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Almería
Almería/Hace un siglo, Aguadulce pertenecía a Enix. Sus escasos vecinos sobrevivían gracias a una economía de subsistencia basada en la minería, pesca agricultura y contrabando, según el investigador Juan Miguel Galdeano Manzano. Cuando se integró en Roquetas, en 1927, nadie tenía ni la más remota idea de que aquel paraje junto al mar, que comenzó a poblarse sobre 1850, se convertiría desde la segunda mitad del XX en un centro turístico de primer orden.
Eran pocos pobladores, pero ya en 1902 se oficiaba misa a diario y se rezaba el rosario a cargo del anciano sacerdote Antonio Hanza Blanes. Según el corresponsal de “La Crónica Meridional”, los oficios se realizaban en una “casita de propiedad particular cedida graciosamente y que hace de improvisada iglesia sin apenas decoración religiosa”. Esa casilla, usada anteriormente de almacén por su dueño, el procurador José Luque, bien podría ser el origen de la ermita de la Virgen del Carmen. También en la Semana Santa de ese año hubo procesión el domingo de Pascua “con escasos medios y pobres ornamentos”.
En 1922, un grupo de residentes se organizó para reclamar del Obispado la construcción de una iglesia o el arreglo de las instalaciones existente porque los cultos tenían lugar “en un lugar inadecuado y reducidísimo”. Se venía hablando del asunto en la prensa entre 1902 y 1908, pero la escasez de fondos y el compromiso episcopal por cubrir otras necesidades religiosas provocaron que los ciudadanos se hartaran e iniciaran una campaña de petición de donaciones para alcanzar su objetivo. Y comenzó a llegar dinero: del Arzobispado de Granada, de los padres cartujos de Burgos y Zaragoza, del obispo de la diócesis o de Cinta Radigales, la madre de Máximo Cuervo, que tanto hizo por Aguadulce.
En un listado de 25 suscriptores publicado en “La Independencia” el 21 de abril de 1923 la suma alcanzaba las 4.350 pesetas, por lo que es presumible que las obras de adaptación y ampliación de la pequeña capilla se iniciaran en esas fechas bajo la supervisión de Federico Guerrero, el nuevo párroco. Tres años y medio después, la ermita de Nuestra Señora del Carmen estaba abierta al culto, ya que el 27 de noviembre de 1926 acogió las honras fúnebres de la empresaria del comercio Josefa Sánchez Mateos, conocida como Viuda de Agustín Martínez. Más tarde llegó como párroco el sacerdote Diego Martínez Torres, que lo era de la iglesia de San Roque; y allí, en el santo lugar para el cual la familia Cuervo donó 500 pesetas, hizo su Primera Comunión, en 1933, Isabel Cuervo Valseca, hija de Máximo Cuervo Radigales.
Aquella modesta ermita, en el borde del camino a la capital, cumplió con su piadosa función durante más de medio siglo siendo iglesia filial de la de Nuestra Señora del Rosario, en Roquetas. Pero, poco a poco, Aguadulce inició su gran transformación urbanística. Los campos de cultivo se llenaron de casas y los solares de complejos residenciales y de ocio. Así que el 3 de septiembre de 1973 se creó canónicamente la parroquia del Carmen y, el año siguiente, el obispo Manuel Casares Hervás ordenó al sacerdote albojense Fernando Berruezo Sánchez (1935-2000), que se encargara de lo necesario para que Aguadulce tuviera una iglesia nueva, grande, moderna, digna y acorde con el futuro de la barriada: búsqueda de terrenos, financiación, planos, construcción, comunidad de apoyo…
El cura designado había ejercido su labor pastoral en Mojácar y era responsable de la pastoral turística, por lo que sus contactos institucionales sirvieron, no sin sacrificios y desvelos, para localizar y escriturar unos terrenos de 3.200 metros cuadrados acordes con el proyecto: lindando con la rambla y en el centro de lo que en los setenta era Aguadulce: el antiguo pueblo, la urbanización y la zona comprendida ente “Los Jardines” y “El Rancho”.
