La estrecha, empinada y misteriosa calle de Perea
Almería
Hasta mediados del siglo XX rememoraba el ambiente de un pueblo mediterráneo, deslavazado, cateto y anarquista en el ir y venir de las gentes

Almería/Entre la Plaza del Monte y la calle de Las Tiendas aún se palpa un mundo diferente al del resto de la ciudad: calles estrechas de fisonomía musulmana, muros carcomidos por los lustros, rejas oxidadas y puertas de madera astilladas que evocan un pretérito esplendoroso y un presente asolado.
Son los vestigios de un casco antiguo animado y populoso que una vez tuvimos; con vecinos sentados en sillas de enea tomando el fresco de la calle con la puerta de su casa entreabierta, colmados con tenderos amables que fiaban, pensiones repletas de viajantes y meretrices, golfillos con mocos y rodillas churreteadas de mercromina apedreando a los gatos y residentes pululando por las aceras sin nada más que hacer que dejarse ver. Entre todos rememoraban el ambiente de un pueblo mediterráneo, deslavazado, cateto y anarquista en el ir y venir de las gentes.
Y, en la falda del cerrico de San Cristóbal, el ejemplo más visible de esa Almería que le tocó vivir a nuestros antepasados es el de la calle de Perea. Dicen que en su subsuelo hay un laberinto de canales y depósitos de agua de lluvia que se acumulaban procedentes del Barranco del Caballar. Estrecha, empinada y hasta misteriosa, su nombre nadie sabe a quién se debe. Algunos historiadores hablan de que es en honor de Diego Felipe de Perea y Magdaleno, obispo de Almería entre el 17 de enero de 1735 y 1741, aunque otros investigadores aseguran que se bautizó así para honrar a un residente en la misma: Alonso Perea, conocido como “El Indiano”.
Lo cierto es que a mediados del siglo XIX la de Perea ya existía en el registro municipal de vías públicas. Allí nació, el 10 de junio de 1846, el insigne maestro de varias generaciones Enrique Cabezas Sánchez, fundador de la escuela “La Fe” que inauguró en el número 3 de la calle y donde niños del barrio aprendieron las cuatro reglas y a leer; luego se trasladó a las de Arráez, del Calvario y Regocijos (zona donde hoy figura una vía a su nombre). En 1891 editó el librito de 16 páginas “Opúsculo de moral arreglado para los niños” donde se afirmaba: “la pereza es la madre de todos los vicios” o “la avaricia es un gusano roedor de la humanidad”.
La calle de Perea fue también sede de dos periódicos del siglo XIX: en 1869 estaba el diario católico independiente “El Observador”, del que se publicaron apenas 400 números, y en diciembre de 1870 “La Lealtad”, un rotativo conservador cuya redacción ocupaba los bajos de la vivienda del número 4.
El 19 de junio de 1876 se estableció, en el inmueble que hacía esquina con la calle de Las Tiendas, el retratista malagueño José Ramón Morales Rodríguez. Muy cerca del taller de dos afamadas modistas, el artista montó una galería fotográfica que permanecía abierta desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde “aunque esté nublado” según sus irónicos recuadros publicitarios. El goteo de clientes que entraban por aquella puertezuela de Perea para hacerse una foto era constante; más, cuando en 1878 regresó de París cargado con nuevos e increíbles objetivos de máquinas fotográficas, donde hasta los feos salían guapos.
Por esos años, el empresario Diego Calvache montó en el número 3 la subdirección provincial de la compañía de seguros “El Fénix Español”, oficina que se especializó en la tramitación de pólizas contra incendios. La matrona Rosa Amate se instaló en marzo de 1880 en el número 8. Era profesora en partos, según un título expedido a su favor por el Colegio de Medicina de Granada, que mostraba orgullosa a las preñadas que atendía en su consulta. Todas pasaban por la puerta de la casa del cura de la iglesia de Santiago, quien las miraba de arriba abajo cada vez que las embarazadas entraban y salían por si en el camino habían perdido la semilla germinada de su vientre.
Durante el primer tercio del siglo XX, la calle Perea siguió teniendo ese sabor propio de una urbe donde el deambular de sus gentes le otorgaba vida y ambiente. Era una zona “buena” de la ciudad y, en 1908, alquilar una vivienda costaba 30 pesetas al mes. Por allí aparecieron “La Tijera del Oro” con sus ofertas de textiles y para el hogar y el germen empresarial de “Almacenes Segura”, que pobló el centro de tiendas con su marca gracias al ímpetu de Andrea Guijarro de la Rica y de sus cinco hijos. La empresaria falleció el 23 de noviembre de 1972 con 86 años. En el número 2, Manuel Rodríguez Góngora gestionaba las exportaciones de uva a Inglaterra, Alemania y Norteamérica de la “Casa Frutera de Francisco Ortega Góngora”.
Algunas de las residencias familiares se restauraron, como en 1930 la del número 1; las de José Rapallo Vela; José Pozo Quesada, en el número 6; Rafael Plaza Alonso, en el 7; Juan Payés Quesada, en el 8; Manuel López Rubio, en el 9, o la del cura José Jiménez Cañabate. También adecentó su vivienda como consulta privada el doctor Antonio García y García, que además era médico en el hospital provincial y profesor de gimnasia del instituto. En el número 5 vivía hace un siglo Juan Fuentes Domenech, que era administrador del antiguo Diario de Almería, dirigido por Arturo Giménez López de Ayllón, experto en crónica de sucesos. Éste falleció el 8 de noviembre de 1952 a los 75 años.
El maestro Muñoz Ocaña abrió en 1921 un parvulario, hecho que le ocasionó más de un disgusto por las críticas sociales, ya que muy cerca había casas “de dudosa moralidad” y se opinaba que no era el lugar más apropiado para los chiquillos. Sin duda, las censuras hacían referencia a la casa de citas de “La Rápala”, ubicada en el corazón de la estrecha calle. No era un prostíbulo como tal, sino un lugar de “tapadillo” donde mujeres casadas alquilaban un rato un catre con un jergón de esparto y recibían a hombres a cambio de unas monedicas.
Como casi todas las calles, la de Perea tuvo su historia de sangre. Durante un baile familiar organizado el 27 de julio de 1934 en una vivienda, un hombre despechado sacó una pistola y disparó contra una mujer. La buena fortuna quiso que el proyectil no le afectara a órgano vital alguno, aunque quedó alojado en el costado izquierdo; un cirujano del Hospital Provincial pudo extraerle la bala en una delicada operación quirúrgica.
También la calle tenía una fonda llamada “La Oriental”. Pertenecía a Virtudes Andrés Muñoz y hasta 1973 la regentaron en régimen de alquiler Juan Moreno Moreno y Rosario Rubí Robles; después la traspasaron a Isabel Hidalgo Peregrina. En esa pensión, situada en el número 1 y con el número de teléfono 230106, residió un tiempo el diestro Tomás Martínez Rodríguez, “Chatillo de Almería”, fundador de una escuela taurina.
Ahora, en la calle de Perea hay unos baños árabes y una tetería que evocan aquel pasado mozárabe, pero la calzada peatonal padece un olvido extremo. Más, en su tramo alto, frente a la farmacia, donde, desde 1996, un solar lleno de garrapatas, matojos y chinches resta encanto a esa Almería tan deseada por todos. Y tan difícil de conseguir.
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