El “nosequé” entrañable de las fiestas de Polopos
Pequeñas historias almerienses
Las de los años noventa ya eran famosas en toda la comarca almeriense
En 1897 ya existía una línea de tren para la salida del hierro

Polopos es un anejo del municipio de Lucainena de Las Torres. No hay que confundirlo con el otro Polopos granaíno, pegado a Adra, aunque sean homónimos. El Polopos almeriense es de más interior y sus hijos se han dedicado a la agricultura de subsistencia, al pastoreo, a la ganadería y, en la época de mayor riqueza, a la minería. En 1897 ya existía una línea de ferrocarril de 36 kilómetros para dar salida al hierro, en vagonetas de tren, hasta los embarcaderos de Agua Amarga. Testigo de ello es el túnel de piedra perforado a la montaña, que aún se emplea en la conexión terrestre entre Lucainena y Polopos.
El hierro pasaba por allí camino de vapores como el “Albia” que lo transportaba hasta los Altos Hornos de Vizcaya. Aquello funcionó muy bien hasta 1942. Polopos y toda Lucainena, antes de la Guerra Civil, tenían un peso económico considerable en la provincia. Aquella explosión de riqueza producto de la minería permitió que las familias de los trabajadores pudieran escolarizar a sus hijos en la misma barriada. Así, desde el curso 1889-1890 la Administración sacaba a concurso la adjudicación de la escuela mixta para los maestros que estuvieran interesados. El sueldo anual era de 275 pesetas, que luego se subió a 500. Allí contemplaron el amanecer del siglo XX la profesora Dolores Guillén Arnal y el maestro interino Manuel Alonso, que enseñaron a leer, escribir y las cuatro reglas a innumerables chiquillos de la comarca.
Los mismos que tuvieron la oportunidad en 1909 de aplaudir y besar el anillo del obispo de la diócesis, Vicente Casanova y Marzol (1854-1930), en la visita pastoral que efectuó a Polopos. Fue escoltado desde “La Venta de la Bernarda” hasta la barriada por las autoridades locales y por los hermanos José y Antonio Cortés Lázaro, ricos empresarios de la zona que dispusieron que el prelado fuese recibido en la pedanía con disparo de salvas, banderitas de papel y cohetes.
Al paralizarse la mina comenzó la emigración; la mitad del pueblo imitó a sus abuelos cuando en 1920 se marcharon a La Patagonia argentina; otros eligieron destinos europeos o africanos. Quienes se quedaron prefirieron las labores agrícolas y ganaderas y algunos de sus hortelanos tuvieron la oportunidad de participar como extras en las siete películas que se grabaron en el municipio y cobrar 200 pesetas al día. Por ejemplo, ‘100 Rifles’, rodada en 1968 y protagonizada por Rachel Welch y Burt Reynolds, “Pago con Plomo”, en la que el anejo era parte fundamental de la historia o “Salario para matar”, en1970. Mucho cine, sí, y 50.000 pesetas que se quedaban por película; pero en 1968 las casas carecían de suministro de agua potable.
Ahora, en Polopos solo están censadas 126 personas, según el Instituto Nacional de Estadística, aunque en verano recala una numerosa población flotante que aprovecha las vacaciones para evocar allí su niñez, visitar las tierras de sus parientes o rezar un rato en el cementerio ante las tumbas de sus antepasados. Porque muchos dejaron dicho que, aun residiendo lejos, al expirar, tenían que ser inhumados en su Polopos natal.
También experimenta un gran bullicio el día de San Juan, cuando tienen lugar las fiestas patronales. Innumerables jóvenes del municipio que viven en Rambla Honda, Olivillos, El Saltador o Gafarillos se acercan al anejo para vivir de cerca sus festejos junto a los que aparecen desde el Campo de Níjar. Hoy es más fácil llegar, porque la autovía está a tiro de piedra, pero hace treinta años, el acceso era tortuoso y peligroso, con piedras sueltas que golpeaban como una baqueta de tambor los bajos de los coches y, a lado y lado, barranquillos a los que daba vértigo mirar.
