Erratas almerienses

Pequeñas historias almerienses

Los errores tipográficos de los periódicos provinciales perviven en sus páginas generando situaciones curiosas o divertidas

La transformación comercial de la plaza Manuel Pérez García

Fe de erratas
Fe de erratas / D.A.

Las erratas tipográficas existen desde que Gutenberg inventó la imprenta. Y en los periódicos anidan desde que a mediados del siglo XIX salieron las primeras cabeceras. Hasta que los ordenadores y sus clavijas arrinconaron a las entrañables Olivettis, en las redacciones existían los correctores. Una figura venerada y querida que, de madrugada y mientras dormías, modificaba tus malas costumbres literarias y aportaba calidad a tu producto periodístico. Todos los correctores gozaban de una habilidad fuera de serie para detectar los bailes de letras, las comas mal insertadas en una frase, las cacofonías o la ausencia de una mayúscula. Además, estaban acompañados por la figura noctámbula, sabia y paciente del “redactor de cierre”.

Y si se escapaba alguna errata, como solía ocurrir, el diario rectificaba al día siguiente con la humildad de quien yerra y lo reconoce. Míticas eran las pequeñas líneas llamadas “fe de erratas” donde se daba cobijo a los minúsculos o gigantescos errores de ediciones anteriores. Los lectores ávidos daban buena cuenta de ellas porque algunas eran simpáticas y, en ocasiones, la rectificación tenía más “impactos” (como se dice ahora) que el propio fallo.

Para justificarlos y quitarse el muerto de encima, los redactores jefes o directores que escribían las “fe de erratas” casi siempre culpaban de la mismas “a los duendes de los talleres” y a la “velocidad” con la que los cajistas componían letra a letra las planchas para imprimir. Es muy del gremio que alguien ajeno pague tu metedura de pata. Aunque también es cierto que en los diarios del primer tercio del siglo XX se apelaba a la inteligencia del lector porque “habría detectado la equivocación” y, al mismo tiempo, apelaban a su perdón. 

Desde que los editores, para ganar más, despidieron a los correctores y los sustituyeron por una máquina, los periódicos no publican esas “fe de erratas”. Y cada vez hay más. Ese ejercicio de soberbia periodística empobrece el producto y convierte al redactor en objeto de burla por quienes detectan el gazapo y luego no leen la corrección.

Hoy no existen los cajistas, los linotipistas, los montadores de páginas ni los correctores de estilo. Las máquinas por las que sonríen las empresas editoras han reventado y eliminado a esos gremios. Pero el artilugio mecánico ha sido incapaz de finiquitar las erratas porque, sí, detecta palabras mal escritas, pero las que están correctamente, aunque sea en un contexto inadecuado las pasa por alto: “eternidad de conservación” por “entidad de conservación”; “especular” por “espectacular”; “cerditos de importación” por “créditos de importación” o “cuentos del banco” por “cuentas del banco”.

Un rotativo narró el viaje pastoral de un obispo al pueblo navarro de Pitillas y la “i”, misteriosamente, se convirtió en “u” de tal modo que se leyó que el “obispo había regresado de Putillas”. “The Times” publicó que Karol Wojtyla fue el “primer Papa no católico en 450 años” cuando quiso decir que fue el “primer Papa no italiano en 450 años”.

Fe de erratas
Fe de erratas / D.A.

Erratas provinciales

Pero la prensa provincial no ha sido ajena a ese dislate. Ni mucho menos. El 16 de julio de 1908, el director del periódico republicano “El Radical” justificaba de esta forma tan maravillosamente literaria la constante presencia de erratas en sus páginas: “No lo puedo remediar, las erratas me encocoran y me crispan los nervios. Ya sé que es imposible evitarlas en la prensa diaria, por la precipitación con que se componen los trabajos y se corrigen las pruebas. De todas maneras, cuando cojo el periódico y las veo, se me antoja que bailan ante mis ojos una zarabanda burlesca y quisiera enredarme con ellas a cachetes”. “El Radical” tenía la redacción en la calle Reyes Católicos, 3.

Como publicaba “La Crónica Meridional” a principios del siglo XX, “las erratas gastan bromas pesadas, en ocasiones hasta con las cosas más respetables” y como prueba citaba el cambio de las palabras en varias noticias como “confesor” por “confitero”; “trepidante” por “crujiente”; “pretendiente” por “presidente” y “monstruos” por “ministros”, aunque los propios políticos muchas veces se encargaban de darle verdadero significado al error.

