Alberto Grimaldi

02 de diciembre 2018 - 04:03

SEVILLA/Durante lustros, partidos políticos que no tenían un amplio respaldo en las urnas, al menos en comparación con las dos formaciones más votadas, se han quejado de que el sistema electoral español –y andaluz– infravaloraba su representación en las respectivas cámaras legislativas, fuera el Congreso o el Parlamento de Andalucía.

Culpaban, sobre todo, al sistema de escrutinio, que sigue el método creado por el jurista belga Victor D’Hondt Se trata de Vox, que pese a su discurso centralista y xenófobo con el inmigrante ha logrado movilizar a parte de la derecha andaluza. Está por ver cuánto y con qué resultado tangible en el hemiciclo de la otrora iglesia del antiguo hospital de las Cinco Llagas. Su presencia enfatiza la incertidumbre sobre la gobernabilidad. para asignar escaños usando el promedio mayor, obtenido de la división del total de sufragios de cada candidatura y en cada circunscripción por cada uno de números de asientos a elegir.

Mientras dos partidos aglutinaban el 75% o más del voto, el sistema, se lamentaban, primaba el bipartidismo y marginaba a las minorías, por lo que reclamaban un sistema proporcional puro.

Voces del Partido Andalucista o de Izquierda Unida en las veces en las que voto de izquierda se concentraba en el PSOE han repetido estas quejas. No hace tantos años.

Pero el nuevo mapa político andaluz –y español– ha demostrado que su queja era tan infundada como partidaria. No era el sistema, era el votante.

Se abre el abanico

Ahora que el abanico de posibilidades del arco político se ha abierto más y es posible elegir morado o naranja donde antes sólo se veía rojo y azul, el voto se ha fragmentado. El elector –y en muchos casos nuevo votante– ha repartido el sufragio entre al menos cuatro opciones capaces de obtener decenas de escaños en las cámaras y la gobernabilidad ya no es cosa de uno solo, ni siquiera de uno y un apoyo externo, sino que es tarea para dos o más partidos.

Ese fenómeno ya se ha visto con claridad en las dos últimas elecciones a Cortes Generales: las de diciembre de 2015, que provocaron un bloqueo institucional que llevó a convocar de nuevo a los electores en junio de 2016, donde el bloqueo se salvó in extremis y a costa del más truculento Comité Federal del PSOE que los cronistas vivos pueden recordar y que terminó con la dimisión de Pedro Sánchez, pero no con su carrera política ni su liderazgo en el partido.

En las dos investiduras que ha habido en estos dos años y medio ha sido necesario el concurso de más de dos partidos para asegurar la mayoría que permitía elegir al presidente del Gobierno, una de ellas y, por primera vez, en una moción de censura.

En 2015 ya hubo un reparto a cinco, aunque con el PSOE destacado al asignar los escaños

En Andalucía esa fragmentación, aunque la hubo, no fue tan acusada en marzo de 2015 como sí lo fue meses después, en diciembre, en las generales.

Varios factores influyeron. La anticipación de las elecciones un año, decidida por la presidenta Susana Díaz, cogía menos preparados a los dos partidos nuevos. El objetivo de la líder socialista con el adelanto era perjudicar a Podemos. Pretendía mejorar el resultado de José Antonio Griñán en 2012 y superar los 50 escaños de nuevo. Lo logró sólo a medias: pudo ser de nuevo el partido más votado, pero empató en los 47 escaños del 2012, y con cinco de ellos obtenidos en los últimos momentos del escrutinio: el duodécimo de Almería, el decimoquinto en Cádiz, el undécimo tanto en Huelva como en Jaén y el decimoséptimo de Málaga.

Desplome del PP

Dicho de otro modo, el gen ganador de Susana Díaz se explica mejor por el hundimiento del PP de los 50 asientos que impidieron gobernar a Javier Arenas por faltarle cinco para la mayoría absoluta a los 33 del primer intento de Juan Manuel Moreno Bonilla de ser elegido presidente de la Junta de Andalucía. Y también por un fenómeno inesperado para Díaz cuando convocó y que resultó muy positivo a la postre para ella: Ciudadanos se aprovechó del desinfle del PP hasta lograr unos inesperados 9 escaños que le han asegurado a la presidenta una X Legislatura autonómica con una gobernabilidad muy estable, pues Juan Marín ha sido un socio nada incómodo, más bien dócil.

Tres años y casi ocho meses después de aquel 22 de marzo de 2015, los andaluces vuelven a votar hoy y la fragmentación, y también la abstención, ponen en riesgo la gobernabilidad de la XI Legislatura, que no está exenta del riesgo del bloqueo.

Como ya se ha demostrado en el contexto nacional, será el votante y no el sistema quien acabará con el mito de que el método D’Hondt prima al bipartidismo también en el ámbito andaluz.

Los sondeos conocidos hablan de un partido, el único que ha gobernado desde 1982, el PSOE, que está algo más destacado, aunque con un relevante desgaste, y de otros tres con representación –en realidad cuatro porque IU se ha integrado con Podemos en Andalucía Adelante– que llegan muy próximos y disputándose quién es segundo, tercero y cuarto en esta carrera electoral.

Y como en 2015, un nuevo partido irrumpe para alterar el tablero que desde la sede de la sevillana calle San Vicente el PSOE imaginó para decidirse a convocar, ¿quizás tarde?, cuando más le convenía.

La posibilidad de que Vox obtenga al final representación enfatiza la incertidumbre sobre la gobernabilidad

Se trata de Vox, que pese a su discurso centralista y xenófobo con el inmigrante ha logrado movilizar a parte de la derecha andaluza. Está por ver cuánto y con qué resultado tangible en el hemiciclo de la otrora iglesia del antiguo hospital de las Cinco Llagas. Su presencia enfatiza la incertidumbre sobre la gobernabilidad.

La fragmentación del voto, aún mayor con Vox, juega en contra de casi todos –ya lo analizamos hace unos días–; por pescar en el electorado de unos o poner en riesgo escaños que se obtuvieron casi al cerrar los recuentos de cinco de las ocho provincias.

Ojo a la abstención

Pero no sólo la fragmentación será clave hoy. También la participación. Dicho de otro modo, cuán grande sea la abstención y a qué partido castiga más.

Ese tablero distinto al imaginado ya hizo que en la segunda semana de campaña el PSOE-A cambiara de paso y abandonase, ¿quizá tarde también?, el perfil bajo que habían elegido Díaz y sus asesores para diseñar su agenda e intervenciones.

La mayoría de las encuestas sobre las elecciones andaluzas de 2018 que se han hecho públicas prevén una participación de entre el 63% y el 65%. Una asistencia todavía menor enfatizaría la incertidumbre que para la gobernabilidad supondrá la que seguramente sea la mayor fragmentación del voto andaluz que obtiene representación desde que se celebran las elecciones autonómicas.

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