Aquellas fiestas de Polopos de los noventa tenían algo; un aire especial, “un nosequé” con el que la gente se lo pasaba en grande y se divertía sanamente. Para ser un pequeño núcleo de población contaba con una comisión vecinal que se comprometía a organizar las actividades. Incluso cada año editaba un programa de fiestas en la Imprenta Bretones, donde encargaban 250 ó 300 ejemplares para repartirlos entre todos los residentes. Estaba sufragado por los comercios y negocios de los parientes, amigos y conocidos de los hijos de Polopos, que un día se establecieron en la capital, Carboneras o Níjar: Eran fijos en sus aportaciones, entre otros, la administración de lotería Nuestra Señora del Mar de la “Plaza de los Burros” de Almería; la Pajarería Volga; los transportistas Antonio Hernández Salvador, del Campo de Níjar, y Francisco Montoya Bascuñana, de La Venta del Pobre; la gestoría de Juan Mesa Puga; los prefabricados para invernaderos de José Méndez, los muebles de González en la carretera de Las Negras y los de Pinantes en Níjar; la empresa Predeco de Campohermoso; la ferretería de López Sánchez en el camino de Vera; el distribuidor de helados Antonio Barón Giménez; “El Tío Pedro” del bar Zapatero; la carpintería de los Hermanos Expósito; el mecánico de Opel Emilio Giménez Acacio o los hermanos Gómez Vargas que, en 1990, ya habían instalado riego por goteo en muchos invernaderos del contorno.
También donaban lo que podían otros negocios, fueran o no de Lucainena de las Torres y sus barrios: el bar de Antonio García, el Spar de Ana, de La Venta del Pobre, “Hormigones Martínez” del núcleo de Los Ventorrillos; la aseguradora de Antonio Lázaro Piedra (que fue alcalde pedáneo); el bar La Plaza de Purificación González Ruiz o la farmacia de María Jesús Campos Tristán, que luego se trasladó a otra botica en Marbella. La comisión de fiestas diseñaba diferentes actividades lúdicas para dos días, sobre todo para los niños y jóvenes. Los más mayores se conformaban con la misa el día del patrón y la procesión con la imagen de San Juan; desde finales de los ochenta, los desfiles los abría la banda de tambores y cornetas de la Agrupación Juvenil de Lucainena, hasta 1994 que ya contrataron a la Asociación Musical Santa Cecilia de Sorbas. Ese año, y el anterior, el Consistorio se estiró algo más e invitó a los vecinos a un vino español en la plaza el día de la inauguración de las fiestas. Del mismo modo, en aquellos tiempos hubo concursos de pintura, maratones, carreras de cintas y de sacos y por la noche, verbena en la plaza de la iglesia. Por Polopos pasaron en una década los grupos “Evolución”, de Indalecio García y José Pérez, “Manhattan”, “Fantasía”, “Amarillo”, “Alcazaba”, “Las Damas de Scorpio” o “Acuarela” y cuando el presupuesto se acortaba, el baile lo amenizaba “Los Hermanos Sáez y su acordeón” interpretando temas clásicos y de actualidad.
Ese espíritu integrador y acogedor de la barriada por San Juan se plasmaba, también, en el pregón que abría el camino lúdico de cada año. El de 1994 decía: “La fiesta sois vosotros cuando abrís el corazón al vecino y al lejano, al amigo y al extraño; ¡venid a la fiesta!, Polopos a todos abre sus puertas, ¡venid! ...” Aunque, para mi gusto, mucho más entrañable y bonito es el poema que circula en las redes sociales escrito por María Sáez Uroz: “Polopos está repartido/ por los cinco continentes/, por sus hombres valerosos/ inteligentes y honrados/ con un orgullo de un pasado/ dando nació sus raíces/ nunca se sintieron tristes/porque nunca fracasaron/. Lo dicho, Polopos siempre ha tenido “un nosequé” que lo convierte en peculiar. Hay que ir.
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