El 19 de octubre de 1932, el dentista Alfonso Triviño, autor de un comentario sobre un concurso de belleza masculino en Almería, definió al ganador como “Miss” en lugar de “Míster”, por lo que se vio obligado a publicar una disculpa en primera página porque “el error implica una ofensa y jamás entra en mi ánimo el deseo de injuriar a nadie”.

En las secciones de deportes de los periódicos las torpezas de ida y vuelta con rectificación son más que habituales. Sobre todo, porque son tantos números, cifras y nombres de atletas y clubes que en ocasiones hasta los resultados se ven alterados. Hace décadas, pensionistas de Huércal Overa jugaron un partido de fútbol contra otros de Adra y el 1-4 final se alteró otorgando la victoria al perdedor. Se montó una buena.

Además del futbolístico, otro mundo almeriense muy sensible a las erratas tipográficas es el cofrade, que tan fina tiene la piel. Especialmente, cuando el error involuntario provoca la usurpación o cambio de identidad de cualquier hermano mayor, prioste, consiliario o mayordomo. Y no digamos ya de las imágenes titulares. Virgen solo hay una. Pero si se cuela en el periódico un pequeño dislate en la definición de la advocación hay polémica para rato.

Luego están los colaboradores altruistas de los periódicos que, cobrar no cobran, pero afinan el ojo para que sus textos sean escrupulosamente limpios. Si bien eso es cosa imposible, tampoco es habitual la queja de un escritor que hace 31 años se lamentó porque su gacetilla llevaba 23 erratas 23.

Y por encima de todo esto se encuentran las de las denominaciones de localidades, pueblos y monumentos. Una vez, la Cueva de Los Letreros se ubicó en Vélez Rubio, cuando está en Vélez Blanco y al núcleo de Hijate lo arrancaron de su término municipal para colocarlo en la costa mediterránea. Aunque eso, más que errata, suena a que el autor carecía del más mínimo conocimiento de la geografía provincial. Yo he visto noticias de Líjar fechadas en Tíjola, referencias a Senés cuando era Serón o crónicas de Enix con el cabecero de Felix.

Fe de erratas
Fe de erratas / D.A.

Las erratas en los anuncios pagados, como son las esquelas, provocan ira, conflictos y molestias a los desconsolados familiares. Ocurre pocas veces, pero se han dado casos: el nombre del finado impreso en letras gordas y negras es el de un pariente del muerto; se ha obviado a algún hijo, con el consiguiente soponcio para el heredero; la edad de difunto se ha multiplicado por 10 o, aún más grave, como viuda figura una señora diferente a la esposa legal del señor que ha expirado.

Cuando el semanario nacional de sucesos “El Caso” se editaba e imprimía en Almería –durante una década- a finales de los ochenta publicó una errata funesta, pero divertida: “el cadáver fue asesinado a machetazos”. Es decir, la víctima murió dos veces. Lógico que saliera en “El Caso”.

Uno de los últimos artículos que escribió, antes de morir, el gran periodista y poeta Antonio Fernández Gil “Kayros” se lo dedicó a las erratas. Su pulcro estilo y léxico se asemejaban a las magníficas crónicas periodísticas de principios del XX, cuando los redactores también eran escritores. Y dijo: “De un tiempo a esta parte, siento especial vergüenza profesional por las erratas y hay veces que cada una de ellas, por mínima que sea, me hace el mismo efecto que si me arrancaran la piel”. Y aconsejaba a los jóvenes redactores que se incorporaban a la profesión que los artículos “había que escribirlos, leerlos cuantas veces fuera necesario y al final dejarlos reposar dos o tres días como si fueran una torta de chicharrones recién sacada del horno”. Por desgracia, impensable hoy día.

A mediados del siglo XX, en muchas ediciones en portugués los editores cerraban las páginas con esta frase “…contendrá alguna errata; bastante castigada está con serlo".

El Premio Nacional de Periodismo y Nacional de Literatura, Tomás Borrás y Bermejo, decía, en 1965, que “la errata es un insecto inevitable. Se parece a la pulga, que enfada y no escrupuliza. La errata indica lo mortal y deficiente que es la obra humana” y ponía el ejemplo que en una noticia se dijo “seminario pintoresco” en lugar de “semanario pintoresco”.

Y el propio Borrás sentenció hace 60 años: “Cuando encontréis una errata podéis decir, sabiendo para fruición del geniecillo del mal que nos hace cosquillas por dentro, que esa errata le ha hecho al autor llorar y le quedará en el recuerdo toda la vida levísimo escozor”. Me consta que eso era antes; en lo que va de siglo XXI apenas he visto a un puñado de buenos periodistas llorar o escocerse por sus errores. Doy fe. De erratas. 

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