Lunes de sirenas, velas y transistores en Almería
La contracrónica
Una jornada de incertidumbre y psicosis colectiva en la que no hubo más remedio que recurrir a lo analógico frente a lo digital y al dinero en efectivo. Bocadillos para almorzar y los niños cambiaron móviles por plazas
El apagón de la desaladora de Carboneras deja sin agua a varios pueblos de Almería

El 28 de abril de 2025 pasará a la historia de España por un apagón eléctrico que paralizó todo el país de norte a sur debido a su fuerte dependencia de las infraestructuras y sistemas energéticos y también evidenció la enorme vulnerabilidad de las sociedades hiperconectadas. Y se grabará de por vida en la retina de los almerienses que sufrieron un poco más que el resto de los compatriotas el duro shock de las tinieblas porque Almería fue la última provincia en la que se restableció el suministro. Lo contrario hubiera sido casi un milagro teniendo en cuenta que el AVE llegará 35 años después de unir Madrid y Sevilla y la A-92 no alcanzó la provincia hasta diez años después de finalizar la Expo.
A las 12:32 se producía una caída abrupta del suministro en la redacción de Diario de Almería con un estridente crujido de los ordenadores y servidores y ya no volverían a funcionar hasta el día siguiente. La información fluiría sólo por las ondas de la radio. Que el fin del mundo nos pille bien hidratados debieron pensar una treintena de personas, entre los que había un buen número de funcionarios de administraciones públicas cercanas, que se bajaron a tomar una cerveza, ante la imposibilidad de seguir con sus funciones, al bar de la plaza de Oliveros. Pero esa aparente impasibilidad sureña se acabaría tornando en inquietud cuando pasada una hora y media seguía sin volver electricidad y esta ausencia tan poco habitual de las comunicaciones empezó a pasar factura.

Preguntas sin respuesta que incomodan al interlocutor de la vida moderna acostumbrado a la inmediatez de la mensajería instantánea. Los padres y madres llegaron a los centros educativos a recoger a sus hijos con más incertidumbre y desasosiego que calma, por lo que se escaparía más de una lágrima entre los pequeños en el inicio de una psicosis colectiva que se iría trasladando durante el mediodía y la tarde a las tiendas de barrio, panaderías y supermercados en los que volaron el agua, el pan, el papel higiénico y el hielo con el que mantener la temperatura de los alimentos de las neveras. En la mayoría de establecimientos no había manera de pagar con las tarjetas de crédito ni otros métodos modernos como el 'wallet' del smartphone, por lo que el dinero en efectivo recobró la importancia que venía perdiendo desde hace un tiempo.
Algunos vendedores cesaron la actividad y se fueron a casa y otros echaron el cierre pero sin poder marcharse porque la puerta era mecánica y no bajaba. El acopio de helados que habían iniciado los comercios de cara al verano sufrió un duro revés, al igual que ocurriría con las flores que requieren una conservación exquisita y habían recibido en la antesala del día de la madre. Las gasolineras también sufrieron un importante parón, al igual que la hostelería sin frigos ni cafeteras y en las farmacias hicieron todo lo posible por salvar medicamentos que se mantienen a una temperatura determinada. Los semáforos apagados eran el epicentro del caos en las calles y el despliegue de policías locales fue insuficiente para atender los focos de riesgo de la circulación en la ciudad. Estaban desbordados aún presentándose voluntariamente los que libraban. La autorregulación puso en peligro la seguridad vial, pero afortunadamente conductores y peatones conciliaron responsabilidad y no se registró ninguna víctima.

Hubo incluso voluntarios, como una inmigrante africana, que estuvieron dirigiendo el tráfico durante horas en una confluencia de calle Granada. El zumbar de las sirenas fue una constante durante todo un lunes de supervivencia a los estragos que iba provocando un enemigo tan invisible y universal como el coronavirus, una crisis energética sin precedentes que gripaba al conjunto de las infraestructuras. Desde el momento del colapso y hasta bien entrada la madrugada cuando volvió el suministro a una parte importante de barrios de la capital. Bomberos, policía local y servicios sanitarios se empleaban a fondo para ayudar a los vecinos que los requerían como ancianos que no podían subir a sus casas y a los que quedaron atrapados en el ascensor, además de llevar grupos electrógenos a las residencias de la tercera edad y también a los enfermos que requieren de máquinas de respiración asistida.
A primera hora era imposible calibrar la magnitud del reclamo, pero conforme iba trascendiendo la información sobre el impacto del cero energético, principalmente a través de los programas de las emisoras de radio, se mermaron las expectativas de que el inesperado apagón fuera algo efímero y la tarde se hizo eterna. Los parques y plazas se llenaron de niños que tuvieron que aparcar las tabletas y videoconsolas para disfrutar con los juegos de toda la vida y los libros. El buen tiempo acompañó y hubo afluencia masiva en las playas y paseos marítimos. Los perros pasearon largo y tendido, sin prisas ni carreras, como en la pandemia y, para esa inmensa mayoría de almerienses que no pudo acceder a un hornillo ni camping gas, los bocatas en todas sus variedades y las latas de conservas fueron el plato estrella en el almuerzo y la cena bajo la luz de las velas.

Fue otra noche de transistores, como aquella del golpe de Estado del teniente coronel Antonio Tejero hace más de tres décadas, en la que las familias sea agruparon para informarse en torno a estas antiguallas analógicas que se guardaban en algún mueble o trastero, aparatos heredados de otro siglo que no forman parte de ningún kit de supervivencia que convertían las pilas en sus diferentes formatos en otro de los objetos más codiciados en esta jornada para olvidar. O más bien no, quizás para reflexionar. Esta falta de corriente eléctrica y la desactivación de casi todos los sistemas sobre los que hoy todo gira planteaban una tierra ignota para buena parte de una sociedad que depende -dependemos- de lo tecnológico en exceso. Un toque de atención porque las cosas pasan por algo. La vida es mucho más que la pantalla de un móvil.
A la memoria de Rafael Espino Montero
También te puede interesar
Lo último