El monumento a la madre cumple 50 años
Almería
La escultura fue inaugurada el 15 de enero de 1972 en la Plaza Virgen del Mar, donde aún se conserva tras una compleja restauración tras ser “decapitada”

Almería/Dentro de unos días, en concreto el 15 de enero, el monumento a la madre erigido en la Plaza de la Virgen del Mar cumplirá 50 años. Medio siglo desde que decenas de chavales de la capital desfilaron y saludaron brazo en alto a la estatua que donó a la ciudad el artista Marino Amaya (1928-2014), conocido como “el escultor de los niños”.
En este tiempo, la madre de la plaza Santo Domingo ha sufrido giros en su ubicación, atentados de un salvaje en forma de decapitación, pintadas de golfos, épocas de absoluto abandono y otras de mayor gloria. Muchas personas no sabrán a qué se debe esa escultura de una mujer sentada que mimosamente recibe el abrazo de un bebé. Porque ni posee placa explicativa. Aquí, si preguntas donde está la estatua de la madre, los más avispados te llevarán a “La Caridad” de la Rambla -que evoca las inundaciones de 1891- o como mucho a esa señora obesa sentada en un sillón que plantaron un día delante de la iglesia parroquial de San Sebastián y que nadie sabe a quién homenajea. ¿A las abuelas? ¿A las suegras? Es verdad que ambas simbolizarían a la figura materna, pero el auténtico tributo de Almería a las madres es el de los jardines próximos al Colegio de “Nuestra Señora del Milagro”.
El 15 de enero de 1972, en el acto de inauguración, se montó allí una buena. Niños vestidos de la OJE desfilando desde la Plaza Vieja por un Paseo aún iluminado de Navidad y escoltados por los “cars” del parque infantil de tráfico y las bicicletas del “Madre de la Luz”; carrozas de niñas con vestidos regionales –antes se llamaban “de gitana”- y globos; un grupillo de chavales con traje de judoca y cinturones de colores y varias rondallas o tunas con sus fanfarrias y canciones. Todos llevaban pancartas: “Homenaje a la madre de la juventud de Almería”; “Almería, con la madre” …
Los almerienses aplaudían con entusiasmo desde las aceras y cientos de ellos se concentraron en la plazoleta cuando el alcalde, Francisco Gómez Angulo (1921-2002), y el niño del colegio “Mar de Alborán” Eduardo Sáiz García descubrieron el monolito. Luego, el vicario de la diócesis, Andrés Pérez Molina, lo bendijo.
Más tarde vinieron las intervenciones infantiles. El propio Eduardo Sáiz glosó el amor de los pequeños hacia la madre y la alumna de “Las Jesuitinas” María Rosa Trujillo Sánchez intervino en nombre del resto de chiquillos almerienses: “Toda la juventud de Almería vibra hoy de ilusión y al ofrecer sus ramos de flores quiere simbolizar que su homenaje es bello y entusiasta”, leyó con ardiles ante tanto público. Luego los “Coros y Danzas” bailaron el fandanguillo con la música en directo de Luis Gázquez y se disparó un monumental castillo de fuegos artificiales antes de que el padre José Gabriel Rodríguez O.P. oficiara una eucaristía en el templo de la Virgen Mar. En su camerino, la niña de Los Almendricos Antonia Rodríguez González depositó un ramo de flores.
Pero esa escultura tan loada fue fruto de una estrategia comercial de su autor. El escultor leonés Marino Amaya, con 41 años entonces, había esculpido un año antes el monumento al “Marino desconocido” –llamado “El remero”- que hay en el Parque y el Ayuntamiento de Almería aún le debía medio millón de pesetas. Pensó que, donando otra figura a la ciudad, el alcalde recordaría la deuda y la afrontaría. Pero no. El propio Amaya reconoció lustros después que nunca cobró las 500.000 pesetas, por lo que terminó condonando el débito. Mientras, el Ayuntamiento no solo no pagó la escultura, sino que décadas después la “destrozó” extirpando la mitad de la obra para colocarla en El Palmeral del Paseo Marítimo. Amaya, cuyo nombre real era Marino Leonardo Borrega Amaya, se hizo famoso en 1969 por esculpir una talla a los cosmonautas americanos que pisaron por primera vez la Luna. Se instaló en Málaga, donde también hay un busto del rey Juan Carlos I ideado por él.
Y llegó el vandalismo contra la madre. Muy doloroso para el patrimonio de la ciudad fue cuando una mañana del otoño de 2007 la madre apareció decapitada y con el arma del parricidio monumental a sus pies. Así estuvo larguísimo tiempo, incluso pintarrajeada con extraños símbolos, hasta que algún corazón municipal se compungió y procedió a entregarla para su restauración. Y muy bien que la dejaron gracias a las cuidadosas manos artísticas de Esther Guerrero y Francisco Valls, del taller “Dromos”, y la colaboración de los profesores de la Escuela de Artes. Desde finales del verano de 2010, la madre ha recuperado con todo el derecho su espacio público.
Una vez restaurada, la escultura sigue ahí. Pero es como si no estuviera. Muy pocos se acuerdan de ella. Está sucia; llena de polvo y de un terraguero que se ha incrustado en la piedra. En algunas ocasiones ha permanecido meses con restos orgánicos –por ser fino- de palomas y pájaros impregnados en cara o brazos y solo algún jardinero con alma blanda se ha acercado para podar las ramas que tapaban su rostro y arrancar los matojos que poblaban su base. Se ve que o no hay presupuesto o sí mucha apatía para adherirle una plaquita barata que recuerde el qué y el porqué de su existencia. Jamás le han llevado un ramo de rosas blancas por el Día de la Madre o una corona de flores en recuerdo de las mamás fallecidas en estos largos lustros. Esta ciudad es así de jodía.
En esa época, los coches llevaban en el cristal trasero un adhesivo pegado que ponía “Almería, madre de la vida padre” … pero tenga usted madre para eso.
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