21 días aislados
Destacamento naval de la Armada
Once personas se encargan durante tres semanas de preservar la soberanía, proteger la reserva y controlar el tráfico marítimo El sábado recibieron una patera con 34 inmigrantes a los que hicieron pruebas por el ébola
"¡Alarma, patera!". Gritó desde el Centro de Comunicaciones, en la jerga militar Cecom, el infante de guardia a las nueve menos diez de la noche del pasado sábado. Los otros diez integrantes del destacamento naval alojado en la isla de Alborán se disponían a disfrutar en el salón del partido de fútbol del plus, que tienen contratado desde hace poco más de un año, mientras se calentaban las pizzas en el horno en el que suelen hacer pan. La alerta del centinela llegó en los últimos días de un turno de tres semanas que estaba resultando excesivamente tranquilo hasta aquella noche en la que se quebró la monotonía. Una embarcación neumática había quedado encallada en el impracticable muelle de poniente, empujada por el fuerte oleaje contra los acantilados, y los 34 inmigrantes que querían llegar a la costa española se tuvieron que conformar con apearse en un minúsculo apéndice del territorio nacional.
De inmediato, el personal acudió en su auxilio, si bien antes echaron mano del protocolo más reciente de la Armada y tres de los efectivos fueron equipados con los trajes de protección especial, mascarillas y guantes para realizar una medición de la temperatura por si alguno de los magrebíes tenían la fiebre que delata al ébola. Una vez salvadas las sospechas, los condujeron hacia el barracón prefabricado que hasta hace unos años era su acuartelamiento. Hoy se ha convertido en almacén, con máquinas de gimnasio y también tiene varias salas en las que se da cobijo a los inmigrantes mientras se desplaza la embarcación de Salvamento Marítimo para trasladarlos hacia los puertos de Almería o Motril. En los módulos del antiguo acantonamiento, en los que se habrían tenido que aislar al posible infectado de no superar el test del termómetro térmico, los acomodaron para dispensarles mantas térmicas, agua y raciones de alimentos que dona la Cruz Roja. Al menos uno de los once domina el francés y facilitó el entendimiento con los visitantes inesperados.
El desembarco fue notificado al centro operativo de Cartagena que también envió al diminuto islote a su patrullera Cazadora que ese día realizaba vigilancia en el Mar de Alborán. Fue su equipo sanitario el que estabilizó a dos heridos leves. "Hay una cara de un chiquillo que no se me olvida desde aquella noche", confiesa el infante de marina José Manuel Romero que los socorrió nada más llegar a tierra. Los ocupantes eran 31 hombres, una mujer y dos niños. "Cuando se bajan no llegas a comprender cómo se han metido 34 personas en esa patera", añade este gaditano que ha vivido ya cinco rotaciones anteriores en el destacamento y nunca había auxiliado a nadie en la isla.
A finales del año 2011 fue reconocido con la Cruz del Mérito Naval con el distintivo amarillo la heroica hazaña del sargento primero Carlos Trujillo que un año antes en una arriesgada operación rescató uno a uno a los treinta ocupantes, incluido un recién nacido, de una patera que embarrancó en las proximidades de un escarpado. No es su principal cometido en el islote, que pasa por la preservación de la soberanía nacional, la protección de la reserva natural y la vigilancia del tráfico marítimo, pero con cierta frecuencia tienen que dar respuesta a la cara más amarga de las migraciones en el Mediterráneo. Lanchas neumáticas en descomposición en el embarcadero son fiel testimonio de más de un naufragio. Incluso a veces han llegado a tierra arrastrados por el mar cadáveres de africanos que han perdido la vida en su intento de cruzar el Estrecho.
La Salvamar Denebola apareció en escena cuatro horas después del aviso y recogió a los peregrinos que habían irrumpido en este trozo de tierra del tamaño de siete campos de fútbol en el tercer y último sábado de un destacamento naval que el miércoles fue relevado. Nada más cumplir la misión, la preocupación pasa a ser otra. Tienen que llamar a los familiares antes de que la isla aparezca en todos los telediarios. La psicosis por el ébola es mucho más aguda en la península que en esta roca en mitad de la nada y la llegada de inmigrantes puede generar inquietud a sus padres y mujeres por el virus y por cualquier otro percance que les pudiera surgir. "Por el ébola hemos extremado precauciones en el contacto directo, pero tiene mayor incidencia en la carga de trabajo porque tenemos que desinfectar y limpiar todas las instalaciones que se emplean para su estancia", argumenta José Manuel Romero.
