Disfraces y caretas
Variopintas pueden ser las razones por que alguien se disfrace, incluso la indumentaria de la que se valga para hacerlo. El motivo principal suele ser el de distraer o llamar la atención, a propósito de fiestas u ocasiones que animen a disfrazase. Sin embargo, también hay otras formas, asimiladas al objeto del disfraz, menos artificiosas, pues dar a entender algo distinto de lo que se siente tiene que ver con ello, aunque también con la hipocresía o con el más atenuado disimulo. Los fingimientos y las dobleces, incluso el cinismo, son, así, disfraces bastante poco aceptables y en nada comparables a las juguetonas máscaras, de colores chillones, que procuran la singularidad de la extravagancia. Por eso, quien se disfraza de manera festiva busca y quiere ser visto, hace aspavientos, gesticula o, como en la imagen, circula motorizado con el disfraz puesto, para acrecentar así el atractivo o el reclamo. Todo lo más, escondido tras la máscara puede concederse algunas licencias, como las de observar con los pellizcos de la curiosidad o tener comportamientos que no se permitiría sin el anonimato del disfraz. Cuestión distinta es la referida a las diversas formas del engaño que, sin caretas, procuran pasar desapercibidas, pues no se advierten en lo que se tiene y ve delante. Son los disfraces de la apariencia, a veces de quita y pon, poco llamativos y perversos.
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