El pantano de Níjar: con cantimploras las lagartijas

Cuenta y razón

Recuerdos de un caudal que ya no baña las tierras almerienses

Inocentes monigotes en la espalda de Almería

La presa a vista de dron
La presa a vista de dron / kiliseo
José Luis Ruz Márquez

12 de enero 2025 - 07:46

Tras su reconquista, Níjar con su extenso término es dada en señorío al condestable de Aragón, quien pronto advierte que es la nijareña una tierra sin otra agua que la del mar, solo útil para regar sustos y piraterías… y con todo el respeto devuelve la merced a su majestad, y se queda tan contento. Y es que desde que el mundo es mundo las lagartijas en Almería se han paseado con cantimplora. Solo uno de nuestros ríos lleva un hilo de caudal constante y bien que lo ostenta llamándose de Aguas. A los demás, hay que regarlos en verano para que no levanten polvo. Esta carencia, si aceptada con resignación en barrancas y otras tierras imposibles, se hace insufrible en el campo cultivable, siempre erial por la gracia de Dios que, al mandarle agua, lo hace de forma tan desmedida que hasta pensar llega uno que no es cosa suya la divina proporción.

Urgía la doma de estas aguas para que una vez hartas de saltar y dar coces por los cerros acabaran estabuladas para ser sacadas luego a pasear al trote sosegado del regadío; por eso en 1793 Níjar recibió con tanta alegría la noticia del pantano ofrecido por la marquesa de Aguilafuente, a cambio de unos terrenos que dieran salida al mar a la vecina Lucainena, que era villa de su señorío. Jamás Lucainena pondría los pies en remojo ni Níjar guardaría una gota de agua hasta que hizo su aparición en escena Diego María Madolell quién inteligente y visionario, en 1820 idea el Pantano de Níjar, una empresa abortada por la llegada del absolutismo que lo persigue por buen liberal, de esos a los que se les ve el plumero. Y forman partidas. Y pegan tiros. Vueltos los suyos retoma al proyecto que ahora nombra Pantano de Isabel II por su condición liberal, sí, pero también por vender a los accionistas la apariencia de una garantía estatal que nunca tuvo.

Vista de la presa
Vista de la presa / kiliseo

Iniciada en 1841 con mucho dinero, esfuerzo y mil penalidades, la obra es inaugurada en 1850. No voy a exagerar yo, como hizo el ingeniero francés Dupin al exclamar sobre su muro: "Esta es la obra del XIX, honra del mundo”, pero la verdad es que resultó espléndida, de las mejores para la época, gracias al mucho cuidado que el ingeniero Ros puso en ella, que contrasta con el ninguno que ejerció sobre su cuenca de aportación, tan erosionable, y con el suelo del vaso, permisivo con las filtraciones. Perdiendo agua y ganando tierra de arrastre, el pantano acaba casi muerto y enterrado… sin que esto signifique que le dejaran descansar en paz. Cuántos tengan interés en el detalle pueden acudir a la propia obra, que ahí está, y a los muchos artículos que de ella se han ocupado en el papel y en las redes, que yo me voy a dedicar a su larga etapa de jubilado, que la vejez, como la muerte, también es biografía.

En 1859 la costosa restauración del ingeniero Gómez de Salazar supone la limpieza del vaso soterrado, esfuerzo inútil, pues en 1871 los arrastres lo han casi colmado de nuevo. Retorna el desánimo y con él surge el abandono y hasta pone tierra por medio, yéndose a Málaga, su propia junta de accionistas que en 1903 vende el Pantano a Ramón Laynez y Juan Terriza, quienes pretenden reponerlo en uso, para lo que encargan su limpieza a la compañía Portman, que se va sin sacar ni una espuerta de su tarquín. En 1908, Terriza, acusado de malversación de contribuciones, ve intervenido su capital que, importante, es también insuficiente como garantía. Y alguien se acuerda y chiva que el Pantano también es suyo y allá que va el pobre, embargado, a engrosar, inflado de valor, la lista de bienes. No le debió ir mal al acusado, pues años después, en 1926, el Pantano, además de la propiedad de Laynez, sigue siendo de un Terriza, Tomás, según consta en la denuncia puesta a José Pino, un comunista nijareño que, pionero él, se ha puesto a sembrar, en dos de sus fanegas, grano… e insultos al colono del cortijo.

Gráfico de la presa
Gráfico de la presa / D.A.

No escapó el Pantano al afán que por la obra pública muestra por la dictadura de Primo de Rivera que en 1927 manda estudiar su posible rehabilitación y de no ser esta posible, abrirle una brecha para que al menos deje escapar sus fertilizantes tarquines. El 24 de marzo del año siguiente recibe la visita de Acción Social Agraria, que lo ve como una reliquia y solo tiene ojos para los sondeos en el campo: el iniciado por el Estado, así como los de la compañía fundada por el Marqués de Torre Alta.

Los problemas hipotecarios de Francisco Laynez obligan a la subasta del Pantano en 1934, el mismo año en que el diputado Tuñón de Lara, catedrático de nuestro Instituto, se compromete a defender su reactivación con una prudencia que ya no se estila en plena guerra: en 1 de octubre de 1936 desde el comité de Níjar, Joaquín García exige la obra para la colectividad por ser pública y haber acabado, por cacicada, en poder de unos señoritos; dos mentiras a tono con el nombre que le inventa: ”Pantano de Santa Olalla” (¡?), cualquiera, menos “de Isabel II”, tan recordatorio él de “la odiosa Monarquía”.

Terminó la contienda y allí siguió el Pantano enterrado en medio de una soledad que es cómplice de su profanación: el saqueo de la casa de administración, a la que llegué a conocer cuando aún no se habían enseñoreado de ella las cabras y luego los cabritos que arrancaron las buenas rejas panzudas, para ir después por el elevador de compuerta, la cremallera y otros hierros de la presa… El desastre que no cesa. Y entretanto la cosa pública de siesta roncada, con escasos despertares en uno de los cuales ha puesto grandes piedras con carteles para, más que informar, tranquilizar su conciencia. De tarde en tarde, un bloque de su pretil cae empujado por el cafre… Ahora solo falta que llegue el primo de este, el tontico del espray, para que, con toda razón por una sola vez en su vida, escriba en grande, sobre el muro: “Tonto el que lo lea”. ¡Y vaya que sí lo somos! Tontos y malos por indiferentes ante el esfuerzo con el que hicieron nuestros abuelos el pantano de Níjar, para que por su campo no fueran con cantimplora las lagartijas.

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