El palangre de superficie naufraga
Las restricciones en las cuotas de atún rojo y el clima hacen que varios barcos lleven meses sin faenar o ya estén a la venta La traíña o las artes van tirando pese a la repercusión del IVA

Cuatro meses en blanco. Es el balance de Miguel Pomares, patrón del barco 'La Chanca', amarrado en Roquetas de Mar. El paro biológico y el clima le impiden ganarse el sustento y los ahorros escasean después de este tiempo sin ayuda económica alguna. Este pescador roquetero lleva toda su vida en la mar. "Empecé cuando estaba a la escuela. De noche me iba con mi padre a trabajar y después a estudiar".
No se queja de la dureza del trabajo ni del esfuerzo económico que supone poner en marcha una embarcación. Sus quejas se dirigen a las Administraciones del Gobierno central y Europa, que se han cebado con su modalidad de pesca, el palangre en superficie, "haciendo calendarios desde el sillón de su oficina". Desde que Bruselas pusiera restricciones a las cuotas de atún rojo, su actividad ha caído en picado.
"Vivimos del atún y el pez espada, y en un solo día de pesca se cubre el límite de todo el año, en mi caso unos 600 kilos, pero les da igual que se muera en la mar". Y es que "aunque recojamos la red y haya atunes, tenemos que devolverlos al agua. Da igual que ya se hayan asfixiado con el 'pelo', los políticos no te dejan traerlos a tierra ni para darlos a asociaciones de caridad. Es un crimen y un desperdicio grandísimo".
Esta situación lleva años siendo denunciada por organizaciones en pro del medio ambiente como Ni un pez por la borda, que estima que el 50% de las capturas del mar del Norte se devuelven a la mar.
Una de las opciones que le ofrece la Administración es pedir un permiso especial para faenar a 12 millas de la costa, es decir, a dos horas mar adentro, pero "hasta ahí te ponen trabas, porque llevo 20 días esperando que me mande el dichoso papel de Madrid".
Todo esta problemática, unida a los altos costes de seguros y compra y manteniemiento de herramientas específicas van sumando miles de euros al cabo del año, lo que ha provocado que varios barcos hayan cesado su actividad y estén amarrados en el Puerto a la espera de un improbable comprador.
Miguel va capeando la situación como puede y se va a Mallorca a faenar, en un viaje sin parada que dura 36 horas de trayecto "a una velocidad de 8 nudos para que no se te vayan más de 2.000 litros de gasolina".
El pescador se da una vuelta por el muelle. A sus compañeros de otras modalidades como la traíña o las artes menores les va algo mejor, aunque también están "asfixiados por el IVA y los controles" pero confiesan que, a pesar de todo, "sigue habiendo trabajo para los hijos, aunque muchos solo vienen porque no encuentran otra cosa". Hombres forjados en la mar como Pepe, de 81 años, y sus compañeros, siguen tejiendo las redes en un Puerto que vieron nacer décadas atrás.
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