El silencio de las chumberas
La cochinilla del carmín ha convertido a uno de los símbolos de la vegetación en seres marchitos, toda una alegoría con los corruptos
El chumbo, el higo chumbo, es totalmente inofensivo mientras no sea ingerido en exceso. Cuando esto sucede, lo de engullirlo sin medida, propicia un inmisericorde e insoportable atasco intestinal. Las propiedades nutritivas de este fruto, sus colores o sabores, su pulpa dulce o que la planta fue introducida en Europa por los conquistadores españoles y distribuida a otros países del mundo, serían razones suficientes para escribirle un poema. De hecho, los hay: "La chumbera que así se llama el tallo, es madre muy celosa de sus hijos. La madre nace ya llena de espinas…", sin dejar de lado el ejercicio poético sobre el tema de un 'higo chumbo', que produjo seis sonetos (octubre-noviembre de 1848) firmados respectivamente por Blas Sirvent, José María Espadas y Cárdenas, Ana María Franco, Mariano Álvarez Robles, El Solitario y M. de U., tal y como se describe en 'Poesía y Prensa en la Almería del siglo XIX'.
El chumbo, el higo chumbo, ocupó los márgenes de las carreteras mucho antes de ponerse el toro de Osborne en las colinas cercanas, por consiguiente con bastante anterioridad al alicatado anuncio de Nitrato de Chile, un abono natural para el campo muy utilizado en los años 30 del siglo pasado; o sea, el higo chumbo ya era hasta de cuando ni siquiera había carreteras, de toda la vida, vamos. Cualquier chaval de pueblo convivía con los chumbos y las chumberas, en tanto los de ciudad se fascinaban con la visión de la planta. Más de un padre había de parar el coche en la cuneta para explicarle a su prole lo esencial de este alimento, la razón de los pinchos. Una clase de botánica apresurada con el motor del automóvil en marcha acerca de un arbusto exótico.
Arriba, en lo alto de lo alto de Bédar, en los alrededores de las chumberas no hay moscas, ni abejas, ni hormigas, ni otros bichillos semejantes. Estos animalillos huelen y huyen de la enfermedad, del escrache de la cochinilla del carmín, una de las siete plagas del agro almeriense. De las otras seis habrá tiempo de ocuparse. Es lastimero ver como una planta fuerte, resistente, adaptada a una tierra escasa de agua y pobre de suelo, se marchita lentamente por la voracidad de un insecto diminuto, parásito, que chupa la savia de las paleras hasta secarlas de por vida.
En contraposición a la tristeza provocada por las chumberas marchitas, el botánico de turno va y te enumera las virtudes y utilidades de la cochinilla: "polos y helados color fresa, yogures color fresa, mermeladas de fresa, cereza y frambuesa con carmín añadido para reforzar el color rojo, la gelatina roja, algunos embutidos, los sustitutos de la carne de cangrejo, los caramelos rojos, las gominolas y otras chucherías, los zumos de frutas rojas, algunas salsas de tomate, las grageas y cápsulas medicinales teñidas de rojo, los jarabes expectorantes y antitusivos con sabor y color a fresa, los jarabes antibióticos para niños de color rojo, pastas dentífricas rojas, elixires bucales rojos y otros muchos productos alimenticios, farmacéuticos y cosméticos, como pintalabios, sombra de ojos y polvos rosados de maquillaje, llevan el colorante rojo carmín de la cochinilla". Vale, vale. Así es el ecosistema, según parece. Lo uno por lo otro.
Lo otro, bueno, lo otro es la semejanza entre la parásita cochinilla con los chupópteros, los parásitos, los avaros, los corruptos, los corruptores, los que están por encima del bien y del mal, los tóxicos, en definitiva, como advierte el psicólogo Albert Bernstein, autor de 'Vampiros emocionales', quien considera que vivimos en un contexto propicio para la propagación de este tipo de personalidades tóxicas. Una incipiente plaga de neomaquiavelismo a la que es preciso poner freno. Su colega, la psiquiatra y psicoanalista Marie-France Hirigoyen, madre del término 'acoso moral', asegura que "para triunfar en la vida hay que ser un buen manipulador". Por tanto, acabamos utilizándonos los unos a los otros como si fuésemos las piezas de un tablero que, cuando dejan de servir a nuestros fines, simplemente dejamos de lado.
Tal vez, sólo tal vez, el triste paisaje de deshecho de las chumberas trae en contrapunto el recuerdo infantil de aquellos días de verano cuando no faltaba en la nevera un plato de chumbos pelados. Acaso y tal vez, sólo tal vez, la chumbera reseca sea el espejo de algunas maneras de entender la política.
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