El Vivillo en sus días de incógnito en Almería
Cuenta y razón
Un personaje peculiar en su paso por la provincia de Almería
La Almería de García-Sanchiz. Mirando de arriba a abajo, como los reyes

Ya les hablé este verano de “El Jaén”, bandolero de chichinabo y único de Almería, pues tal parece como si Sevilla, siempre empeñada en poner lunares y sevillanas a nuestras fiestas, se empeñe también en hacerse con todas las cosechas de bandoleros de casta. De su villa de Estepa salieron, si no todos, sí los más renombrados: desde el educado “Lero”, pasando por el cruel “Pernales”, para acabar en Joaquín Camargo “El Vivillo” (1866-1929) considerado como el último de los “niños", “muchachos” o “caballistas” que así llamaba el pueblo a los bandoleros que robaban el dinero a los ricos, ¿a quién si no?, para dárselo a los pobres, que tararí que te vi.
Décimo de catorce hermanos y uno de los dos que pasaron la durísima prueba que entonces era la infancia. Vivo e inquieto cayó en el contrabando y pronto, 1892, en el bandolerismo duro con el asalto de Villamartín. Solo la muerte salvó a mamá Rosalía de ver a su Joaquinito, a quien tantas veces había soñado hombre de Dios, partidario del Diablo.
Un Diablo que lo pone a correr unas veces delante de los civiles y otras detrás de las coartadas, concediéndole brevísimas paradas, como las de Almería, una relación iniciada en viernes santo de 1897 cuando, desde Gibraltar y tras día y medio de navegación, trata de meter cuatrocientos fardos de tabaco “cerca de Berja”, “en el límite de las provincias”, dice él, y yo creo que es Balanegra. Sin respuesta a la señal, prueba al día siguiente y ya a doscientas brazas de la playa, repite señas que son respondidas por una sombra que se acerca y aclara: ¡La tabacalera! Vela para qué os quiero, voces de alto, tiros, tabaco al agua… la barca no surca el mar sino vuela, rumbo a tres días de extraviado y el último hambriento, hasta que al fin divisa la costa de Argelia, a la que El Vivillo promete y saluda: “si alguna vez me veo obligado a salir de España vendré a ti, tierra hermosa”.
Los cien fardos de tabaco que se salvaron navegan en una balandra inglesa hacia Gibraltar, cuando él, ya limpio y repuesto, retoma la barca que lo devuelve a España, a su Estepa del alma desde donde planea, el robo de Nueva Carteya, 6 de mayo de 1897, con el que se echa encima a la Guardia Civil… y en su jaca Beata corre hacia Málaga, mientras su Lola y los niños le siguen en tren. Y un día de junio embarcan en el vapor de Ibarra desde cuya cubierta contempla por vez primera una Almería “moruna”, de azoteas, palmeras y riscos, coronada “por la morisca Alcazaba y rodeada de un blanco caserío que se enrosca en su derredor semejando un turbante...”
Descripción del todo tópica, de no ser por la peculiar idea que de un turbante tiene el bandido, y el verla roja de hierro, por el mineral que embarca, como una “ciudad ardiendo...” como si presintiera ya la Almería achicharrada por el urbanismo que hoy padecemos. Calle de la Reina arriba camina una familia discreta y oscura, como la vestimenta del jefe: sombrero, traje con faja, chaleco y camisa blanca abrochada al cuello y sin lazo alguno, dando el pego de ganadero o labrador.
Un Vivillo que desde que se embarcó en Málaga es José Sánchez, el mismo que ahora entra en la fonda sita en los contornos de la Plaza Vieja, a un paso de todo: del despacho que le proveerá de papeles casi legales y de las casas de Las Perchas en las que tomarse una copita acompañá… A los tres días viendo peligrar “su incógnito, su libertad”, marcha a Cartagena para, fiesta del Carmen de 1897, embarcar en el correo francés con destino a Argelia.
Salvo las escapadas, allí anduvo de hostelero, tan a gustito, dándosele bien los dineros y las mujeres… de otro, hasta que la propia y la gendarmería lo cercan y de Orán salta a España en 17 de julio de 1903. Rebota en Almería, y otra vez convertido en José Sánchez es huésped de la fonda cercana a las casas en las que tomarse una copita acompañá. Culillo, forzoso, de mal asiento, desde Barcelona y 7 de abril de 1904, embarca para Argentina que es ahora su tierra prometida… En 7 junio de 1907 retorna de polizón a España y de nuevo se oculta en Málaga y Almería.
En 1908 huye a Buenos Aires para volver encadenado en 1909 a enfrentarse a una docena de causas de bandolerismo, de las que sale indemne, quizás un poco contrabandista, pero como si nunca hubiera tenido nada que ver con “Pernales”, “Vizcaya” y “Soniche...” que nuestro personaje, además del último bandolero fue el primero en negarlo, y el único mediático, que dio entrevistas, picó toros y hasta publicó en 1911 el libro de sus amnesias que tituló “Memorias del Vivillo”.
Y aunque toda España se traga el sapo de su inocencia, a Almería se le hace bola gracias a que entre sus vecinos cuenta desde hace años con el comandante Rafael García Casero, activo sociopolítico, antiguo perseguidor de El Vivillo y quien dio la patada de gracia al bandolerismo en el culo de los caciques que lo hacían posible. Además de por su campaña en Estepa, fue célebre por su obra “Caciques y Ladrones”, publicada en 1908 en nuestra ciudad, un libro al que El Vivillo podría haber complementado con el suyo, delatado a sus protectores.
Desde Cádiz, 7 abril de 1912, vuelve a Argentina y allí va a andar tratando de mejorar fortuna hasta que la muerte de su mujer en 1915 lo hunde en la melancolía y ya su idea de retornar a su Estepa con capital, la deja para otra reencarnación y deprimido ya no levantará cabeza hasta un día de 1929 en que él, tan de tiros, traga cianuro para quitarse de en medio. En la mesita, su ruego escrito de que no se moleste a nadie por su muerte y sobre los Buenos Aires argentinos su “Adiós, muchachos” en la boca de Gardel.
En 1947 aún tenemos a la justicia preguntando que quién demonios es “El Vivillo” que anda de robagallinas por Níjar.
Es lo que tiene la leyenda: que idealiza y permite todo, hasta el punto de llamar “vida fácil” a la de la putería y a la del bandolerismo, con lo duras que son, según he oído: Siempre corriendo, y en las paradas cambiar de nombre para tomarte una copita acompañá.… que eso era lo que hacía El Vivillo en sus días de incógnito en Almería.
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