Horas más tarde, todo ha vuelto a la normalidad. Una rutina que comienza cada día con el toque de diana poco antes de las ocho de la mañana. A esa hora se procede al izado de la bandera española, una enseña que luce en su esplendor a nuestra llegada al peñón situado a 56 kilómetros al norte del Cabo Tres Forcas de Marruecos y a 92 al sur de la localidad almeriense de Adra. Han retirado la habitual, ya corroída por el empuje del viento, para colocar en el mirador frente al faro una nueva, que antes de que acabe el turno de 21 días del destacamento saliente, ya habrá sido desgarrada por las rachas que llegan desde el Sáhara. En la isla todos desayunan, comen y cenan juntos, con la excepción del oficial que hace guardia en el Cecom.
Controla el flujo de embarcaciones de una zona por la que navegan más de 80.000 mercantes y pesqueros al año y envía datos con asiduidad a la Agencia Estatal de Meteorología. Su mayor aliado durante las vigilancias son los prismáticos, los normales y otros de visión nocturna, y tienen radio enlace directo a la sede operativa de la Armada. Disponen de un listado de barcos con autorización para faenar en un banco sostenible rico en mero, jurel, gamba roja, pulpo, sepia y calamar. Los pesqueros notifican su llegada y en el destacamento validan su permiso. Horas antes lo había hecho El Secre, un bajel almeriense que una patrullera marroquí intentó apresar a principios de 2012 a 17 millas náuticas de la isla.
El teniente de navío Antonio Díaz-Pache, con una carrera militar de más de treinta años, está al frente de la reducida tropa. Destaca la importancia de mantener el destacamento militar en un punto geoestratégico de control del tráfico marítimo entre el Mediterráneo y el Atlántico, con el que soñarían narcos y contrabandistas, y que también genera otros intereses económicos derivados de la riqueza de unos caladeros que serían esquilmados por los países del norte de África. Es la primera vez que pisa este trozo de tierra que debe su nombre al corsario tunecino Al-Borani y a sólo dos días de completar el relevo se muestra satisfecho con una experiencia que le ha sorprendido. "Todo el que ha estado desplazado llega a esta isla casi forzado y se vuelve encantando", asegura. En el largo historial de este oficial destinado en la Escuela Naval de Marín en Pontevedra hay una estancia de casi cuatro meses en el Golfo Pérsico, pero nunca antes tuvo una misión insular. Los mandos nunca repiten. Los que sí lo hacen son un suboficial, el cabo primero y un marinero de hostelería que vuelven cada 42 días al existir tres rotaciones.
Los 11 robinsones se reparten en el día a día las labores de mantenimiento de las instalaciones cedidas a la Armada por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. Son sus huéspedes, desde que se firmara un convenio en 2006, a cambio de vigilar la isla y su entorno, un espacio de gran valor biológico, que fue declarado reserva marina y de pesca en julio de 1997 a partir de estudios del Instituto Español de Oceanografía. A pesar de su escaso espacio emergido de 600 metros de longitud por 270 en su parte más ancha, el islote es un referente en biodiversidad por sus endemismos de flora y como lugar de nidificación y reposadero para aves migratorias. A lo largo de la jornada, además de su adiestramiento militar, con ejercicios de preparación para la llegada de pateras o para actuar contra el narcotráfico, se dividen las tareas domésticas. Limpian sus dependencias y zonas comunes del edificio, hacen la colada, preparan la comida y aportan su granito de arena a la conservación del inmueble. Estos días han barnizado las ventanas de uno de los laterales al que no llegan los rayos del sol.
"La humedad mínima en esta cara no ha bajado del 87% desde que estamos aquí", confiesa el jefe del destacamento naval. "Hay que entretener al personal porque los días son muy largos". Permanecer recluidos en la distancia, pese a contar con tres teléfonos y conexiones a internet de banda por satélite, no es fácil de soportar, sobre todo a partir de la segunda semana. "Estar aquí aislado es lo que peor se lleva, pero tiene una ventaja y es que multiplican el compañerismo y la convivencia, te obliga a apoyarte en los demás", explica. Son una familia, respetando siempre la jerarquía, pero más unidos que en cualquier otro acuartelamiento. Los sábados toca paella y los domingos hay parrillada. La comida la pagan y compran a partes iguales los 11 integrantes del destacamento que reciben dietas por manutención de entre 500 y 700 euros durante su periplo, la misma que para el resto de destinos. Una vez cumplidos todos los encargos del teniente de navío, disfrutan de tiempo libre durante la tarde y después de cenar.
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