Las patatas a la brava del Pedra Forca
Almería
Este bar de la Plaza Masnou, abierto entre 1974 y 1996, fue lugar de concentración de jóvenes
Las dentaduras ya no están para estas "güesuras"
La calle Gordito y su plaza de toros
Almería/Hubo un bar almeriense que marcó una época maravillosa entre la juventud de los años setenta y ochenta: el Pedra Forca. Lo fundó en 1974 Miguel López, hijo del dependiente de “La Giralda” de igual nombre, al regresar de Barcelona con su esposa Amalia. Quizás por eso lo llamó así, en honor de una montaña de por allí. La ubicación urbana, en la Plaza Masnou, también con referencias catalanas, ya fue casualidad.
Se caracterizó por sus majestuosas patatas a la brava y por ser lugar de encuentro permanente de jóvenes que salían por la tarde. En sus años de gloria siempre estaba lleno. Y no solo por la tapa, sino por la variedad de tamaños en la que te servían la cerveza de barril: “mini”, “maxi”, “copón” … muchos adolescentes, que hoy serán abuelos, probaron allí por primera vez la cerveza.
Si entre la muchedumbre que poblaba la barra conseguías un hueco, te creías capitán general con mando en plaza. Y allí, aun sintiendo en los riñones el codo del vecino y soportando en el cogote el humo del Ducados que fumaba el de atrás, te disponías a pedir aquella maravillosa tapa y tu copón espumoso.
“¡Dos bravas!” gritaba el barman (que podía ser Juan Manuel Santiago o Ramón Forte), aun sabiendo que el murmullo de la clientela ensordecía al cocinero. Pero daba igual; aquello era una auténtica cadena de producción y las papas asadas salían una tras otra sin aparente final.
Mientras traían la tuya, y el camarero iba y venía del ventanuco que comunicaba con los fogones, tu boca comenzaba salivar pensando en aquel manjar de inmenso tamaño. Porque las bravas del Pedra Forca estaban sabrosas, tenían tomate picante de sobra para que bebieras hasta hartarte, pero sobre todo eran muy, muy grandes. Casi como una pelota de balonmano.
La espera por la tapa era corta, pero el tiempo se hacía eterno deseando aquella delicia. Y, por fin, aparecía sobre un plato blanco de porcelana antigua la humeante y gigantesca papa abierta por la mitad y bien manchada con salsa roja. Y pinchada con un tenedor pequeñito con tres dientes de acero inoxidable.
El primer bocado era terrorífico. Aquellas patatas quemaban el paladar como si se hubieran asado en la cúspide de un volcán con las llamas del averno. Había que beber, claro. Por eso, “El Pedra” –como coloquialmente se le llamaba- ofrecía un amplísimo catálogo de vasos, copas, tubos, jarras y hasta azafates si eran necesarios para saciar al cliente. La cerveza “Cruzcampo” de barril se tiraba por litros y litros y los barriles se agotaban enseguida. Muchos chicos se acercaban a la refresquería de al lado a reponer, que se especializó en vender “litronas”.
Edelmiro
En 1984 se quedó con el traspaso Edelmiro Martínez, el hijo del constructor y propietario de “Muebles Goiania”, que lo explotó durante más de una década. Algunos clientes empezaron a conocer a “El Pedra” como “El Edelmiro”, en honor a su dueño.
Es verdad que el bar de la plaza Masnou estuvo vinculado muchos años a las “quedadas” de la juventud. Los muchachos pasaban las horas muertas en su acera; se arremolinaban en la puerta y aunque no tuvieran un duro para pedir un “mini”, el siempre hecho de estar allí con amigos y colegas, justificaba la presencia. Menudos problemas tuvieron los usuarios de las cocheras adyacentes para encerrar sus vehículos. La aglomeración era tal que en los años ochenta el dueño necesitó contratar vigilancia privada a la empresa CYS para que un “segurata” controlara el aluvión de adolescentes en los accesos. Se dio el caso de que uno de estos centinelas fue detenido por la Policía, en 1988, por el asesinato frustrado de su esposa, de 20 años. Pero esa es otra historia.
