Directores de cine (IV). Tan gordo y tan genial, Alfred Hitchcock

Cine

A día de hoy, este carismático director de singular personalidad, posee el título de “mago del suspense”

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El director posando junto a un cuervo en la promoción de "Los pájaros" / Diario de Almería

Han transcurrido cuarenta y cuatro años de la muerte de Alfred Hitchcock (Londres 1899-Los Ángeles 1980) y seguimos inmersos en la morbosa y retorcida naturaleza de algunos de los relatos de este inglés universal. A día de hoy si tuviera que elegir el mejor director de la historia del cine, dudaría entre cuatro o cinco nombres. Pero dada su versatilidad me inclinaría finalmente por Alfred Hitchcock, que literalmente no se acaba nunca. Es moderno y eterno a la vez.

El pasado verano se estrenó en cines el documental “Mi nombre es Alfred Hitchcock”. Esta cinta está firmada por Mark Cousins, quien tiene en su haber otros tantos documentales y libros sobre la historia del cine, examina la vasta filmografía y el legado de unos de los cineastas más grandes del siglo XX tomando la propia voz del director como hilo conductor, desde el más allá nos permite realizar una pequeña guía “hitchcockiana”. En este documental se reflexiona sobre diversos aspectos de la vida y obra del denominado mago del suspense. Además, se erige como un juego de artificio entre la verdad y la mentira, como su propio cine, pero un juego a través del cual se analizan sus películas desde su punto de vista, de modo desenfadado, e incluso didáctico. Un gusto para cualquier cinéfilo, y un buen modo para los neófitos de iniciarse en el cine de este director.

Hitchcock posando con una claqueta del rodaje de "Psicosis" / Getty Images

Cinco de sus películas del periodo 1954-1963, considerado uno de los más ricos de su dilatada filmografía compuesta por 63 filmes:

“La ventana indiscreta” (1954): Si hay dos temas predominantes en el cine de Hitchcock, esos son los falsos culpables y el voyerismo. Esta cinta es la más reveladora de lo segundo. James Stewart escayolado en la terraza de su piso neoyorquino, en plena canícula, observando las ventanas de todos los apartamentos del vecindario con su teleobjetivo de su cámara de fotos y descubriendo un crimen. Claro que, sin la pasión de Grace Kelly, su voterismo habría quedado en nada.

“Vértigo” (1958): Otra vez James Stewart pero bastante menos juguetón. Un relato trágico de engaños, suplantaciones, dobles identidades, tensión sexual, amor necrófilo y un recorrido sin palabras por San Francisco, considerado durante una década el mejor filme de la historia del cine. Desbordante en sugerencias, del moño órfico de Kim Novak a la secuencia de la floristería que revela la impostura de toda imagen espectacular. Ha inspirado decenas de filmes, como “Fascinación”, de Brian de Palma.

“Con la muerte en los talones” (1959): Antes de dar un giro a “Psicosis”, Hitchocck se embarcó con uno de sus mejores cómplices, Cary Grant, en una película que es el corolario de buena parte de lo mostrado en su etapa norteamericana. Una trama ligera y densa a la par urdida a partir de un equívoco y trufada de grandes momentos: la persecución de la avioneta fumigadora en los maizales o el desenlace en las esfinges de los presidentes esculpidas en el monte Rushmore.

“Psicosis” (1960): A pesar de estar rodada en el año 1960, Hitchcock hizo esta cinta en blanco y negro –para minimizar el colorido efecto de la sangre, según explicó el propio director- y con formato televisivo, cuando dominaban las pantallas panorámicas. Una introspección sobre el miedo que violó por primera vez un espacio sagrado de la cotidianidad, la ducha, y demostró que, en el cine, el terror ya no procedía de alienígenas belicosos, vampiros u hombres lobos, sino del chico de al lado.

“No hay un mensaje que intrigue al público, no hay una novela de prestigio, ni una gran interpretación. Lo que emociona al espectador es el film puro”, llegó a decir.

“Los pájaros” (1963): Mezclando el punto de partida de un relato de Daphne du Maurier y algunas noticias de prensa sobre ataques reales de pájaros a personas, Hitchcock concibió una de las obras maestras del terror abstracto y moderno. Experimentó también con el sonido, recreando los graznidos de cuervos y gaviotas mediante sintetizadores y efectos electrónicos.

Las pesadillas que filmaba Hitchcock dejan huella a perpetuidad. Lo más gratificante de ellas es que sabes que tienen un final, que al acabar la película te vas a reencontrar con la realidad, que te sentirás aliviado al encenderse las luces de la sala y constatar que no te ocurre nada malo, que tu cuerpo sigue intacto, que el horror solo existía en la pantalla.

El erotismo implícito en sus cintas, tanto en medio de una persecución como en el trance del asesinato, refleja fielmente su dualidad como mortal y como maestro. Metódico y brillante profesional, se condenó a vivir del fetiche dada su predilección por las actrices rubias, especialmente por Grace Kelly. También a hacer de su fascinación por el crimen perfecto su obsesivo modus vivendi.

El director recibe el reconocimiento a toda una vida dedicada al cine en un acto en Beverly Hills (EE.UU) / D,A.

Casi todo el mundo conoce la filmografía de este inglés mago del suspense y también su personalidad descomunal, además de sus obsesiones, preferencias y las tramas perturbadoras con las que alimentaba su profundo cine y rolliza figura. Su influencia en el cine es incalculable, aunque se ha escrito sobre ellos tanto o más que sobre la guerra mundial. En una entrevista dada en 1957 dijo que “parte de la fascinación que ejerce el criminal auténtico reside el hecho de que, en la vida real, la mayoría de los asesinos son gente muy corriente, muy educada, incluso encantadora”. Describió también minuciosamente “los secretos de su prodigiosa autoría, al revelar cómo usaba la cámara para desvelar las más profundas emociones”, el cine mostró todo su poder como referente artístico universal imperecedero. Gracias a su innovador enfoque narrativo y su destreza visual, Hitchcock cautivó a las audiencias de todo el mundo durante décadas.

El control absoluto que ejerció sobre sus películas no impidió que, tras el gran maestro, existiera un equipo cualificado que contribuyó a dotarlas de sus señas de identidad. Los títulos de crédito de Saul Bass constituyen un sello de gran plasticidad, pero también cabe reseñar la música de Bernard Herrmann, la fotografía de Robert Burs o el diseño de vestuario de Edith Head. Los críticos especialistas han defendido que Alfred Hitchcock desarrollaba un discurso más que una narración al uso.

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