El viejo lugar de Febeires. Un pecadito entre las nubes
Almería
Cuarenta años hará que con mi amigo Antonio García Alonso tratamos de ir a París al amparo de la Alianza Francesa y ya con un pie en el estribo del tren nos malogró el viaje un torpe
Almería/Pero quiso Dios en su infinita misericordia que mi compañero se sacara de la manga una cacería de desagravio a Febeire, que no digo yo que fuera París pero ganar salí ganando con el cambio pues conocida la capital francesa, fue para mí un hallazgo aquella cortijada, blanca sobre verde, violeta y gris pizarra de la sierra de Filabres, a la que tan solo conocía de leídas.
Alojados en la casa principal, cuatro tapas y viraron las copillas a sueño y todos a dormir para en pocas horas estar monte arriba a la búsqueda de los jabalíes… se fueron los cazadores y me quedé solo, ovillo dormido en aquel nido de lana calentita de cama antigua… No había pasado ni media hora de la marcha cuando oí un ruido misterioso procedente de la puerta de la casa y allá que fui a tientas y tras los cristales vi en sombras imprecisas un par de jabalíes hozando, ajenos a mi presencia. De las cumbres se habían venido aquella noche a la puerta, seguramente por intuir que era yo el único que no entrañaba peligro alguno para ellos, como si supieran que aparte de las moscas de mi niñez no era yo hombre de cacería sino de su ambiente, que siempre me ha tirado el beber hablado y reído y sobre todo oído mejor si exagerado, por lo mucho que esto tiene de creación.
Marchó la puerca visita, dicho sea con respeto, y recaí en la cama confortable para al poco acabar despertado por una voz de mujer que al otro lado del arroyo estaba lavando ropa y sin saber de mí cantaba, y bien, un romance que no era del tiempo suyo sino del de la guerra de África, seguramente aprendido de su madre como yo lo había oído de la mía en el Aguadulce sevillano:
"El veinticinco de abril, allá por la primavera, / Era un general que iba
con soldados a la guerra. / Más de mil hombres llevaba debajo de su bandera / Unos ríen otros cantan, otros se mueren de pena" …
Uno de los cuales podría ser, digo yo, el soldadito en tierra de moros del cantar bonito de nuestra lavandera febeiresa, que no guardé por no ser aquellos, tiempos de móviles ni llevar grabadora encima, así es que me quedé con las ganas de haber conservado aquella versión de "El Enquintado" al que mandaron a la guerra el mismo día de su boda.
A solas, como se ríe uno de sus maldades, aguardé el retorno de los cazadores burlados para contarles, recreándome, la visita nocturna de los marranos. Entre tanto examiné el caserío partido por el mismo arroyo que más abajo divide el pueblo de Velefique originando en su margen izquierda el barrio de Triana del que ya escribí hace tiempo desde las páginas de este Diario. En su decadencia, con unas casas cuidadas, que no habitadas, y otras en abandono, dejaba ver que el lugar de Febeire, con los de Gérgal y Velefique y la villa de Bacares como capital, había formado parte de un antiguo señorío feudal, dado en 1492 por los Reyes Católicos a los Cárdenas, luego condes de la Puebla del Maestre en tierras de Badajoz…
Retirados los medianeros que antaño tuvo, perdidos almendrales y otros cultivos acabó el lugar convertido en un anejo, despoblado, coto de caza y mero paisaje que en el siglo XX era propiedad de la familia Lapeña Cicognani hasta que en 1977 puso en él sus ojos claros y finos el empresario don Joaquín Vázquez Imberlón y lo adquirió para cuidarlo con mimo. Y en ello sigue.
Coronaba el caserío una pequeña iglesia a la que imaginé antigua mezquitilla; su puerta abierta me invitaba a entrar y a eso me disponía cuando se produjo la llegada de los cazadores que puso el punto final a mi olisqueo. Cuando llegué a la puerta de la casa todos sabían ya, como expertos en huellas, que los jabalíes habían jugado con ellos al escondite.
Pocos años después, en 1988, en una segunda visita ya no tuve la misma suerte y los gruñones no se presentaron, sombras, en la puerta de la casa ni se oyó, de amanecida, la queja por el novio soldado hecha canción en boca de Isabel que así se llamaba la mujer del pastor Juan Segura, únicos pobladores del lugar. Sí tuve esta vez la ocasión de detenerme atento ante el paisaje sobrecogedor por silencioso de Febeire y hacer algún que otro dibujo, que aquí traigo de ilustración: la casa de la lavandera, la emparrada y la iglesica en la que al fin entré para descubrir los pasos de sus últimos patrones.
Por la documentación allí enmarcada y expuesta supe que la campana, datada en "Febeire-Velefique 1953", aunque tenía un Cristo modelado fue bautizada como "María del Mar" con el lema "Gloria in excelsis deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis" que para ella había propuesto, sin quebrarse mucho la cabeza, doña Cecilia Gómez de Mercado Jiménez según figuraba en textos y dibujos firmados por Rafael Bueno y José Puertas en 1953... a dos años pasados de la coronación de nuestra patrona capitalina un hecho sin duda inspirador de que en 29 de agosto de 1959 se impusiera "a Ntra Excelsa Patrona La Virgen del Mar de esta ermita de Febeire la corona donada por don Antonio Rodríguez López y familia"...
Sobre el altar un escrito del alcalde don José de Soler certificaba que mientras los cuadros y enseres del culto eran propiedad de doña Matilde Torres Rienda y doña Dolores Nani Jiménez, la construcción del retablo y el adorno del recinto se habían hecho a costa de don Nicolás Lapeña Cicognani en 1916 a sólo una década de que un domingo de 1927, ya oficial de Hacienda, en el Paseo de Almería matara a tiros de revólver a su cuñado don Federico Navarro, médico del Hospital, y allí mismo se suicidara: Un drama familiar tan sonado como misterioso que llevó a su hermana doña Julia Lapeña Cicognani a la viudedad y hasta al destierro de Almería a Febeire, un lugar mucho más cerca del cielo, para que Dios oyera y viera con nitidez sus rezos y penitencias por una pena que ella no había provocado. O sí... Un pecadito en las nubes.
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