El día de la infamia pasó por Almería

La capital recuerda las consecuencias del terrible bombardeo del 31 de mayo de 1937 Una flotilla nazi apostada en la bahía atacó a una población indefensa

La devastación afectó a varios edificios de zonas alejadas de la ciudad.
A. Sevillano

02 de junio 2013 - 01:00

La guerra pasó por Almería, detuvo el tiempo y dejó su huella y sus líneas en nuestra pequeña historia. El 31 de mayo de 1937, hace 76 años, Almería vivió el día más terrible de su historia. El incivil trienio bélico de 1936 a 39, en una Almería fiel a la República -a retaguardia y bien alejada de los frentes de guerra- el pánico se adueñó de sus habitantes. Todavía, pese al tiempo transcurrido, hay un puñado de personas mayores que al recordarlo se espantan con el estallido de un inofensivo cohete de Feria.

Salvo el cañoneo del crucero Canarias sobre los depósitos de Campsa, el grueso de las agresiones fueron aéreas, protagonizadas por aviones tipo Santa María y Saboia. Los almerienses conocían las consecuencias de un ataque nazi sobre las localidades vascas de Guernica y Durango de la Legión Cóndor alemana el mes anterior.

No repuestos del susto del día de Reyes en que a los niños le cayeron del cielo bombas de racimo, o el más reciente y selectivo al acorazado Jaime I, lo peor estaba por llegar. Adolf Hitler, encolerizado al saber del bombardeo, dos días antes, al Deutschland por dos aviones republicanos leales, ordenó una operación de castigo inmisericorde. La represalia no se hizo esperar y para ello eligieron -tras desechar Valencia o Barcelona- una ciudad militarmente poco relevante, desguarnecida y sin capacidad de defensa, salvo un par de batería de poco alcance. Guernica por aire y Almería por mar: ensayo general con todo ante la II Guerra Mundial.

Cinco naves conformaban la flotilla nazi, incluyendo el apoyo de dos submarinos: el acorazado Admiral Scheer y los destructores Albatros, Seadler, Leopard y Lluchs. Como si de una burla sangrienta se tratase, los dos últimos arribaron al puerto de Almería siete años antes en visita de cortesía. Avanzaron desde Cabo de Gata, viraron en Roquetas y tras superar el castillo de San Telmo se alinearon en formación de combate a unas 7 millas de la costa. A las seis y media de la mañana del lunes 31 de mayo se sintió un primer cañonazo, enorme, que aterró a la ciudad.

El atentado criminal duró próximo a los tres cuartos de hora. Además de los 200 obuses de gran tamaño disparados en parábola, a modo de abanico (algunos no explosionaron), "lanzaron granadas rompedoras, graduadas para que explotaran al llegar a cierta distancia y la metralla esparcida ocasionara infinidad de muertos". Treinta y uno según el Registro Civil, correspondiéndose con los enterramientos en el Cementerio: 23 hombres, 7 mujeres y 1 párvulo.

La primera oleada de impactos se cebó sobre la cortina del Muelle (Pescadores, Almadrabillas, Zapillo) hasta alcanzar la plaza de toros de la avenida de Vílches y barrio de la Fuentecica. Una densa columna de humo se elevó sobre la capital mientras los centros sanitarios atendían sin desmayo a los heridos. Los daños en viviendas, comercio y edificios públicos fueron cuantiosos. Cabe destacar el Mercado de Abastos, Hotel Inglés, Español y Comercio; Estación de Ferrocarril, Banco Español de Crédito; iglesia de San Sebastián y Catedral; Archivo y Botica Municipal, Escuela de Artes, teatro Cervantes, talleres del diario Adelante.

La reacción de repulsa en la España republicana y países libres se concretó en manifestaciones callejeras y portadas de periódicos; el pueblo de Almería se solidarizó con los damnificados, incluida una colecta pública con miles de pesetas recaudadas. Quede aquí el relato de los hechos en recuerdo a las víctimas y a sus herederos. A los que perdieron una guerra que otros tratan de tergiversar.

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