El mercado del horror
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Manos Unidas trabaja con diferentes proyectos en el país africano de Benín
Abolir el tráfico infantil y el maltrato a los menores, entre sus principales objetivos
Mientras sueña con que algún día será ministro, busca soluciones ante las enfermedades respiratorias que provoca ese polvo malsano que se extrae de la acción de machacar piedra. "¿Qué podéis hacer para que paren con este negocio?", pregunta a los periodistas François Soke, de 14 años, uno de los llamados "niños de la calle" de Cotonou, capital económica de Benín. Trabaja vendiendo papayas y naranjas en el mercado de Dantokpa, uno de los más grandes de la región de África Occidental y, como otros muchos, estudia en la escuela acelerada de los padres salesianos de San Juan Bosco para obtener la Primaria. Tiene ocho hermanos, no es de Cotonou y vive con la que él denomina su 'tía', pero se levanta todos los días a las 4:00 para trabajar. Este es el testimonio de uno de tantos niños que diariamente son víctima de explotación, tráfico infantil, abusos y abandono por parte de sus familias.
Cuando François relata su historia comparte un denominador común con el resto de niños entrevistados: Su mirada se pierde hacia un pasado que sigue resquebrajándole por dentro. Sentado en su pupitre, con la formación de los salesianos, espera que algún día sus sueños se cumplan. Pero mientras el joven mira hacia su futuro, otros menores tienen sus sueños anulados por un pasado atroz y un presente sin esperanza.
Manos Unidas trabaja, en este caso, con los salesianos para erradicar el fenómeno de los niños del mercado de Cotonou. Los padres de San Juan Bosco solicitaron la colaboración de la ONG para la construcción de un centro en el que se ubiquen los talleres de formación y nuevas aulas para la escuela primaria. Además, con este proyecto han aumentado la capacidad de acogida nocturna de la Casa Mamá Margarita y ha permitido equipar la escuela con el mobiliario y el material escolar, además del pago de los salarios y la formación de personal.
Uno de los responsables en frenar la lacra que azota con dureza el maltrato infantil existente en Cotonou es el Padre Celestine, director de la Casa Mamá Margarita (centro de acogida nocturno). Y principalmente frenar, porque estos casos "no aumentan, pero tampoco disminuyen". Él conoce a fondo muchas de las causas que provocan que estos niños acaben recurriendo a este centro: "Muchos son víctimas de trata. En otros casos los padres no son conscientes que venden a su hijo. Les dan un poco de dinero y les prometen que se van a ocupar de su escolarización, formación y acaban como esclavos en mafias", explica. Son los menores cedidos o también denominados "placés". El padre indica que "hay otros que huyen de sus casas porque son maltratados o tienen problemas en sus familias".
Ante casos donde las familias han sido engañadas, trabajan para volver a unir los padres con los hijos. "En aproximadamente dos años, 51 niños se han reintegrado con sus familias. Trabajamos con psicólogos y monitores donde se estudia la problemática de cada niño. Vemos la posibilidad, según la situación, de que vuelvan a su entorno", apunta Celestine.
Paso a paso por el mercado de Dantokpa, se ven deambular niños que se cruzan en un camino cubierto por basura o hundido por los barrizales. Algunos cargan fruta sobre su cabeza, otros trabajan en el carbón o pican piedra poniendo en riesgo su salud y también se pueden ver sentados en un rincón aplastando chatarra. No importa que sea lunes o domingo, su rutina es el trabajo y llevar dinero a su patrón. Por descargar transportes de mercancías pueden llegar a ganar de uno a euro y medio. Las hernias acompañan el físico de muchos de los jóvenes tras jornadas maratonianos de trabajo. Tras eternas horas de una labor que pone en riesgo su salud y seguridad, muchos de ellos deciden pasar la noche en la Casa Mamá Margarita.
Entre 70 y 100 niños visitan este centro nocturno para dormir y evitar ciertos peligros como "palizas y abusos". El padre Celestine asegura que desde que están en marcha han pasado 780 menores a resguardarse en este hogar.
Durante el trayecto por el mercado, las miradas hacia la prensa y el equipo de Manos Unidas son de desconfianza. La campaña de concienciación desde el Gobierno sobre tráfico infantil provoca que muchos de los patronos no estén seguros con este paseo por el mercado. Por el camino, aparecen tres jóvenes que duermen en Mamá Margarita: Agosua, Ivor y Antoine. Agosua, de 15 años, trabaja en un molino de especies por 15 euros al mes, y sus dos amigos se dedican a la descarga de cebollas.
Los niños descubren que existe la casa Mamá Margarita por un trabajo de captación. Hay una barraca en el propio mercado desde donde salen varios monitores a pasearse por Dantokpa y los llevan allí para convencerlos de que tienen que escolarizarse, formarse y dormir en un sitio seguro. En la barraca, bailan, cantan y hacen terapias de sensibilización. "Muchos no aceptan ir al centro de acogida nocturno porque no quieren perder esa sensación de independencia, pero poco a poco vamos convenciéndoles de que la calle no es buena. En el mercado hemos localizado a 640 y 350 han recibido alfabetización", apunta Celestine.
