Raros bandoleros de Almería. La partida del Jaén

Cuenta y Razón

Aún rodeados de rumores y habladurías,  esta fue la primera y la última partida de bandoleros con que contó Almería

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Ilustración de unos bandoleros descansando en el monte
Ilustración de unos bandoleros descansando en el monte / D.A.
José Luis Ruz Márquez

11 de agosto 2024 - 08:00

Atardecer de invierno de 1874 en el campo de Tabernas, en el Marchal de Dos Fuentes, elevado a marquesado por don Luis de la Cruz Messia en 1742 merced a su vanidad de gobernador y a los dineros de su mujer, dueña de aquella tierra de la que nació luego la finca de Los Llanos, solaz en temporada fría de don Ramón Ledesma, padre de Antonio y abuelo de Ramón Ledesma Miranda, el célebre novelista de La Casa de la Fama.

Se echa la tarde y crece el miedo abonado por las cosas más o menos fabuladas que se cuentan sobre el bandolerismo; no hay morador en despoblado que a esta hora no tenga mosca detrás de la oreja. En el aljibe un mozo viejo saca un cubo de agua cuando ve llegar al “Puro”, y sin tiempo para avisar al amo, se limita a contarlo en la cocina y por la rendija de la puerta ven al bandolero charlando con un don Ramón que no tarda en ordenar la cena que es servida por una criada que ni a mirar se atreve al bandolero. Comida hecha, la compañía deshecha, el “Puro” da las gracias, coge sombrero y escopeta, para despedirse, falso humilde, dando un salvoconducto:

-Don Ramón: pueden usted y los suyos andar sin cuidado por estas ramblas. El Puro será aquí un guarda más.

Y tal como prometió, aquel hombre aparecería en las ramblas saludando los paseos de don Ramón y de su hijo a los que decía salvaguardar “de su traidor compañero el Gallina”. Extraña acusación esta que no casa con el hecho de que en 12 de julio de aquel año de 1874 Vicente García Gómez “Puro” y Diego Alonso González “Gallina”, son dos de los que en el camino ya cerca de Tahal y sitio del Navajillo asaltan a don Casiano García Jara cuando, desde Almería regresa con parte de las ganancias que su hermano don Diego había obtenido de indiano en la otra orilla del Atlántico. La partida capitaneada por José Sola Úbeda “Jaén” lo muele a palos para acabar, impía, aplastándole la cabeza con una piedra, mala suerte que a punto estuvieron de catar su criado, Tomás Diaz, y su hijo José de doce años, de no haber mediado la intercesión de la cercana Virgen de la Cabeza de Monteagud que les puso alas para que escaparan de la muerte volando por los barrancos.

Sobre el crimen, que conmueve a la sociedad, intervienen la política, la prensa, se forman comisiones, memoriales y demás blablases…que dan tiempo a los bandoleros para pasar a Argelia, que entonces era, con permiso de Francia, un partido judicial más, la mar por medio, de Almería. Allí llegan “Jaén”, “Puro”, “Gallina”, Luis Muñoz, Juan Fenoy “Carabina”, José Castelló, Juan Guirado ‘“Couche”... sin que falte la presencia femenina de María Bernal “La Trota”... y lo hacen desfrazados de esparteros, previa ocultación de sus trajes de bandido, tan pintorescos como el de “Gallina” que aquí traigo para que lo vistan ustedes con los ojos de su imaginación: “pantalón de algodón oscuro, chaqueta de paño negro, chaleco de paño oscuro, faja encarnada, sombrero calañés y alpargates”.

No tardó el hermano de la víctima en llegar de América con mucho dinero, indignación y ganas de perseguir a los matadores dando al menos con dos de ellos, “Gallina” y “Puro”, en aquellas tierras africanas desde donde son conducidos al juzgado de Sorbas para pasar luego al de la capital; y en eso andaban, cuando ya pasado Níjar fueron muertos por la guardia civil al intentar la huida en lo que tiene toda la pinta de ser la clásica ley de fugas, aplicada, según se dijo, merced a los dineros derramados por el indiano que se vió así convertido en juez inapelable de estas dos vidas, dejando para la audiencia las sentencias menores, absolutorias y leves casi todas, con la salvedad de la dictada en Sorbas en 24 de marzo de 1880, condenando a Rafael Diaz Calatrava -un tabernero de 25 años, de profesión labrador y a ratos bandolero- a cadena perpetua.

Como pudrirse entre rejas no entraba en sus planes no tardó este hombre en fugarse de la cárcel de nuestra ciudad. Sabemos que se lo tragó la tierra, como se traga a todos, pero no cómo ni por supuesto dónde y me temo que nos vamos a quedar con las ganas, que va a ocurrir como con sus dos compañeros mal ajusticiados entre Níjar y Almería en un lugar ignoto que a punto estuvo de identificarnos la Colombine en su novela “El Perseguidor”; pero prefirió nuestra célebre escritora llevarse la cruz sobre el montón de piedras, que sin duda vio en algún camino nuestro, a otro de la serranía cordobesa para que ante el sencillo monumento, al pasar, mintieran los caminantes:

-Aquí mató la Guardia Civil al Gallina y al Puro.

Una licencia que pasó inadvertida para la literatura, pero no para la historia que, cabreada, puso a vengarse a sus geniecillos que convirtieron al “Puro” en “Pavo” en las ediciones de la obra posteriores a la de 1917, con lo mal que sienta a un bandolero que se precie la connotación tontorrona que tiene el pavo, nada que ver con la gallina que es sinónimo de virtudes, algunas de ellas inconfesables.

¡Qué mal estuvo eso doña Carmen! Ahora, que tanto se habla de lugares históricos, al llevarse usted la cruz tan lejos, hizo que perdiéramos uno que nos vincula, nada más ni nada menos, que con los santos padres del bandolerismo andaluz, que en esa clasificación hay que encuadrar la rara, cuando no única, partida clásica de Almería: la fundada por un José Sola Úbeda “Jaén” -tan listo él, por eso era jefe- que se fue confiando con el paso del tiempo hasta que se atrevió a dejar África y retornar a Tabernas donde no se le ocurrió otra cosa que robar la rica casa de doña Carmen Barrios. ¡Nunca lo hiciera! La Guardia Civil se le echó encima ese mismo día y a los dos fue apresado con los suyos en el encinar de Villasante, en la Sierra Alhamilla tabernera. Era 23 de mayo de 1897 y a punto estaba de cumplirse los veintitrés años de que, en unión de otros, quitara la vida a don Casiano García en una acción que hizo saltar a la fama, que no a la celebridad, a un “Jaén” que en 1903 oye como le piden la pena de muerte con la que quitarle la vida…

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