La riada de Adra de 1973. Cuando el río saca sus escrituras

Almería

He sabido por la prensa que el ayuntamiento abderí ha aprobado el "Proyecto de Prevención de Inundaciones y Adecuación del cauce del Río de Adra". Nombre largo para una obra de mejora a la que le doy la bienvenida en este año en el que se lamentan los cincuenta de su última gran riada, unas horas de hace medio siglo que viven en mí con extraordinaria nitidez de imagen y sonido

La riada de Adra de 1973
José Luis Ruz Márquez

19 de febrero 2023 - 05:00

Almería/Viernes 19 de octubre de 1973. Noche de intensa lluvia en la baja Alpujarra y ya de amanecida el rugir sordo de mil aguas que desde los montes por arroyos y torrenteras bajan hacía un río que con tanto concurso de afluentes comienza a colmar el vaso de su cauce…

Encaramadas a sus laderas las viejas casas cortijos, ya deshabitadas, no tienen bocas para el sonar de las caracolas que antaño se sucedían avisando de la avenida. El río, crece que te crece, envalentonado, arrastra por los pelos de las cañaveras sus márgenes y con ellas los bancales borrando cultivos, arrancando árboles… baja desatado hasta que recibido el aporte del río Chico, se suelta del todo y al llegar a la altura del viejo molino del Borrego se pasa por el arco del triunfo el corte de desvío que le habían hecho y tira por donde lo había venido haciendo desde la noche de los tiempos: por lo que hoy es la carretera de La Alquería hasta llegar a la N-340 y allí en la fábrica de conservas Santa Isabel, vuelca los camiones que están a punto de salir con la rica melva destinada a lejanas bocas y las latas de sus cargas se echan a navegar por una Carrera que se ha tornado canal de competición de troncos, muebles, electrodomésticos y, por supuesto, muchos coches en cuya representación traigo aquí el del entonces mi director en el instituto, y sin embargo amigo, Rafael Martinez Marín, un escarabajo volkswagen no sé si canario o melillero, pero ultramarino era.

No hacía falta que sacara las aguas del plato para que el río metiera el dedo en el ojo de Adra; a la chita callando le iba encharcando la labranza, el camino de Almería y el pago de San Sebastián ya a las mismas puertas del pueblo al que le proporcionaba con aquellas humedades mosquiteras una de las más acreditadas fiebres terciarias. No era de extrañar que la gente estuviera con la cabeza loca, hasta el gorro de un río que la enferma y que, voluble, unas veces, generoso, le fertiliza la vega y otras, encolerizado, se la destroza. En busca de solución se puso a patalear, dar voces y hasta recurrió al regalo de una torta de plata, valorada en veinticinco mil duros, a Isabel II en su visita a Almería en 1862.

No sé si será verdad aquello de quien regala bien vende, pero lo cierto es que aquel mismo año los abderitanos leen en la gaceta una real orden de 19 de diciembre que desvía el cauce del río desde el sitio de Canales hacia la Albufera para alejar su desembocadura de la población con unas obras realizadas por el gobierno bajo un presupuesto de más de ocho millones cuatrocientos mil reales y la contrata de "Hijos de Heredia". A los nueve meses, como el de una gestación humana, y tras procesión y te-deum mañaneros, a las cinco de la tarde del 6 de septiembre de 1863 nace la obra del corte del río: un parto de casa grande del que son testigos todas las autoridades, uniformadas, ensotanadas y enlevitadas y un pueblo de trapillo limpio que aplaude a todo lo que se menea especialmente cuando el gobernador en vez de poner, quita la primera piedra con una piqueta de plata regalada, qué baile sin la tía Juana, por Miguel Ruiz de Villanueva el virgitano de las ocupaciones exóticas: Comisión de Monumentos, Diputación Arqueológica, Amigos del País, Mayordomía de S M., Orden de San Juan… y otros humos que allí se mezclan con los de las salvas de artillería, los cohetes, la música y los vivas a Isabel II.

Riada en Adra de 1973

Se recogieron del suelo los trozos de piedra como si reliquias fueran, yendo el mayor, con la piqueta que lo arrancó, a parar a una hornacina del ayuntamiento, de exposición como Dios manda, que no eran picos de plata sino de hierro lo que necesitaban los cientos de obreros que auxiliados por caballerías y las pocas máquinas de desmonte que por entonces existían, para ejecutar una descomunal obra que abrirá al río un nuevo cauce hacia el mar de levante en una trayectoria cuyo gran escollo es el monte de la Albufera Ancha; una excavación de la que resulta un enorme tajo al que se le proyecta un puente para la carretera de Almería, que es el origen del nombre de la barriada que allí se formó: el Puente del Río, una obra de 1864 que no será realidad hasta 1893.

Esta obra que se las prometía tan feliz no fue ni mucho menos cosa de coser y cantar… catorce años se necesitaron para verla acabada cuando hechos ya los muros del río en 1878 se concluye el malecón de su desvío, logro que con algún que otro problema vivió hasta que se lo llevó por delante la misma tormenta que arrasó Almería el 11 de septiembre de 1891. Con mucha dificultad acabó la Suscripción Consuegra-Almería reconociendo a Adra el derecho a ser considerada víctima, que lo era, de aquella desgracia, lo que le supuso contar al año siguiente con un nuevo muro de desviación proyectado por el ingeniero Javier Sanz y Larrumbe, el mismo muro que en 1973 fue derribado por el río que es, como ven, un río de aguas tomar capaz de pasearse por Adra y su vega como Pedro por su casa.

Cuando las latas del coche de mi director volvieron a su sitio y las de melva a las despensas de sus halladores, toda Adra con su vega era el escenario del día después de una batalla, que ni iba a ser la última, ni por supuesto había sido la primera librada por un río viejísimo que vaya usted a saber si no fue el que regó el manzano del pecado de Adán y Eva… La doma de un río es una lucha contra la naturaleza que el hombre emprende con mucho afán, pero muy poca esperanza, al saber de antemano que es una guerra que está irremisiblemente perdida, como dicen los labradores de Adra: "Cuando el río saca sus escrituras".

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