Christophe Possa es uno de los monitores que trabajan por sacar a los niños del mercado: "Damos varias vueltas, los detectamos, nos ganamos su confianza y le invitamos a venir. Organizamos actividades para que se vayan abriendo, De 9:00 a 17:00 horas está abierta, y pasan de 15 a 40 niños al día. Esos menores normalmente se ven sucios y cuando ven que alguien los toca o los abraza, consigues romper muchas barreras".
Para que estos niños puedan salir de la calle y tener un futuro, disponen de dos escuelas aceleradas. Una en Mamá Margarita con 97 niños y otra dentro del mercado, con 85. Los menores completan la Educación Primaria y, posteriormente, reciben formación profesional en mecánica, costura, carpintería, panadería..., talleres financiados por Manos Unidas.
Rebeca d'Oliveira, maestra de la escuela acelerada, detalla el funcionamiento y desarrollo de las clases: "Aquí hay niños que vienen con dos situaciones diferentes. Algunos han estado escolarizados y aumentan sus conocimientos. Y hay otros que nunca han estado escolarizados y tienen que empezar a aprender a leer y escribir. Es frecuente encontrar menores con problemas psicológicos. Hay que tener cuidado con ellos hasta que empiecen con un ritmo normal. El entorno que se encuentran aquí, familiar, es lo que les empujan a dejar la calle. Se trata de formarles en todas las materias y sensibilizarlos. Es una alegría enorme cuando apartas a un niño de la calle".
Basile Measan, de 13 años, se encuentra en la clase de Rebeca y quiere ser diseñador: "Empecé a venir a la escuela en 2016. Vengo temprano, voy a las clases, y cuando acabo voy al mercado para vender hierro. Por la noche, duermo en un centro de acogida nocturna".
Gafarov Salifou es otro de los menores que estudian en las escuelas aceleradas: "Mi padre murió y mi madre se volvió a casar, me vi desplazado, no tenían muchos medios y decidí buscarme la vida. Fui captado en el mercado por una asociación belga para que acudiera un centro de acogida".
Para la asistente social Maryse Ayi, los casos que llegan son muy diversos, pero asegura que muchos de ellos son "por la muerte de sus padres, segundos matrimonios y falta de afecto. Cuando un niño acaba en la calle tiende a copiar comportamientos de otros niños y se vuelven agresivos. Es difícil que vuelvan a comportarse bien por lo que hacemos terapias de grupo para que tengan buenas conductas".
Hay ejemplo de éxito, como es el caso de Godjo Sylvain y Gozo Apollinaire. Dos niños de la calle que acudieron juntos a Mamá Margarita y se han asociado para fabricar jabones, bálsamos, champús... "Vendemos a salones de peluquería, belleza, restaurantes, tintorerías... Trabajamos bajo pedido".
Otro de los niños que ha salido adelante es Houessou Ulrich, que se dedica a la panadería. Su rostro rebosa felicidad y es que, además de que le apasiona su trabajo, es el encargado de financiar los estudios de su hermano pequeño. "Mi padre murió cuando tenía 13 años y comprendí que tenía que ganarme la vida. Empecé a descargar camiones en el mercado. Los salesianos me enseñaron que podía cambiar mi futuro. Dejé las calles y comencé un programa de formación".
Después de la intensa jornada de trabajo en el mercado, los niños llegan para dormir en Mamá Margarita. A partir de las 19:00, ya aparecen los primeros menores. Muestran una gran energía con bailes y juegos a pesar de la larga jornada laboral que han padecido. Pero hoy es un día especial, su rutina cambia porque Manos Unidas y la prensa española está con ellos. Sus ganas de interactuar son insaciables. Sobre las 22:00 horas, los niños rezan y el padre Celestine sensibiliza de los peligros de la calle. Los invita a que desconfíen de aquellos que los esclaviza. Primero, los cachean antes de entrar a las habitaciones por si llevan algo punzante. Con todo controlado, se tumban sobre su esterilla y se disponen a imaginarse un futuro mejor, porque en Mamá Margarita se permite y se invita a hacerlo. Está prohibido no soñar.
Comprar un niño puede costar 30 euros aproximadamente
En Benín viven 9 millones de habitantes de los que el 48% son menores de 18 años. El 68% de los niños de entre 5 y 17 años trabaja, un porcentaje que alcanza el 66% entre los 5 y 14 años. El 31% de la infancia realiza un trabajo a abolir, con riesgos para la salud y la seguridad. Al problema del trabajo infantil, se suma el caso de niños víctimas del tráfico de personas, por parte de mafias organizadas. Según el Ministerio de Asuntos Sociales de Benín, 40.317 niños de entre 6 y 17 años fueron víctimas de tráfico en el país, lo que representa un 2%. Alrededor del 90% de estos niños son traficados dentro de Benín y el resto sufre el tráfico transfronterizo en países como República del Congo, Gabón y Nigeria. Calculan que comprar un niño puede costar 30 euros aproximadamente.
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