Cuarenta años de una tragedia

Efeméride

El 26 de septiembre de 1984, “Avispado” de la ganadería de Sayalero y Bandrés, le quitaba la vida a Francisco Rivera “Paquirri”, en el coso de “Los Llanos”, en Pozoblanco

Cuarenta años después, la tragedia del torero-héroe sigue viva en la memoria de todos

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Paquirri, año 1970
Paquirri, año 1970 / D.A.

Llegó su última corrida de la temporada, la que hacía el número cincuenta y de despedida en Pozoblanco (Córdoba), con Vicente Ruiz “El Soro” y con el también malogrado José Cubero “Yiyo”, que sustituía a Curro Romero. Siendo “Yiyo” el que sobreponiéndose a la adversidad y emoción de lo acontecido minutos antes fue el que dio muerte al toro asesino, cortándole las dos orejas que ofreció a su compañero tan mal herido.

“Doctor quiero hablar con usted. La cornada es muy fuerte, tiene al menos dos trayectorias. Una p’acá y otra p’allá. Abra todo lo que tenga que abrir, lo demás está en sus manos”. Fueron las palabras de un torero sangrante, cuya imagen tan trágica extraída de tan valioso documento gráfico, logrado por el cámara, Antonio Samoral, de TVE, que dio la vuelta al mundo.

“Avispado es chico, vareado, tiene cara, es muy astifino, un poquito veleto. Como el piso de la plaza está imposible en los tercios de sombra, Paquirri se ha ido a recibirlo en el sol, ya sobre un suelo más firme. Dos lances de tanteo preludian cinco verónicas a pies juntos, mirando al tendido y sonriendo, que remata con la mejor media verónica de su vida…”

Estas palabras son el comienzo de la crónica de unas pocas horas que le llevó a la muerte al de Zahara de los Atunes. José Carlos Arévalo y José Antonio del Moral, voces autorizadas en la información taurina, fueron los autores del libro “Nacido para morir”, al que hay que echar mano para entender y adentrarse en la vida de Francisco Rivera “Paquirri”.

“…Paquirri sostiene al toro y espera que el caballo de su picador José Luis Sánchez llegue al tendido de capotes. Lo llama desde los medios y el toro se le viene encima. Paquirri lo esquiva y vuelve a sonreirse. El “Soro” y el “Yiyo”, situados a la izquierda del caballo, dan un respingo; el “Soro” grita. Pero “Paquirri” ya ha vaciado la embestida del morlaco…”

Francisco Rivera, Paquirri
Francisco Rivera, Paquirri / D.A.

Lo que ocurrió en Pozoblanco aquel día pertenece a la leyenda. Sobre las 19:20, de lejos, el torero citó al toro y éste se le coló por el pitón derecho. En el tercer lance, volvió a avisar al matador y en el cuarto izó a Paquirri por lo aires. Los segundos se hicieron interminables. El torero se agarró al pitón que, en cada uno de sus derrotes, penetraba hasta lo más hondo de su humanidad. Nunca hemos contado los segundos eternos de esta trágica danza. En ese momento la cuadrilla se echó encima de la cabeza del toro, pero el matador no se soltaba. Perdía sangre a borbotones. Cuando el diestro cayó al suelo, los banderilleros que le llevaban a la enfermería se equivocaron de puerta y tuvieron que dar un rodeo. La impresionante cogida le destrozó el paquete vásculo-nervioso-muscular y las venas safena y femoral. El Dr. Eliseo Morán con su equipo, y durante más de media hora hizo correctamente cuanto estuvo en sus manos. La intensísima hemorragia no cesaba. Es trasladado en ambulancia a la clínica Reina Sofía de Córdoba. 67 kilómetros de una carretera infernal. Cuando faltaban 20 kilómetros el diestro sudaba copiosamente y llamaba a su amigo el doctor Vila. Aquí pierde el conocimiento y el doctor Funes le hace un masaje cardiaco, pero entra en agonía. Llegan al Hospital Militar en los últimos estertores de la muerte, le entran en el quirófano para darle vida al corazón, una vez entubado. Todo es inútil y fallece en el quirófano a las 21:40 por shock hipovolémico (paro cardiaco), a los 36 años de edad.

Lo que ocurrió aquella aciaga tarde pertenece a la leyenda. Una leyenda que ha crecido en torno a la gran cantidad de preguntas que se oyeron y que dejó en el aire el fatídico suceso. ¿Y si la cornada se hubiera producido en otra localidad? ¿Cómo fue la intervención del equipo médico? ¿Estaba en condiciones aquella enfermería? ¿Qué papel le jugó las malas condiciones de la carretera? ¿Por qué estaba el matador tan confiado y tan decidido en su última corrida y en una plaza que entonces (hace cuarenta años) apenas tenía relevancia en el panorama taurino?

Francisco Rivera “Paquirri”, el 26 de septiembre de 1984, pasó a la historia del toreo vertiendo su sangre con generosidad, en holocausto a la Fiesta.

El de Zahara de los Atunes, hijo, hermano, padre y tío de toreros, lo tenía todo: Gloria, amor, salud y dinero. En los ruedos de las plazas de toros le pervivieron sus dos hijos mayores, Francisco y Cayetano. Éstos suscribieron la herencia de su padre, la reafirmaron, la ensancharon, la sostuvieron. Y en ese hálito que han recorrido plazas de toros con sus apellidos, se dejó oler el viejo aroma de “Paquirri”, su recia trayectoria, y su textura de torero auténtico.

Francisco, el mayor, torero honrado pero sin la calidad de su abuelo Antonio Ordóñez, ni el encanto de su tío Luis Miguel Dominguín, ni la fortaleza, la verdad y el oficio de su padre. Cayetano, en cambio, es muy Ordóñez y menos “Paquirri”. Francisco ya retirado del fulgor de los aficionados y Cayetano sigue en el escalafón.

Después de muchos años, el toreo de “Paquirri” se nos desdibuja en la memoria, quizás por el ruido vacío de la prensa del corazón, quizás por el injusto silencio del planeta de los toros, que no se esforzó en inmortalizar las tardes de gloria de aquel hombre humilde que nació en un pueblo de pescadores y no tuvo poeta que le cantara una elegía.

Todo lo que rodeó a la tragedia de “Paquirri” forma parte del mito que el propio torero acuñó dejándose la vida en las astas de un torucho chico y en una plaza de tercera, como le ocurriera a Ignacio Sánchez Megías, a Manolete o a Joselito “El Gallo”.

“Avispado”, hijo de una vaca vieja del hierro de Juan Pedro Domecq

Nada más conocerse el percance de “Paquirri”, el torero más poderoso de los últimos tiempos, por el toro “Avispado” que era hijo de una vaca vieja de Juan Pedro Domecq, fue enviada al matadero.

El toro asesino, fue rechazado en julio de 1984 en la plaza de toros de San Martín de Valdeiglesias (Madrid) y en agosto en la de El Puerto de Santa María. Toro corraleado y viajero, “fue pequeño desde siempre, quizá por ser hijo de una vaca con demasiada edad”. El cuatreño “Avispado”, negro de capa, dio un pesó 420 kilos.

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