Ni su cura fue gafe ...ni Carboneras tampoco

Almería

Decir López en Enix, Félix o El Marchal, era atraer la atención de mil, algo así como si en Tabernas vocearas ¡Rafael! desde la cola de una procesión y se volvieran todas las caras masculinas, menos la del santo

Ilustración de un gato ante una fachada / José Luis Ruz Márquez
José Luis Ruz Márquez

16 de julio 2023 - 07:29

Almería/Me contaba mi amiga Carmen Romero que en el Motril de su infancia murió un hombre que se despidió con una esquela impresa -no sé si desde las esquinas de las calles o desde las páginas de El Faro- dando su nombre y apellidos: don Fulano de Tal y Cual y, bajo él, el seudónimo rotundo de "Tres Bigotes" por tener uno grande, espeso y crespo, igualito, igualito que las dos cejas que lo escoltaban. Aunque lo pareciera, con este aviso funerario no pretendía aquel hombre gracieta difunta alguna sino identificarse ante sus paisanos, singularizarse entre tanto repetido.

Decir López en Enix, Félix o El Marchal, era atraer la atención de mil, algo así como si en Tabernas vocearas ¡Rafael! desde la cola de una procesión y se volvieran todas las caras masculinas, menos la del santo. A la fe y a la tradición se deben los nombres, a la genealogía el apellido; los motes son ya otro cantar: se deben a la endogamia repetidora de los apellidos en los pueblos, creando otros "nuevos" basados en el aspecto físico, defectos o virtudes, las más de las veces con ingenio y siempre con el fin último de ayudar a la identificación. No se acude al apodo por el puro deseo de molestar, pero hay ocasiones en las que se llega a usar como arma de desprestigio, recurriéndose a la broma que es la vía más seria hacia la desvalorización de la persona o de la colectividad, o ambas cosas a la vez, al llevar lo uno a lo otro, que es lo que aconteció con Carboneras cuando su "Cura" gafe, gafó a todo el "Pueblecico" o viceversa, dos rollos macabeos, malas uvas y malas copias, a los que dedicaré mi disertar de hoy.

Es oír hablar del Cura de Carboneras y se me viene a la memoria una persona de prestigio de nuestra capital a la que se le ocurrió arropar un homenaje a la Marina en tiempos previos a la guerra y se la liaron parda. Dieron un salto sus adversarios políticos y, ya enemigos, le pusieron de mote "Churruca" -por el ilustre marino con el que hubiéramos ganado a los ingleses la batalla de Trafalgar de haberle dejado mandar- y le inventaron una historia de gafe para lograr su desprestigio y vaya que si lo consiguieron: no había en Almería casa que se viniera al suelo, barco a pique o fractura a la cadera que no se ligara al supuesto gafe, cuyo nombre callo no porque lo mande la superstición, sino por tenerlo, a mi pesar, olvidado.

Y hasta la propia derecha, sobre ingenua tontorrona, usaba el mote para su mortificación sin tan siquiera advertir que se daba un tiro en el pie, se metía un gol en propia portería con la colaboración boba del portero; y así anduvo largo tiempo movido por la cuerda de la inercia aún después de muerto como pude comprobar cuando yo llegué aquí hace más de cincuenta años.

Pues en este caso parece estar inspirado el rollo del "Cura de Carboneras", don Antonio Marruecos, quién no homenajeó a la Marina pero si a la Santa Iglesia Católica, apostólica y romana, como por otra parte era su obligación, y por eso lo convirtieron en gafe sirviéndose para ello de argumentos tan endebles como el derrumbe de la falsa bóveda del templo en plena misa dominical; la ida a pique, recién bendecida, de la primera flotilla de pesca que tuvo el pueblo, y la existencia de la playa de los Muertos. El primer argumento era previsible por la poca calidad de la obra, toda de cañizo y yeso; el segundo poco creíble, algo así como si el cura hubiera dado los hisopazos inaugurales sobre la primera flotilla de 8ukíiiiipesca del pueblo con un un siglo largo de retraso, cuando esta se había formado en tiempo de Carlos IV pasado ya el peligro pirata y autorizadas las casas que acabarían por conformar el pueblo alrededor del castillo del marqués de El Carpio; el que en una playa aparezcan muertos no es sino la evidencia de que el mar come con ganas, engulle sin masticar y por eso devuelve los hombres a la arena de las calas, con independencia del buen o mal fario del cura y del pueblo.

El Pueblecito que, como El Lugarico, es un "yasabes", un "yamentiendes", poco original, es un plagio del empleado con La Mamola un lugar que según comprobé era innombrable en Adra: a uno de cuyos pescadores le oí contar que por los años en que Maricastaña reinaba en España navegaban ante aquel pueblo unos navíos de su armada, viento calmo, la mar serena, cuando de pronto se hundió el barco que iba en cabeza, luego el segundo… y así hasta siete.

De demostrarse el relato del abderí estaríamos ante el triángulo bermudo llevado por la malafollá de Graná a veranear a su mediterráneo. Y eso sí que es gafe y no lo del cura carbonero. ¿Es que fue invento del clérigo la fibra sintética que hizo inútil el esparto? ¿Es que acaso bendijo él la Central de carbón? ¿Echó él el agua bendita a la primera piedra del hotel de El Algarrobico? ¿Se debe a él la eliminación del santo y la pluralización del primitivo nombre del pueblo: San Andrés de la Carbonera?... En absoluto. Pero, aún sabiendo que los males proceden de nosotros y de nuestros errores y malicias no hemos tardado nada en inventarnos un responsable, en este caso un cura, como podría haber sido un perito calígrafo, al que endilgarle la culpa y convertirlo en el gato negro de un pueblo precioso.

Que la intolerancia trate de hacernos comulgar piedras de molino es cosa comprensible -del malo: las maldades- lo que no tiene explicación es que la mayor parte de nosotros asintamos entre risas cómplices, y tontas, cada vez que algún paisano o forastero, habla en tono chusco de "Carboneras" o de su "Cura". No le rían la gracia ni toquen madera. Tuerzan el gesto como hacen en Gádor cuando alguien pregunta por el Crimen del Sacamantecas o en Doña María u Ocaña por el Peine… O hagan lo que yo: mirarle serio y con el ceño fruncido como si en vez de estar ante un tonto estuviera uno ante un listo que ha perdido la cabeza. Urge desmontar unas patrañas sin fundamento que por la vía goebbeliana de la repetición están a punto de tornarse verdades de tan repetidas. Ni su Cura fue gafe. Ni Carboneras tampoco.

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