Al descubierto un refugio antiaéreo familiar en Las Trincheras de Almería
Patrimonio
Es una pequeña galería de 10 metros que no está catalogada en la red de túneles de Guillermo Langle
Visita a los Refugios de la Guerra Civil de Almería

Las obras de construcción de nuevas viviendas junto a la Residencia Ballesol y la Peña El Morato, en el nudo de conexión de la avenida Federico García Lorca y la autovía del Mediterráneo, han dejado al descubierto un pequeño refugio de la Guerra Civil del que se cree que daba cobijo a alguna de las familias de los cortijos existentes en el barrio de Las Trincheras.
Aunque el nombre, y en su unión además a la aparición de este refugio, puede confundir, este barrio no rememora conflicto bélico alguno, sino que surgió a finales del siglo XIX como resultado del encauzamiento de ramblas tras la trágica inundación de 1891. No es una zona conocida de Almería capital, si bien hay en marcha una nueva promoción, cuyas retroexcavadoras han dejado a la vista la entrada a un túnel subterráneo que no está registrado en la red diseñada en 1936 por el arquitecto Guillermo Langle, el ingeniero de Canales José Fornieles y el ingeniero de Minas Carlos Fernández y que dotó, ya en la primavera de 1938, de 4,5 kilómetros de galerías a 9 metros de profundidad con 67 accesos para albergar a unas 34.144 personas durante los bombardeos.
Ha sido un vecino del barrio, José Antonio Sicilia Fernández, quien se percató de la existencia de este oquedad entre los desmontes de las obras. Dio aviso a la Unidad de la Policía Nacional adscrita a la Junta de Andalucía, encargada de velar por el patrimonio, y se ha girado una vista con uno de los técnicos de la Delegación de Cultura, siendo inspeccionado también por historiador Eusebio Rodríguez, experto en la materia, y el patrimonialista, Ginés Valera.
“Debió de ser un refugio particular, al parecer del Cortijo de Antonio del Águila, que daba protección a los cortijillos cercanos, pues no aparece en la red de refugios públicos abierta por Langle a partir del bombardeo alemán en mayo del 37”, comenta Valera.
Tiene entre diez y quince metros de profundidad, y una anchura de dos, “suficiente para acoger a una familia de unos ocho miembros y con holgura en su entrada para el paso de dos personas de forma cómoda”. Excavado en la roca calcarenita, su trazado forma una curva para evitar la onda expansiva y el suelo es en tierra al objeto de filtrar orines en caso de un prolongado bombardeo por mar o aire.
Aunque se encuentra actualmente con vertidos (un colchón entre ellos), se conserva en buen estado, lo que ha permitido apreciar detalles como la inscripción sobre mortero de cemento que data al refugio, 1937, la pequeña bancada para tres personas, los respiraderos de ventilación, una alacena en la que conservar víveres durante los ataques o las marcas de los picos en el techo con los que se consiguió abrir esta galería.
La entrada está cubierta con ladrillos y se aprecia también paredes enlucidas, además de la disposición de un sistema de iluminación eléctrica. “Probablemente se reutilizó tras la Guerra como casa cueva o almacenillo, según se deduce de un aljibe cercano excavado en la roca y empedrado”, explica Valera, quien lamenta que estas estructuras no estén de algún modo protegidas.
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