Cuando el paquete de “Fortuna” costaba 30 pesetas
Almería
Junto con “Ducados”, era la marca de cigarrillos que más fumaban los almerienses de 1975

Almería/Cantaba Sara Montiel aquello de “fumar es un placer/ genial, sensual/ fumando espero/ al hombre a quien yo quiero”. Ese famosísimo tango cumplió el año pasado un siglo desde que Félix Garzo lo escribió, aunque en España se popularizó en 1957 gracias a la película “El último cuplé”, dirigida por Juan de Orduña (1900-1974).
Lo que no dice la canción es que para fumar hace falta tabaco y éste solo lo vende, legalmente, el Estado español. El mismo que te aconseja no fumar porque “mata” o “produce cáncer”. Si Sara Montiel quería esperar fumando a su amante, antes debía entrar en un estanco o enviar a un propio a por un cartón.
Las expendedurías de tabaco siguen, décadas después, gestionando la venta de cigarrillos, puros, picaduras para liar y todo lo vinculado al vicio de tragar y echar humo. Los precios los establece una orden ministerial publicada en el Boletín Oficial del Estado y Tabacalera es la que distribuye el producto. Un negocio perfecto, con tan solo la competencia del “de contrabando” que, por cierto, existe desde hace siglos. En 1848 ya eran famosas las subastas de tabaco ilegal incautado que organizaba el intendente de rentas de Almería, Cosme Joaquín Ortiz Marroquín.
Más cerca en el tiempo, en los años setenta del XX, los fumadores almerienses conocían a la perfección el lugar donde se encontraban los “garitos” que suministraban bajo cuerda tabaco rubio americano. De vez en cuando, una redada policial decomisaba un puñado de cartones y multaba al dueño del local, pero el trapicheo seguía al día siguiente.
Estancos: puntos de reunión vecinal
En 1975, los fumadores que no se saltaban las normas podían adquirir sus cajetillas en 45 estancos, que estaban distribuidos por toda la capital. Éstos eran los lugares favoritos de miles de personas y sus locales atesoraban la historia y las leyendas de los barrios porque se convertían en punto de reunión vecinal y de gestión de servicios públicos. Por ejemplo, la campaña anual de vacunación antirrábica canina se efectuaba, hasta bien entrados los años ochenta, en la puerta del estanco de El Mamí, fundado por Miguel Álvarez Ventura (1882-01/1974). La administración sanitaria citaba allí a los propietarios de perros de la vega y los veterinarios se desplazaban con sus jeringuillas.
A mitad del siglo XX, la concesión para la gestión de los estancos solía recaer en mujeres. Viudas de guerra, de la División Azul, incapacitadas o esposas de algún militar mutilado, los despachos de tabaco eran regentados, mayoritariamente, por señoras: Dolores Arredondo Albondón, en la plaza de San Sebastián; Carmen Camacho González en la Carretera de Níjar; Joaquina Madrid Fernández, frente a la Ciudad Jardín; Carmen Marín Cid en el Jaúl Bajo; Petra Salmerón González, en el Barrio Alto; Dolores Sánchez Cano, en la Circunvalación del Mercado Central; Gliceria Atenales Plaza, en la zona baja del Paseo; Juana Barrientos González, en la calle Mariana, desde 1940; Francisca Fernández Morales, en Gómez Ulla; María García López, en la calle Real, 74; Amparo Mullor Callejón, en García Langle o Francisca Ramón Sánchez en Lachambre.
Los fumadores que residían, en los años setenta, en los pueblos estaban bien atendidos por estancos situados, por lo general, en el centro de las localidades. Allí, además, podían adquirirse otro tipo de objetos, inhabituales en esas comarcas. Maravillas Casanova López, en Los Vélez; Trinidad Reche Gómiz, en Chirivel; Dolores Díaz Ruiz lo regentaba en Gádor; Teresa Cañizares Góngora en Rioja; Josefa Amat Cañadas, en Roquetas de Mar; Beatriz Caparrós Núñez, en Carboneras; Matilde García Góngora, en Níjar; Soledad Sánchez Giménez, en Adra; María Masegosa Pérez, en Tíjola; María Josefa Utrilla Olmo, en Albox o Carmen Martínez Martínez, Josefa Navarro Collado y Carmen Escribano Gallego, en Cuevas del Almanzora.
Menos, pero en Almería también existían concesiones para hombres: Francisco Gómez Segura, en la calle Granada; Miguel Martínez Garrido, en El Alquián; Manuel Morales Sánchez, en Cabo de Gata; Francisco Pleguezuelo Abad, en la calle Murcia; Ginés Andújar Díaz, en la calle Gravina; Antonio Martínez Abad, en La Almedina o Antonio Rodríguez Andújar, en el Paseo número 32.
El paquete de “Lola” costaba 22 pesetas
Todas las expendedurías recibían de forma regular, además de suministros, órdenes, edictos y normativas del ministerio sobre exposición de los productos, nuevas marcas y, sobre todo, precios. Además, eran las encargadas de suministrar y reponer las existencias de las máquinas automáticas de los bares, en las que era obligatorio señalizar el número de la expendeduría. En 1975, los cigarrillos rubios oscilaban entre las 15 pesetas de la cajetilla del “Bisonte” sin filtro a las 30 del “Fortuna”. El “Lola” costaba 22; el “Piper” mentolado y el “Un-X-2”, 20 y el “Tres Carabelas” sin filtro, 15 pesetas. Existían otras marcas, “Kent”, “Lucky-Strike”, “L&M”, “Marlboro”, “Winston” o “Reyno”, pero no siempre estaban disponibles.
Nuestros padres, tíos o abuelos que fumaban tabaco negro tenían, hace 47 años, una gama más amplia para elegir, aunque el “Ducados”, “Sombra”, “Bonanza” y “Celtas” eran los más demandados. Una cajetilla de los tres primeros costaba 15 pesetas, mientras que la de “Celtas cortos”, 6 pesetas; los “Celtas largos con filtro” ya valían 11 pesetas. Existían otras marcas, como “Habanos”, “Rocío mentolado”, “Yuste” o “Peninsulares” y para los que demandaban picaduras estaban la “Cibeles”, “Apolo”, “Selectas” o “Fino superior”. También, los cigarros-puros “Entrefinos”, “Farias” o “Bohemios”, otras marcas que se traían desde Canarias y los importados desde Cuba, como “Cifuentes”, “Montecristo”, “Romeo y Julieta” o “Flor de Cano”, cuyas vitolas eran objeto de deseo de coleccionistas. Algunos estancos ofrecían a las parejas de novios que se iban a casar, y compraban cajas de puros, vitolas en blanco para imprimir sus nombres y la fecha del enlace.
En 1978, el BOE recogió una espectacular subida de los precios de las labores de cigarrillos; en algunos casos de hasta el 50 %, como el “Fortuna” que llegó a las 45 pesetas. Este incremento provocó un 15 % más de ingresos para el Estado, aunque las ventas descendieron considerablemente. Aun así, los españoles compraron en los estancos 3.174 millones de cajetillas y 856 millones de puros. Fue la época en la que la mujer se incorporó de forma masiva al consumo de tabaco. No en vano, se quemaron ese año 63.444 millones de cigarrillos, sobre todo “Ducados” y “Fortuna”. Más de 7,2 millones de cigarros cada hora, que se dice pronto, incluidos los que se fumó Sara Montiel esperando a su hombre.
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