Mi pariente Perceval: familia por sangre y voluntad
Almería
El autor, José Luis Ruz, rememora su relación con el artista Jesús de Perceval y sus allegados
Almería/Era el año 2002 y días previos a la inauguración de la exposición antológica de pintura de Jesús de Perceval para la que la Diputación de Almería nos había nombrado comisarios a María Dolores Durán y a mí y tratando de algún aspecto de la muestra nos hallábamos reunidos en casa de su viuda, mi suegra, cuando esta en un momento dado se dirigió, cumplida, a mi compañera:
-Te estoy muy agradecida por haberle dedicado tanto tiempo y trabajo a la obra de mi marido.
Y ella hizo lo que en estos casos se suele hacer: sonreír, decir que ha sido un placer y todo eso… y yo, un poquito dolido, puse sonrisa de circunstancias sin esperar reconocimiento alguno por mi trabajo, cuando doña Trina de la Cámara, siempre imprevisible, sin dejar de mirar a mi compañera, le dijo a ella lo que me quería decir a mí:
-A este no le digo nada; no ha hecho sino cumplir con su obligación. De novio -aclaró- se pasaba las horas en casa y yo, por aquello del qué dirán, le dije a mi marido: "Jesús, este niño siempre aquí…" y él me respondió: "Este niño está aquí siempre porque va a ser el hijo que no he tenido".
¡Madre mía! Se me saltaron las lágrimas y no pude sino preguntar a mi suegra si había sido necesario esperar tres décadas para contar aquello y por primera vez me miró para responderme con un mudo pero elocuente levantamiento de cejas e inclinación lateral de cabeza. Era lo que había. Como conocer la razón de su silencio no iba a echar el tiempo atrás, nada dije y me quedé con aquella revelación tardía, sí, pero preciosa y así fue como me enteré de que mi admirado Jesús de Perceval quiso hacerme familiar suyo por la mejor de las vías: la de la voluntad, que es la de la amistad, la del amor: hijo, como ven, me declaró hace años y yo lo acepté padre orgulloso en cuanto lo supe y eso fuimos además de amigos, suegro y yerno, maestro y discípulo…
Pero como no hay nada tan bueno que no pueda ser mejor ahora resulta que éramos también, miel sobre hojuelas, familia de sangre. Al tener las emociones casi imposible narración, no me queda otra que recurrir al ejemplo para explicar lo que sentí cuando supe de este parentesco: fue algo así como el niño que descubre que por sus venas corre la misma sangre del héroe del tebeo, tan audaz y diestro con la espada… la misma espada con la que llegó en el siglo XVI la repoblación cristiana a la Alpujarra, cuya gente hoy podría constituirse en sindicato de actores por lo bien que hace el papel de habitante para el turista en un paisaje que tiene ahora mucho de escenario subvencionado, con aromas a jamón y papas con huevo, a perdiz y arroz liberal… pero que antaño fue tierra brava, con sonido de acero y olor a pólvora.
Que eso fue lo que al llegar a ella oyó y olió don Alonso de Peralta, abuelo de Jesús de Perceval y mío, de la casa navarra de los marqueses de Falces, alguacil mayor de Ugíjar martirizado en 1568 por los moriscos rebelados que temerosos de su retorno del más allá, le sacaron el corazón, drama que marcó desde niño a su hijo don Lope de Peralta y Gámez de Córdoba, alcalde mayor y corregidor de las Alpujarras, regidor noble de Ugíjar y capitán de las milicias de ella y su jurisdicción. El árbol de la estirpe creció y dió las ramas genealógicas de las que pendemos, frutos, Perceval y yo: la suya en Fondón y la mía en Granada. En esa Granada a la que el artista amaba, aunque negándolo al creerla culpable de los males de su Almería adorada; su relación con la ciudad de la Alhambra era como la de aquel amor doloroso del cantar: "Pena me da si te veo, si no te veo me da doble". Con este antecedente de granadino devocional estoy seguro de que Perceval se sintió orgulloso de mi línea familiar que también era la suya.
Sé que sintió muy suyo a mi abuelo don Julián de Peralta Almenara y Salazar, quien nacido en Ugíjar vivió en la Granada del siglo XVII con los nobles títulos de alcaide de la Alcaicería, del castillo del Mauror y de las Torres Bermejas, fortalezas cuyos sólos nombres evocan la historia del reino nazarí. Sé que valoró a mi abuela doña Francisca Manuela de Peralta quien nos llevó en 1667 a enlazar con los nobles Díez de Alcántara, titulados en aquella época alcaides de la Torre de Comares y de la Puerta de la Justicia de la Alhambra.
Al igual que Perceval celebró a los míos, que son suyos, celebro yo a los suyos, que míos son, y orgulloso me siento de ser de los Peralta que se tornaron del Moral y con estos del capitán, regidor noble de Fondón, don Juan Gabriel del Moral y Villalobos, joya familiar, tan divertidamente absolutista y autor de una sabrosa crónica de la invasión francesa de la Alpujarra.
Orgullo familiar siento de su abuelo don Juan Gabriel del Moral y Ramírez casado con la hija de don Rafael de Almansa y Careaga, mayorazgo de segundos de los vizcondes de Almansa, héroe de Bailén y alcalde de Almería, en cuya casa de la calle Eduardo Pérez 14 vivimos: yo, aún coleando, y su nieto don Juan del Moral Almansa, inmóvil retrato al óleo, y ambos rodeados de cuadros de este y de su nieto Jesús de Perceval, el familiar del que más orgulloso estoy y con el que no va lo de "parientes y trastos viejos, mejor cuanto más lejos", dicho válido solo con los familiares tontorrones, nunca con los inteligentes, de esos de los que nos gusta presumir y tener cerca
Puede que suene a vanaglorieta esto que aquí les escribo pero pónganse por un momento en mi piel y así verán que no es eso sino alborozo lo que yo quiero expresar, que no todos los días se nos presentan buenas nuevas como esta que me ha documentado mi hijo Jesús Ruz de Perceval quien pariente de sangre cercana es de su célebre abuelo y de mí, como de sangre alejada es de ambos… Para que luego digan que es aburrida la genealogía que hasta capaz es de traerte días de gloria como este en el que he gozado al poder narrar la historia de mi parentesco con Jesús de Perceval quien quiso que fuéramos padre e hijo por la voluntad, sin saber que ya éramos familia por la sangre.
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