Ponciano Ponzano, el escultor del Congreso de los Diputados

Escultura

Para muchos de sus paisanos su nombre solo les evoca la nominación de una pequeña calle del centro de la capital maña

Proyecto del Campamento del General Álvarez de Sotomayor, 1925

Las matronas de Ponciano Ponzano / D.A.

¿Quién conoce a Ponciano Ponzano? Incluso los más curtidos historiadores lo han tenido difícil para encontrar datos sobre él.

Ponciano Ponzano nació allá por el 1813, en Zaragoza, en aquella época gobernada por los franceses y que tardaría más de medio año en ser liberada por las tropas de Espoz y Mina. No nacía en un lugar muy halagüeño, ya que estaban muy recientes la destrucción y la gran mortandad que provocaron los dos sitios a los que fue sometida la ciudad entre 1808 y 1809 por las tropas napoleónicas. Aún así, tuvo la suerte de nacer en una familia relativamente acomodada y en la que el empleo de su padre le marcaría de por vida. Su madre, María Gascón y su padre Pedro Ponzano, quien en el año 1818 fue nombrado conserje de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza, recogiendo el testigo de su propio padre.

El trabajo de Pedro Ponzano consistía en vigilar y custodiar el museo de esa institución para la que trabajaba, algo que marcó a Ponciano, ya que desde pequeño estuvo en contacto con las colecciones artísticas que atesoraba la Real Academia y también la que tenía la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. Esa constante visión de aquellas obras despertaron en un jovencísimo Ponciano inquietudes artísticas, correspondidas además con una buena mano para el dibujo y la pintura.

Ya en la década de 1820 comenzó a destacar también en el campo de la escultura gozando de las enseñanzas del escultor cordobés José Álvarez Cubero, quien en 1828 le recomendó irse a estudiar a Madrid, a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, viviendo allí con el hijo de su maestro y también escultor, José Álvarez Bouquet. Por fin, en el año 1832, se presentó a la convocatoria realizada por la Real Academia donde logró el segundo premio de escultura, lo que le valió una pensión para ir a estudiar a Roma, ciudad que todavía era el centro del arte europeo. Allí prosiguió sus estudios a la vez que realizó algunas obras con las que llegó a alcanzar cierto renombre incluso a nivel internacional, lo que le valió el ser nombrado académico de mérito de las Real Academia en 1839.

Siempre siguió muy vinculado a Aragón a donde volvía con asiduidad, pero Ponciano Ponzano se asentó en la capital del Reino donde viviría y trabajaría el resto de su vida y no solo se ganó fama de gran escultor, sino que también de ser alguien tremendamente perfeccionista, arisco, muy dado a lo que hoy llamaríamos “mala sombra” y sobretodo supersticioso.

En 1845 fue nombrado escultor de cámara honorario de la reina Isabel II, un momento dulce de una carrera en la que le lloverían los encargos, como monumentos funerarios, bustos, relieves y estatuas de estilo neoclásico, que incluso llegaron a Filipinas, por entonces colonia española, y en su capital Manila, se colocó una estatua de bronce de la reina, obra suya.

Su tragedia vital la marcó el abandono de su mujer, Juana Mur, y la falta de encargos que protagonizó al final de su vida. Falleció en la capital española, el 15 de septiembre de 1877. “En los últimos años, apenas tenía trabajo. Su hijo tuvo que ofrecer su legado a la Academia de San Fernando para tener algo de solvencia económica para pagar su entierro”, explica Wifredo Rincón, historiador autor de un libro “Ponciano Ponzano (1813-1877).

Esculturas de los imponentes leones del Congreso de los Diputados / D.A.

Los leones y el frontón del Congreso, cúspide de su trayectoria

Pero sin duda, una de las obras más importantes de su carrera fue el encargo para realizar toda la iconografía del frontón del Congreso de los Diputados, el mayor conjunto escultórico realizado en la España del s.XIX, así como los dos grandes leones que custodian la escalinata principal de acceso. En el frontón aparece una alegoría de España abrazando la Constitución y rodeada de otras figuras que representan a la Fortaleza, la Justicia, las Bellas Artes, el Comercio, la Agricultura o los ríos y canales.

Esto sucedía en 1848 cuando el escultor gano el concurso. Ello le obligó a abandonar Roma, y en 1849 volvió a asentarse en la capital española, donde vivió hasta su muerte. Tanto el tímpano del palacio como los leones se convertirían en su obra más representativa.

El magno encargo especificaba que los leones serían de bronce y el frontón de mármol. Sin embargo, durante más de una década esta pieza se mantuvo en su original yeso, antes de que pudiera terminarse con la noble piedra. Hasta hace unos años, a muchos investigadores e historiadores, les surgían muchas dudas sobre la elaboración de esta obra tan significativa, ya que no coincidían los bocetos presentados al concurso con los dibujos sobre el frontón y la obra ya terminada. Por todo ello, en el libro de Wifredo Rincón, se aclara algo más esta circunstancia. Éste tuvo la fortuna de conocer de primera mano las obras, ya que pudo analizarlas desde los andamios instalados para su rehabilitación, lo que le permitió hacer una primera descripción completa de las alegorías representadas en los grabados.

Los icónicos leones, bautizados como Daoiz y Velarde, apellidos de los dos capitanes de artillería que se sublevaron el 2 de mayo de 1808 en Madrid contra los franceses, son una muestra de lo supersticioso que era su autor. Y es que decía que traía mala suerte esculpir animales en mármol. La solución fue realizarlos con el bronce de los cañones capturados a los marroquíes durante la Guerra de África librada en el año 1860. Cada modelo de león tiene 2.271 piezas. Uno pesa 2.300 kilos y el otro 2.668. Se fundieron en Sevilla, entre diciembre y mayo de 1865.

Llevan algo más de siglo y medio presidiendo la sede de la soberanía nacional española y nunca se han mirado a la cara fruto de un maleficio. Han vivido repúblicas, monarquías, períodos democráticos y dictaduras. Los leones del Congreso son la tercera pareja de felinos que lucía la escalinata de las Cortes y tienen el mismo origen mitológico que los de la fuente de Cibeles.

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