Espronceda en Almería. Sobre las trolas del mar

Cuenta y razón

¿Estuvo realmente el poeta en tierras almerienses?

Tuvo Almería un motín que acabó en garrote vil

Detalle de un retrato de José Espronceda / D.A.
José Luis Ruz Márquez

13 de octubre 2024 - 08:00

Siempre me pregunté por las circunstancias que trajeron al poeta Espronceda a nuestra tierra, sin hallar respuesta alguna hasta que un día di con un artículo de 1908 firmado por el historiador velezano don Fernando Palanques y que satisfacía al fin mi curiosidad. Resulta que todo había sido una idea de don Antonio Carrasco Serna, quien ni corto ni perezoso, a mediados de octubre de 1837 corrió desde su pueblo de Vélez Rubio para plantarse en Madrid ante su amigo y correligionario Espronceda, apartarle de sus contertulios del café de El Parnasillo, y tratar de convencerle de que se presentara a la elección al parlamento de aquel año, sin éxito alguno… Aportaba el historiador una apabullante documentación de conversaciones y cartas cruzadas entre el político y el poeta que dieron por fruto la candidatura de éste a las Cortes de 1842… Era todo tan aclaratorio, tan bonito, que duró lo que dura la alegría en la casa del pobre: sentí la mosca detrás de la oreja y a espantarla acudí armado de certezas, tratando de verificar las aseveraciones del historiador velezano, certificadas por su propia palabra y la “palabrita del Niño Jesús”.

Había en aquella historia de Palanques algo que no casaba: presentaba a Espronceda como un hombre desinteresado en llegar a las cortes, a los ojos de un Carrasco tan desmemoriado que ni siquiera recuerda que un año antes, en las elecciones por Almería de 1836, él multiplicó por ochenta y cuatro el único voto del poeta. Un Carrasco que en aquella entrevista madrileña habría sabido por boca del propio escritor que ese año de 1837 se presentaba a diputado por Granada, como al año siguiente lo haría por Badajoz. Y es que siempre estuvieron las cortes en el punto de mira del poeta sin necesidad de animación alguna, si acaso la genialidad del general Espartero, quien, al convocar las elecciones vio positiva la inclusión de Espronceda, un miembro de una “de esas mayorías que hacen la dicha y el contento de cualquier gobernante”. Un adorno, vamos. Un adorno que nunca hubiera llegado a lucir sin la carambola de una suplencia en aquellas elecciones de 1842.

Y así fue como el poeta, de un golpe de suerte, degeneró en diputado, eso sí modélico, entregado al Parlamento en cuerpo y alma, sin perder sesión, conocedor al dedillo del articulado de su reglamento, inmerso en comisiones y votos particulares, y siempre con un claro celo tan solo oscurecido por su poca fuerza física, la que apenas hacía audibles sus discursos que, dicho sea de paso, resultaban un poquito plastas de contenido. Tan en serio se tomó su labor de diputado que hay quien achaca a ella la enfermedad, causada, se decía, por el viaje a caballo, que a ver a su novia hizo a Aranjuez, de donde regresó agotado la misma tarde evitando así en el Congreso de los Diputados la cruz de la falta que al final le pondría la muerte en 23 de mayo de 1842.

Retrato de José Espronceda expuesto en el Museo del Prado de Madrid. / Antonio María Esquivel

No le voy a echar yo en cara a Palanques, el relleno de los baches de la historia con el invento antiquísimo de recurrir al campo de la creación que es lo que hizo el historiador velezano cuando se decidió a contar -así, literal, de cuento- en 1908 lo que acabo de resumir yo.

Esta trola y poco más es lo quedó de la relación, distante, del célebre poeta con nuestra tierra. La recién modelada rambla del Obispo fue dedicada por el ayuntamiento a finales de 1895 a Espronceda “por haber sido aquel eximio vate, diputado por Almería”. Se ve que al final le resultó demasiada vía para un romántico y la dedica a Maura y finalmente al Obispo Orberá… que política e iglesia, o al revés, siempre han de primar sobre la poesía. Entre tanto, la calle Espronceda se mudó por encima del Instituto Celia Viñas para ser prolongación de Méndez Núñez; estrecha vía con casicas que expropiar y a la que había que dotar de rampa para elevarla hasta el nivel del puente de acceso a la avenida, de la Estación. Obra finalmente costeada por la comisaría regia Consuegra-Almería, de ahí que esta acabara imponiendo el nombre de Eguilior, el segundo de sus comisarios. Y por esto echó a volar, fantasma sobre los terraos de Almería, el nombre de Espronceda hasta dar con una nueva ubicación, que es la que hoy tiene: entre la Rambla Alfareros y la calle de las Cruces.

En tiempos de malas conciencias, en 1902, los restos de Espronceda pasan del cementerio de San Nicolás en Madrid a su Panteón de Hombres Ilustres, en un segundo entierro en el que llevan las cintas, entre otros, el alcalde de Almendralejo, con toda la razón, por ser este pueblo de Badajoz cuna de nuestro poeta y la verdad es que se echó de menos la mano del alcalde almeriense, que sí importante en el hombre es el lugar en que inicia su vivir no lo es poco el de su sinvivir que eso fue para Espronceda la política.

En la turística década de 1960 algún historiante de la talla del famoso Martín del Rey -uno de esos que creen que los demás nos creemos que los pájaros maman y tal vez el mismo que hizo de Portocarrero el sol que tampoco era de Villalán- adoptó una vivienda de la céntrica calle Cisneros, a la que le dio un pretendido aire romántico con un exótico balcón de madera para así pasarla por la morada de Espronceda. Pronto las fotos turísticas se encargarían de divulgarla y con el nombre mentiroso de “Espronceda” fue adquirida en 1970 por el ayuntamiento que, como si se hubiera percatado del fiasco, la derribó un buen día de 1979.

Yo la recuerdo como una casa un tanto pobretona que ni regalada la hubiera querido el poeta, que era un atildado compendio de real guardia de corps y diplomático. Aún así hay quien lo hace su morador durante tres meses, con pruebas tan solventes como las presentadas por Palanques en 1908… Y a mí me da que ni una vez siquiera se dignó don José de Espronceda visitar Almería. Él se la perdió. Cómo se perdió también la ocasión de ver con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, aquel su bajel pirata, llamado por su bravura El Temido, navegando… sobre las trolas del mar.

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