El Pedra Forca, siendo bar de jóvenes ociosos y de reclutas hambrientos, también fue una barra de tapeo de mediodía para clientes veteranos. Porque igualmente servía lomos a la plancha, hamburguesas o pinchitos, ya que en la zona existía una competencia inigualable de tascas, kioscos, bares y bodegas: “Lupión”, “Real”, “Lauria”, “Casa Joaquín”, “El Patio”, “La Charka”, “El oro de la viña”, “Contraviesa”, “Virgen del Mar”, “Trajano” … Hace medio siglo, los aledaños del viejo Lugarico estaban bien poblados y era raro ver un local vacío, sin ningún negocio o comercio. Entonces, la venta del metro cuadrado estaba valorada en 10.000 pesetas. Cuando abrió “El Pedra” estaban recién construidos los edificios “Puma” y “Masnou”, con 26 viviendas en total, y la “Pensión Los Olmos” daba sus últimos coletazos.
Vecinos que tapeaban
Sólo con los residentes había gente de sobra para tanto bar. Por allí pululaban Francisco Milán Gil, que compraba papel viejo y usado y lo vendía para fabricar pasta y que, sin saberlo, era el primer ecologista del barrio; el tapicero de la calle Solís Manuel Marín Sánchez (1913-1981) y su esposa Josefina Lupión César, padres de la amplia saga Marín-Lupión compuesta por ocho hijos. Más niños alrededor de la Plaza Masnou eran los del matrimonio Campos-Tristán, que tuvo siete, o Juan Arenas y su clan de cuatro chiquillos.
También iban y venían atravesando el viejo Lugarico, aromatizado con el olor a barrio de los de antes, Diego Martínez Ruiz, José Rull Hernández y su mujer María Miralles Hernández, la peluquera Remedios González, el dueño de la “Instaladora Virgen del Mar”, Juan Manuel Segado Sánchez, que murió en 1981 con 51 años y, desde 1976, la farmacéutica María Rosa Morales Torres, recientemente fallecida, que se quedó con el traspaso de la botica de las Cuatro Calles, fundada en 1879.
Félix Moreno Valero (1948-1990) era otro de los habituales, el dueño de la imprenta de la Plaza Masnou. Éste, en sus ratos de ocio cuando no tapeaba salía a pescar en un barquito o iba a Roquetas a jugar al golf en su Seat 128, que casi siempre estacionaba en la puerta del Pedra. Y es que el gremio de las artes gráficas tenía peso y movimiento de clientes en los alrededores de la Plaza Masnou. Estaban “Valero”, “Guía”, “Úbeda”, “Ortiz” y “Bretones”, cuyo local de la plaza Bendicho estaba siempre atestado de jóvenes ansiosos por impulsar y engrandecer la Semana Santa de Almería.
El tiempo hizo que el Pedra Forca fuese pasando de moda, como ocurrió con las muchedumbres del “Parrilla” o “Las Garrafas”. En 1993 aún seguía abierto, pero ya no era lo mismo. Poco a poco, los clientes jóvenes iban eligiendo el “Mañana Sol”, “Acero”, “Guarapo” o el botellón; ya no se agrupaban en masa ni pedían aquellas papas monstruosas que abrasaban el cielo de la boca. Dos años antes, Edelmiro Martínez solicitó licencia al Ayuntamiento para poner música ambiental y convertirlo en algo parecido a un pub, donde “pichó” alguna vez Diego Sánchez que hace poco anunció su retirada como DJ.
Y un día de 1996, el Pedra Forca cerró para siempre. Ahí queda, ahora, atesorado en los maravillosos recuerdos de las quedadas juveniles, así como en la memoria de la Almería perdida. Hoy, aquel local bullicioso, ruidoso, mágico y con fragancia a patata asada es una asesoría.
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