La necesidad hace la oferta

Cualesquiera oficios requieren su ciencia. No solo aquellos cometidos que, por su naturaleza, necesitan una alta especialización y complejos conocimientos para su ejercicio. Los camareros, en el particular ámbito de la hostelería, no quedan fuera de esos requerimientos profesionales; aunque, no pocas veces, acuden a las ofertas de empleo quienes se creen capaces de adquirir las habilidades o destrezas necesarias en un par de tardes -como alguien dijo de las lecciones de economía-. Verdad, también, que hay desempeños penosos, incluso con complementos de peligrosidad, y el gremio de los camareros ha de vérselas con la difícil prestación del servicio y los requerimientos no siempre educados de quienes lo reciben.

Por eso este anuncio altera la razón de lo previsible, ya que no se buscan camareros, sino clientes, y, con ello, se abre la conocida disquisición sobre qué fue antes, la gallina o el huevo: ¿es que los camareros necesitan clientes, o resulta que no hay de estos si faltan aquellos? Elucubraciones también se hacen sobre la concurrencia de los locales y las explicaciones circulan con el influyente parecer del boca a boca. Queda la experiencia, esa otra condición para el oficio, pero, en este caso, se exime de ella a los clientes, pues más interesa que la adquieran ocupando las mesas vacías y se hagan parroquianos experimentados y asiduos.