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Las palmeras de la Catedral cumplen 25 años

Almería

Se plantaron en la primavera de 1999 después de que el proyecto urbanístico estuviera escondido en un cajón del Ayuntamiento desde 1978

Las palmeras de la plaza de la Catedral / D.A.
José Manuel Bretones

02 de junio 2024 - 08:00

Almería/Ahora que las palmeras están en sus horas más bajas en el diseño vegetal de la ciudad por culpa de un desgraciado suceso en un día huracanado, es el momento de reivindicar su larga e histórica vinculación con Almería.

Es lógico que si se descuida su mantenimiento ocurran hechos lamentables. La ventolera almeriense ha arrancado de cuajo varias de ellas, algunas tan simbólicas como la del litoral de Costacabana o la que había en la Universidad junto al mar. Nadie sabrá si con algún mimo seguirían balanceándose altivas al son del viento de Poniente. Pero esa cuestión de la dejadez medioambiental también es endémica. En mayo de 1977 la palmera del patio del antiguo colegio “Romualdo de Toledo” no aplastó a los niños en el recreo porque Dios no quiso. Y, cuando no, la sierra mecánica, como con las palmeras altísimas de las plazas Bendicho o de Bálmez.

Desde tiempo inmemorial, Almería ha mantenido un idilio con las palmeras y éste debe mantenerse por nuestro carácter mediterráneo y levantino. El 14 de febrero de 1885 “La Crónica Meridional” ya hablaba de las cuatro palmeras que existían en el Paseo del Príncipe y pedía que el Ayuntamiento se gastara diez duros en trasplantar a esa calle un ejemplar que quedó solo en mitad de un solar contiguo al desaparecido “Teatro de Novedades”.

La asociación de vecinos más longeva toma nombre de esta especie arbórea; el callejero local rinde honor a la palmera con su nombre en una vía en El Zapillo; un histórico club de pescadores almerienses adoptó su nombre; todo el mundo sabe dónde está “El Palmeral” de Vera o la capital; los motes de “los iguales” de Almería llamaron “la palmera” al número 85 y las palmeras de Santa Rita de chocolate y hojaldre son una delicia.

El caso es que, si de palmeras hablamos, es obligatorio reseñar a las de la Plaza de la Catedral. Parece que llevan toda la vida ahí, simulando en vegetal las columnas del Templo. Pero no. Esta primavera cumplen 25 años. Un cuarto de siglo de su llegada desde Alicante y su posterior trasplante en el mismo espacio que un lejano día ocuparon los tanques de la película “Patton”.

Fue en mayo de 1999. Un larguísimo tráiler recorrió el centro, maniobrando su chófer con una habilidad pasmosa, para poder descargarlas junto al palacio del obispo. Los 24 ejemplares primitivos llevaban un día colocados cuando, el 6 de junio de ese año, la procesión del Corpus Christi salió de la Catedral.

El Ayuntamiento invirtió 44 millones de pesetas (264.000 euros) en el arreglo de la Plaza de la Catedral, sobre todo en las losetas cuadradas de mármol blanco de Macael para el suelo y en las palmeras, más altas que el monumento. Pero la historia de la remodelación de ese espacio de 2.493 metros cuadrados es larga en el tiempo, curiosa y muy desconocida.

El proyecto a un cajón

Hay que remontarse al 15 de junio de 1978. Ese día, el catedrático barcelonés Moneo Vallés hizo pública la decisión del jurado encargado de elegir el vencedor entre los 25 proyectos urbanísticos presentados al concurso nacional, auspiciado por la extinta Caja de Ahorros y el Colegio de Arquitectos. El objetivo era proponer al Ayuntamiento ideas para adecentar ese céntrico espacio. Y el ganador fue Alberto Campo Baeza, con el trabajo titulado “Palmería”. Se trataba, exactamente, del diseño que conocemos hoy: palmeras altísimas que imitaban las columnas catedralicias y su cúspide evocaban bóvedas y cruceros; eso sí, había que eliminar todo el mobiliario y jardines existentes y cerrar la plaza al tráfico rodado, cuestión que levantó más de una suspicacia.

