Y aún dicen que el pescado es caro…
Crónicas desde la Ciudad
Solidaridad. Las sirenas de los buques en todos los puertos del mundo sonaron el 1º de mayo, a petición de la Cámara Naviera Internacional (ICS) en homenaje a quienes luchan por erradicar el Covid-19.
Almería/No sé ustedes, pero yo en los años 50, de pequeño escuchaba a mi madre y vecinas una cantinela que a fuerza de repetirla se nos hizo familiar: “Y aún dicen que el pescao es caro“. Singularmente los sábados y domingos a horas tempranas, cuando las expertas vendedoras (humildes jabegotas en el argot popular, dicho sea con todo el respeto) empujaban con fuerza -la mayoría descalzas- aquellos rudimentarios y obsoletos carrillos de mano que desde la lonja de Obispo Orberá (mucho antes de que la venta fija del preciado producto la establecieran en los bajos del remozado Mercado Central) o de Pescadería/La Chanca venían calle Las Cruces y Lepanto arriba, camino del Quemadero, cargados de pescao aún vivo y saltarín. Pescado de y para pobres, se entiende: jurel y boga, chucla y caramel, morralica y potas, sardina y boquerón, raya o pintarroja. Imagen tan típica como anacrónica que afortunadamente pasó a los anales del costumbrismo local.
Estos últimos los desollaban con facas en presencia del cliente; pesados en balanzas decimonónicas, a ojo de buen cubero o a tanto la pieza. Aunque referido a los “frutos del mar” –como tantos otros alimentos del campo recién cosechados- no se debe confundir valor y precio real. El marisco en cambio era bocado de clientes ricos o servidos en restaurantes caros: Imperial y Granja Balear, El Montañés y Flor de la Mancha, Club de Mar, Rincón de Juan Pedro, La Barraquilla, Venta de Eritaña, tablao Manolo Manzanilla, Casino… y pocos más donde elegir. Las gambas a la plancha, en la que Almería es pionera, ocuparían un capítulo diferenciado, con Garrucha, El Perdigal y Casa Luisa.
CELIA VIÑAS
Organizado por el Centro de Profesores y coordinado por Francisco Vargas, uno de los postreros actos culturales al que me invitaron (5 de marzo) previo al confinamiento necesario fue en la actual Escuela de Artes; donde por primera vez nuestra protagonista impartió precisamente clase. Una intensa jornada vespertina en homenaje a la catedrática de Literatura Celia Viñas Olivella (Lérida, 1915-Almería, 1954): “El espacio urbano de la Srta. Celia”. En la que como ponente tuve la dicha de coincidir con el profesor Francisco Galera y el poeta Juan José Ceba, ante una treintena de alumnos, maestras y maestros.
En mi exposición aludí a uno de sus artículos que creía inédito. Sin embargo, Ceba me aclaró que el marido de esta, Arturo Medina, almedinero y también escritor, docente y guardián de su legado lo rescató para una cuidada antología póstuma. Su título me lo apropio para modestamente encabezar el mío.
PÓSITO DE PESCADORES
A Celia Viñas todo lo almeriense le interesaba, nada le era ajeno. Incluido el mar -por el que sentía auténtica pasión- y los hombres que en su inmenso horizonte se ganaban el jornal sustentador de la familia en tierra. A ello se suma la innata generosidad; incapaz de negar su colaboración a cualquier colectivo que se la solicitase. Así ocurrió con la Cofradía de Pescadores para la “Memoria de Actividades. Año 1950”. Dedicada al almirante de la Armada, Pascual Díez de Rivera y Casares, marqués de Valterra, a la sazón director general del Instituto Social de la Marina, y a José Garalt Rull, comandante de la Comandancia en Almería. Pedro Cazorla Escánez era el patrón mayor de la reciente Cofradía.
Con abundante información y profusión de fotografías -en blanco y negro, de escasa resolución-, el boletín hace un extenso recorrido por la actividad del sector pesquero en el citado año 1950. Sin apostillar el texto, sorprende que la rígida censura del momento le “pasara” duras y críticas frases entreveradas. Lo transcribo tal cual impone la maquetación.
CANTO A LA GENTE DE LA MAR
Cuando el hombre trabaja está muy cerca de Dios. ¿Habéis visto trabajar a nuestros pescadores en Almería? El hombre está muy cerca de Dios cuando trabaja dignamente y solo sufre la esclavitud de sus propias culpas. Por eso existe una Cofradía de Pescadores. Para hacer digna y noble la más ruda, difícil y peligrosa labor del hombre. El trabajo en el mar. Se redime en el trabajo el hombre y, en la frente sudorosa, hay corona de Paraíso. Baja el ángel de espada flamígera y desciende sobre las aguas del mar. Mete su espada como en aquella piscina evangélica. Y así el hombre no solo se gana el pan con el sudor de su frente, se gana también el cielo.
Cuando en este trabajo hay dignidad humana no degrada la hombría de bien del trabajador. Por esto yo digo que el pescado no es caro. Ni lo ha sido nunca. Como no es cara la lana de la oveja que redime al pastor allá en el monte frío; la espiga que salva al campesino, EL armazón rústico del lecho, de la silla que haría el buen carpintero. La Teología de los Oficios cantaría yo, de los buenos artesanos, los mineros duros y los pescadores elásticos y audaces. Todos los hombres que trabajan, redimen el mundo y a su mundo. Pero de todos estos hombres cercanos a lo divino por el camino del buen trabajo, de la labor concluida, ninguno tan cerca como el hombre del mar y tan ligado al drama humano de culpa y salvación, de condena divina –pecado original- y salvación de Cristo. No solo el pan, sino la vida se juega en cada jornada de trabajo el pescador. “Y aún dicen que el pescado es caro”.
Hombres del mar, pescadores, fueron los discípulos primeros de Cristo. Jesús dormía en las barcas y la Iglesia fue navecilla en la tempestad del mundo. Desde la barca hablaba Jesús dulzuras de aire y sal de la mar. Y el hombre un día gimió en la tormenta: “Sálvanos, Señor, que perecemos”. Pescadores de hombres fueron los Apóstoles, que antes tendían sus redes en la pesca milagrosa y vieron el caminar del Hijo del Hombre sobre las aguas.
No solo se gana el pan, se gana la dignidad humana, el hombre se hace hombre y, como tal, digno y capaz de humanidad, de Hermandad. Con el hambre no se puede pedir la paz. Cristo milagreaba con panes y peces. Quienes le escuchaban comían hasta la hartura. El pescado no es caro porque salva el cuerpo y el alma del trabajador del mar. Por esto los pescadores tienen una Cofradía que es tanto como un sindicato y devoción común. Que quiere ser solución social y devoción mariana. No digas que el pescado es caro. El pescado es barato. Con él comen los hombres, se educan sus hijos, se salvan los enfermos, son felices los jóvenes y hay paz y justicia en las casas del Barrio.
Que trompeteen las caracolas marinas en las más hermosas dianas y que se rompan las redes plenas del fruto del mar, del fruto vivo de la mar; que tornen todas las barcas que se van con flámulas y gallardetes de alegría, que se haga rosa de sal el mar de los chapines de Nuestra Señora del Carmen, y el pescado será barato. Pero cuando aquella barca no vuelve más, y aquella mujer llora en la escollera; cuando los niños vistan de luto y la adolescente coma un mendrugo de pan a la sombra del tinglado del Muelle, cuando la Virgen sea una Dolorosa en el naufragio, no digáis que el pescado es caro; si lo decís, que Dios os perdone”.
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