43 años del secuestro del periodista José Antonio Martínez Soler
El lado oscuro de Almería
Su revista acababa de publicar un duro reportaje sobre la cúpula de la Guardia Civil y sus captores querían saber quién era la fuente que le suministró dicha información
Han pasado cuarenta y tres años desde aquel 12 de marzo de 1976, tres meses después de la muerte del General Franco cuando el periodista almeriense José Antonio Martínez Soler dirigía entonces el semanario Doblón y un grupo de cuatro personas le secuestró a plena luz del día al salir de su domicilio en la capital de España.
Su revista acababa de publicar un duro reportaje sobre la cúpula de la Guardia Civil y sus captores querían saber quién era la fuente que le suministró al periodista dicha información. Le torturaron durante horas y a punto estuvo de perder la vida. Quienes fueron, no se supo jamás con certeza, aunque sí hubo múltiples sospechas, pero desgraciadamente los sujetos no pudieron comparecer ante los tribunales, ya que nunca fueron detenidos.
El día 2 de Marzo de 1976, a las 9.30 de la mañana, el periodista había salido de su domicilio en la urbanización madrileña de Las Matas con intención de dirigirse a la imprenta donde se confeccionaba la revista que dirigía. Cada martes, José Antonio Martínez Soler presenciaba “in situ” los últimos flecos de la publicación antes de que saliese a la calle.
El periodista subió a su coche y tras recorrer un par de centenares de metros, advirtió en una esquina la presencia de un hombre de espaldas en una actitud un tanto extraña. Antes de llegar al cruce de la esquina donde se encontraba el sujeto, por una de las calles perpendiculares apareció un coche cuyo conductor atravesó su vehículo frente al del periodista cortándole el paso. En ese momento, salieron cuatro personas del vehículo. Tres de ellas armados con metralletas.
Martínez Soler fue sacado violentamente del asiento del conductor a punta de pistola por el sujeto que momentos antes se encontraba en la esquina. A trompicones fue introducido en los asientos posteriores de su propio automóvil, mientras otro miembro del grupo a gritos le decía que se trataba de un secuestro. Ya en el vehículo otro de los asaltantes le roció la cara con un spray dejándole momentáneamente ciego mientras otro de los individuos le tapaba la boca con un esparadrapo, le colocaba unas gafas de sol y le cubría la cara con el propio chaquetón de la víctima.
Puesto en marcha el vehículo, y bajo amenaza de una pistola colocada en el cuello y otra en el costado, Martínez Soler apenas podía contener la respiración. Tras recorrer un par de kilómetros, los secuestradores de nuevo trasbordaron su pasajero a otro coche enfilando un camino de tierra en dirección a un descampado. Esa mañana hacia frío y una leve capa de nieve cubría a modo de un fino manto el abrupto trayecto obligado a recorrer a pie al periodista. Finalmente uno de los captores derribó a Martínez Soler arrojándolo sobre una roca.
A partir de ese momento comenzó otro calvario de golpes y torturas, después de obligarle a quitarse los zapatos y aprisionarle aún más las esposas de las manos. Los golpes se multiplicaron. Los secuestradores emplearon una fusta y las culatas de las metralletas. Le amenazaron con matarle y también a su mujer. Le dijeron que sabían que era el director de la revista Doblón, un “panfleto antipatriótico”, al tiempo que le mostraban algunos ejemplares de anteriores ediciones.
El grupo ultraderechista llevaba un objetivo claro. Le quitaron la venda de los ojos y lo intimidaron para que escribiese con su puño y letra una declaración al dictado de los delincuentes renunciando a la línea de la revista para que fuese publicada en el diario Informaciones. De nuevo volvieron a amenazarle de muerte junto a su mujer. Con apenas visión en los ojos, uno de ellos totalmente cerrado, a causa de los golpes, Soler bajo la amenaza de las armas accedió a escribir el “singular”comunicado.
Antes ya lo habían registrado. En uno de lo bolsillos llevaba su documentación, varios originales para la imprenta, su agenda y unas 1.300 pesetas en efectivo. Le devolvieron todo, excepto los originales de la imprenta y la agenda después de que los secuestradores la leyeran cuidadosamente. Tras conminarle a que en tres días abandonase el país y reiterar las amenazas, finalmente le quitaron las esposas, le volvieron a rociar la cara con el spray, indicándole que no se moviese durante media hora y que su coche con las llaves puestas en el contacto, se encontraba no muy lejos, en la explanada del Alto de Los Leones.
Pasado el tiempo recomendado por los captores, Martínez Soler fue poco a poco recuperándose. Logró deshacerse con la boca de las ligaduras y de la venda de los ojos. Desconcertado y desorientado comenzó a andar titubeante por el angosto camino llegando hasta el pueblo de San Rafael. Como pudo entró en un bar, ante la mirada atónita de los parroquianos, pidiendo urgentemente un teléfono. Tras lavarse la cara ensangrentada en los lavabos del servicio del local, llamó a su mujer informándole sucintamente de lo ocurrido pidiéndole que viniese a buscarlo.
Curiosamente, mientras esperaba en la carretera la llegada de su esposa, ésta conduciendo su vehículo, pasó de largo por delante del periodista, sin llegar a reconocerlo, dado el estado en que se encontraba. Tras llamar su atención a gritos, la pareja emprendió el regreso a Madrid, no sin antes pasar por el departamento de Urgencias de La Paz, donde recibió asistencia sanitaria y dos horas mas tarde presentarse en uno de los juzgados de guardia de la Plaza de Castilla. Como dijimos al principio, los autores de este depravado caso, no llegaron a sentarse en el banquillo de los acusados y el suceso pasa a enmarcarse dentro de las páginas negras de la historia de España durante la transición.
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