El marqués de Torre Alta. Cambió petróleo por agua en Almería

Cuenta y razón

En los años 20, en la provincia, destacó un hombre ve la oportunidad de negocio con el agua

El Vivillo en sus días de incógnito en Almería

El marqués de Torre Alta
El marqués de Torre Alta / José Luis Ruz Márquez

Ya hace tiempo que, desde estas mismas páginas del Diario, les hablé del señor de la Torre Alta de Mondújar, la Torre de Don Alonso, de don Alonso Avis Granada Venegas. Y les conté que moriscos sublevados en 1568 lo quisieron hacer rey, por descender de los de Granada. De cómo, por Carlos IV, sus descendientes fueron marqueses de Torre Alta.Con los títulos de Alférez Mayor y Regidor perpetuo, terciado el siglo XIX enlazan con la familia del duque de Arión, por el casamiento en 1875 de la IV marquesa, Josefa de Careaga, con un hijo del marqués de Povar, Pedro Fernández de Córdoba, el cual muere en 1877, dejando huérfano de un año a Manuel Fernández de Córdoba Careaga que es el protagonista de este relato.

La marquesa, ruega a Dios creando un bellísimo jardín en los ruedos de la Torre, sin dejar de dar al mazo con la modernización de la finca que es financiada con la venta de veintiocho de sus tahullas y que al fin culmina en 1884 con la excavación de un pozo para regar, y vender riegos, de un agua extraída con una gran, y premonitoria, máquina de vapor. El día en que esta bufa y humea por vez primera sobrecoge al pequeño Manuel quien aprieta la mano de su madre, siempre dispuesta a guardarlo como oro en paño. Y así seguía cuando a primeros de 1905 casa en Madrid con María Encarnación Fernández de Córdoba y Owens, su tía, hija del marqués de Montalbo, primo hermano de su padre. La muerte de su madre en 1914 pone en su persona los títulos de V marqués de Torre Alta y IX vizconde de Los Villares y con ellos su patrimonio al que trata de añadir otros proyectos, hasta ahora frenados por la autoridad materna, como la búsqueda del oro negro.

Y lo hace mediante la “Hispano Británica de Petróleos”, cuyo director y geólogo, Rufino Duque, solicita en 1923 la inscripción de un registro de mineral petrolífero en Níjar, con el nombre de “La Torre Alta” en atención al marqués, ya consejero delegado de la compañía y con el que gira en mayo y octubre sendas visitas en busca de ubicación para la sonda. En febrero de 1924 marchan a Argelia y París en busca de un tren perforador que no vendrá hasta mayo del año siguiente tras ser adquirido, con los cuartos marquesales, en Madrid. Geólogo y sondista vuelven a trillar el campo nijareño en busca del lugar en el que ponga el huevo la perforadora. Y en eso se andaba cuando la dictadura de Primo de Rivera y el marqués cruzan sus miradas interesadas: la primera por venirle al pelo un noble que no tiene pasado político y sí, en cambio, prestigio y dinero, y sobre todo, buenas aldabas, mientras este ve en el poder un respaldo a su proyecto de seguir hurgando en el subsuelo al amparo del Sindicato Nacional de Petróleos creado en mayo de 1924.

No sé en qué momento exacto su excelencia advierte que el petróleo es cosa más propia de tierras lejanas y deja su búsqueda y sin cambiar el campo de Níjar como escenario, en 1926 se pone una meta más clara y dedica la perforadora al agua, para lo que se ha hecho fundador y presidente de la compañía de “Riegos y Sondeos del Sur de España”, eso sí, sin fe alguna en peregrinadas tales como la recuperación del viejo pantano de Isabel II, y mucha en el sondeo en varios puntos de Níjar en especial en la Hoya de Váquez, en Fernán Pérez y marzo de 1928. Pero el marqués no solo se ciñe al campo y en mayo de ese año propone a Almería la traída de agua al depósito municipal desde la perforación que está haciendo en el Salto del Gallo y el Barranco de Juan Alonso, una proposición sin respuesta hasta que es sometida a la opinión pública en 1930, a meses ya de la llegada de la República.

Entretanto, media infinidad de inversores sigue en sus registros petrolíferos mientras la otra media se le va uniendo, animada por la aparición en 1931 de trazas de petróleo en unos pozos de agua de Garrucha, sospechosamente vecinos de un depósito comercial de combustible. Son muchos los yacimientos presuntos que se unen a los de Níjar y Tabernas: Berja, Vera, Vélez Rubio… y hasta la capital dónde se habla de establecer la “Sociedad Minero Petrolífera de El Alquián”. Se resiste a morir la ilusión petrolera, animada por algún que otro buscador veterano como el nijareño notario de Adra, Miguel García Fernández. Es todo un desvarío en el que ya no tiene parte nuestro empresario, que mira con lástima a tanto iluminado que cree, como él creyó, sentir el latido del petróleo bajo la piel de Almería.

El primer año republicano convierte a nuestro marqués en viudo y también en invisible para la sociedad almeriense en la que ha presidido todo, desde el Tiro Nacional, al Automóvil Club; se refugia en sí mismo y al final, nobleza obliga, solo le queda ánimo para ocuparse de cuestiones que son más de fuero que de huevo. Dolido con el Ayuntamiento, se borra del padrón y envía al Museo el Pendón de los Reyes Católicos que él custodia. Melancólico, evoca el susto del pozo de su Torre en 1884, o el volantazo que para esquivar un perro en Motril lo puso en 1910 a la puerta del Más Allá, que en 1912 la traspasa de mentirijillas cuando la prensa granadina lo “mata” al confundirlo con su padrastro, el arquitecto Mariano Contreras…

Tiene todo mucho de adiós y de testamento; como si presintiera el lugar histórico, y negro, de La Salle, el colegio hecho prisión en el que en 1936 se enfrentará a la muerte con suma valentía, según supe por uno que la presenció. Dramático final para un hombre clarividente y generoso que, viniendo de nuestro pasado, apostó por nuestro futuro, por rentabilizar su dinero, sí, pero también por el progreso de Almería, sin conseguir otra cosa que dejarse muchos pelos en la gatera y hacerse una roncha notable en su patrimonio. Y de petróleo ni gota, y de agua poca, aunque, eso sí, sabiendo a gloria, a anticipo de la que alumbrará, tres décadas después, la sonda, ya franquista, que acabaría trayendo el regadío al campo de Níjar… Y esta es la grandipequeña historia del día en que El Marqués de Torre Alta cambió petróleo por agua en Almería.

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