El ilusionante siguiente paso de Berruezo fue nombrar una comisión para estudiar e impulsar el proyecto. Estaba integrada por matrimonios del pueblo, moradores veraniegos, un psicólogo, un teólogo, un sociólogo y el arquitecto Antonio Ortiz Gacto (1941-2011), un residente enamorado de Aguadulce que reflejaba en planos y dibujos a lápiz las propuestas debatidas. Desde el principio se tenía claro que la iglesia tendría una doble función: religiosa y cultural, surgiendo así su variante de auditorio. Ortiz Gacto se entregó plenamente al diseño, aportando su sensibilidad y valía artística y renunciando a sus emolumentos como profesional, así como el aparejador Guillermo Zaragoza Sorroche.
La obra se inició, aunque de vez en cuando sufría parones por la escasez de presupuesto. Solo la primera fase necesitó diez millones de pesetas en materiales y mano de obra. El Obispado aportó una cantidad considerable y la Caja de Ahorros de Almería también, pero sin las generosas donaciones de los fieles la construcción del templo se habría alargado eternamente. Hasta se imprimieron octavillas, en 1977, reclamando ayuda del vecindario. Y hubo personas que entregaron apenas dos duros y otras un millón de pesetas… Conforme se vislumbraba la estructura se confirmaba su espectacularidad: futurista, mediterránea, blanca, sin aristas y con un aspecto de servicios comunitarios integrales. Y el interior amplísimo: hasta 500 personas sentadas.
Casi concluida, las primeras dependencias de uso social comenzaron a llenarse de ciudadanos en enero de 1982. Estaban destinadas a un centro de acogida, a Cáritas Diocesana y a salón comunitario; allí se impartían clases de mecanografía, corte y confección o preparación del graduado escolar. Por fin, el obispo decidió que el domingo 19 de septiembre a las 11 de la mañana sería la bendición, consagración e inauguración de la nueva iglesia. Carecía de torre y de campanario y el altar era modesto, pero su interior se engrandecía con la magnífica vidriera del artista indaliano Luis Cañadas Fernández (1928-2013).
Aquel día, 25 sacerdotes concelebraron la misa presididos por el arzobispo de Granada, José Méndez Asensio, y por los obispos de Almería y de Guadix. El gobernador civil, José María Bances Álvarez, y el alcalde de Roquetas, Juan Emeterio Martínez Romera, encabezaron el numerosísimo grupo de autoridades. Intervino el arquitecto, quien aseguró que el estudio y construcción de la iglesia fue “como unos prolongados ejercicios espirituales”.
Después, en el exterior, se sirvió un vino español ofrecido por “Mesón El Abuelo”, mientras niños de Aguadulce bailaban y cantaban fandanguillos, sevillanas y bulerías. Por la tarde tuvo lugar un magno concierto de la Orquesta Sinfónica de Málaga y de la Coral Santa María de La Victoria. Se interpretaron obras de Mozart e intervinieron la soprano María José González, María José Pérez, contralto, Enrique Díaz, tenor, y José Luis Merlo, bajo.
Desde 1982, la iglesia de Aguadulce ha cumplido con creces su labor pastoral y social. Tras Berruezo, que más tarde recibió el encargo de levantar la de Santa Teresa en el parque de Oliveros de la capital, varios sacerdotes han gestionado la parroquia: Pedro María Fernández Ortega, Francisco López Moya, Antonio Jesús Martín Acuyo, Alberto Pelegrino Morales, Ramón Garrido o Miguel José Esteban Jerez.
Casi cuatro décadas después se hizo realidad uno de los deseos insatisfechos de los promotores: la construcción del campanario, la torre y la cruz. El arquitecto Miguel Nieto Morales efectuó el proyecto sufragado por el Ayuntamiento roquetero y se instalaron tres campanas que fueron bendecidas el 21 de enero de 2021. Meses después se consagró el nuevo altar de mármol de Macael, la torre y la pila bautismal, de nácar, y en forma de concha. Un sueño ciudadano cumplido más de un siglo después. Pero esto es Almería.
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