Alberto Campo Baeza, en aquella época, era colaborador de Julio Cano Lasso, el arquitecto que diseñó la antigua Universidad Laboral, en La Cañada. Expuso, al ganar el proyecto que la línea de diseño era “tanto con tan poco y llevar el más, con menos”. “Nos negamos a proponer una plaza nuevamente vulgar para vulgarizar volviendo a la gente aún más vulgar. Queremos crear un recinto encantado, con sombra de palmeras, rumor de aguas, revoloteo de palmeras…”, dijo.

Todo muy bonito. Pero esto es Almería. El voluminoso expediente de “Palmaría” lo metieron, en el verano de 1978, en el fondo del cajón de un despacho municipal y ahí quedó, arrinconado; olvidado no se sabe dónde. Pasaron los meses, los años, las décadas, desfilaron innumerables concejales y decenas de técnicos y responsables de Urbanismo... y aquella carpeta seguía oculta en la profundidad de un viejo mueble. El ganador del proyecto suponemos que dio por irrealizable su obra. Pero los políticos tienen cosas “de peón caminero”: después de haber despreciado su trabajo, a alguien del Ayuntamiento de Almería se le ocurrió escribirle una carta oficial, en diciembre de 1985, para que formara parte del jurado para la remodelación de una plazoleta.

Aquella bofetá sin mano le sirvió al arquitecto para escribir un sabroso e irónico artículo titulado “Concursitus interruptus” en el que respondía a la invitación: “entenderán que me niegue en redondo a colaborar con tamaña perversidad”. Para más “inri”, Campo Baeza insertó en junio de 1987 un anuncio en la prensa local, en el que informaba que el Edificio de Exposiciones de la Feria de Barcelona era creación suya y animaba a visitarlo.

Pasaron los años y un día de 1996, María Muñiz la concejala de Urbanismo con el alcalde Juan Megino, conoció el proyecto paralizado gracias al arquitecto municipal Antonio Góngora. Sorprendida, la edil se puso las pilas, descubrió y desempolvó aquella maravilla que permanecía olvidada entre telarañas, bichos del polvo y papeles viejos.

Sin dudarlo, llamó a Alberto Campo Baeza, que ya era un arquitecto de reconocidísimo prestigio internacional y catedrático de Proyectos en la Escuela de Arquitectura de Madrid, para que retomara la idea de la nueva Plaza de la Catedral. El 2 de febrero de 1996, el autor enviaba una carta agradeciendo que el Ayuntamiento llevara su idea a la realidad. Le informaba que su diseño irrealizado había sido muy aplaudido y ensalzado en Virginia (Estados Unidos). Muñiz llegó a decir a los periodistas que no acertaba a comprender cómo era posible que ese proyecto no se realizara en 20 años…

Sí; veinte años después, el ganador pisó Almería otra vez y pudo comprobar que ahora existía interés y recursos del Ayuntamiento por hacerlo realidad. Además, el Obispado, clave por su doble presencia en la plaza, dio sus bendiciones a “Palmaría”.

El 12 de diciembre de 1997, el alcalde firmó el contrato para que Alberto Campo convirtiera en realidad su proyecto a cambio de 5,8 millones de pesetas. En abril de 1998 ya estaba completado sobre el papel cómo quedaría el entorno, aunque desde la delegación de Cultura de la Junta, donde mandaba la socialista Martirio Tesoro Amate, pusieron inconvenientes y pegas sobre aspectos como la apertura al tráfico, la realización de un estudio arqueológico, la existencia de mobiliario urbano o los materiales del acerado. Más retrasos. Hasta el 17 de junio la comisión de Patrimonio no dio vía libre a las obras y el 19 de octubre, las empresas “Salcoa”, “Vías y Construcciones” e “Intersa” (que ganó) presentaban sus plicas para obtener la adjudicación de los trabajos.

Éstos –con algún susto por la aparición en el subsuelo de restos de una torre- comenzaron a principio del año siguiente y del proyecto inicial se suprimió la fuente central, por lo que “el rumor de aguas” del que hablaban en 1978 se calló para siempre.

Son las pequeñas historias de Almería. Ignoramos si de aquel cajón municipal donde se ocultó el proyecto saldrá alguna otra reliquia urbanística sin ejecutar.

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